Amigo Pablo:
En primer lugar gracias por tus palabras de afecto hacía nuestra música. También gracias por visitar mi blog y por animarte a debatir y a expresarte a través de él. Para eso está.
Nadie creo que le guarde rencor alguno a Thomas Edison por haber inventado el sistema de grabación que dio origen al entrañable giradiscos: artilugio que permitió que la música pudiera ser escuchada y difundida sin la presencia física del intérprete. Si no fuera por ello, jamás la música hubiera entrado en las vidas de tanta y tanta gente, no al menos tal y como lo ha hecho en los últimos cien años.
No creo que sea ese el debate que te provoca y tampoco yo creo haberme pronunciado jamás en contra de la reproducción de música “enlatada”, ni en ese artículo que citas ni en ningún otro. Nunca me he situado al margen de la evolución tecnológica y de las tendencias que ello conlleva; puedo asegurarte que me interesa tanto la vida que, en esto como en todo, trato de observar lo que sucede y con ello vislumbrar hacia dónde vamos. Yo celebro que la tecnología haya domesticado mucho los procedimientos y permita acceder a tantas cosas positivas, entre ellas: la comunicación y el intercambio de pareceres y experiencias. En el paisaje social actual, gratamente se manifiestan como factibles maravillosos accesos a la información global, impensados sólo hace un par de décadas. El conocimiento nos hace más libres y me sitúo cómodo asumiendo los nuevos hábitos, alejado cada día más de los de otros tiempos.
Si el debate viene por el lado de los derechos sobre la explotación de obras protegidas bajo el concepto de propiedad intelectual, estoy de acuerdo contigo que existe una tremenda demagogia por una de las partes, y tal vez cierto inmovilismo por el otro lado. Lo cierto es que con todo este debate, quienes salen perdiendo son los creadores cuyo reconocimiento está entrando en deterioro entre amplios sectores de la opinión pública que está siendo manipulada —“interesadamente”—, por grupos empresariales que utilizan su enorme poder mediático para deformar la verdad influyendo sobre la opinión publicada; no nos olvidemos nunca que los principales sujetos a contribución del derecho autoral son grandes grupos editoriales y de comunicación, que nunca han visto de buen grado verse obligados por ley a tener que pagar el canon compensatorio por la utilización en su provecho de obras que son de la legítima propiedad de sus autores. Siempre les ha sabido mal tener que pagar; cosa que, por el contrario, nunca le sucedió al consumidor final que sin rechistar pagamos cuando compramos un soporte —o cuando descargamos “legalmente” un fichero—. Y sí, efectivamente, debiéramos revisar cuantías y modos recaudatorios, en eso estoy contigo; pero jamás debiera ponerse en duda que la propiedad intangible es tan propiedad como lo pueda ser cualquier otra y merece ser protegida y respetada.
Por supuesto que potenciar los conciertos favorece que la música siga haciéndose ¿Quién dice lo contrario? Otra cosa es que el hábito por escuchar música en directo tenga el suficiente entusiasmo entre la gente, no digamos ya pagando una entrada; pregúntale a la mayor parte de los grupos que empiezan, te van a responder que si llegan a tocar, —la mayor parte de los casos mendigando un sitio dónde hacerlo—, lo hacen para sus amigos y poco más. Eso es así y difícilmente va a cambiar de hoy para mañana porque las causas del desinterés están en la escasa relación que la mayor parte de nuestros conciudadanos tienen con la cultura en general. El sistema educativo español no ha cuidado suficientemente estimular el aprecio por el concomimiento de las humanidades; lo mismo y por añadido el de fomentar el interés por las manifestaciones culturales. Esto es patente entre nuestros jóvenes, y es duro lo que digo pero tengo la sensación de que en esta materia, vamos más bien para atrás.
Por tanto, no le hagamos culpable de la situación de apatía general a los creadores, porque no es cierto que ellos lo sean; ni tampoco culpemos de todo a los diferentes gobiernos de turno, porque hace cuarenta años había lo que había y, a pesar de ello, el interés por la música se extendía entre la mayor parte de los jóvenes. De buscar un culpable debemos mirar, en todo caso, al modelo social en el que nos encontramos inmersos; sin duda un modelo que termina por secuestrar la atención y el tiempo de los individuos al hacerlos cautivos del afán consumista que los subyuga.