Respuesta a "Cerveza Solidaria" publicado en el foro oficial de www.coz.es
Querido amigo y compañero:
El devenir histórico nos situó a ambos como partícipes de un hecho incontestable: vivir en primera línea la llegada del rock a nuestro país. A ambos nos alcanzó de lleno la explosión de aquella fascinante primavera de la libertad de mediados de los 70’; a los dos nos marcó la vida todo lo que supuso vivir en primera persona tal experiencia. Sin duda eran días en que muchos de nosotros pensábamos que el mundo podría cambiar, por supuesto que a mejor. Desde nuestra visión entusiasta, de adolescencia prolongada, nos apuntamos a la revolución del pensamiento. Estábamos totalmente a favor de las nuevas ideas que, bajo aquella óptica, significaban “progreso” y que se nos antojaban prioritarias, pese a haber sido educados más en el sentido práctico por el que nuestros padres trataban de encauzarnos, valiéndose de su doctorado obligatorio en supervivencia. Vaticinando el batacazo, a mí también mi madre me invitaba a que me bajara de las nubes, para labrarme un futuro estable pie a tierra. Pero, nadie sabe, incluidos nosotros mismos, amigo Juan, ni por qué, ni por qué no, fuimos lo que fuimos, y no lo que se nos invitaba a ser.
Hubo un tiempo, muy corto, en el que llegamos a pensar que las cosas se podrían cambiar; que las nuevas ideas, impulsadas por la fuerza y la confianza que nos daba ser jóvenes, terminarían subvirtiendo el orden establecido. En el 68 hay quien se lo llegó a creer; la utopía se haría realidad, anunciaban. Pero justo en aquellas revueltas parisinas se constató la muerte de las ideas románticas que, desde San Francisco a Nueva York; desde París a Roma; desde Londres a Madrid, habían dejado intuir la posibilidad de experimentar con un modelo distinto; futuro imperfecto, sin duda. Por supuesto que aquel era un paquete de ideas difusas, un manual apenas esbozado, pero que traslucía la posibilidad de una nueva vía factible, que, para la mayor parte de nosotros, significaba una nueva forma de colocar al ser humano en coherencia con el recipiente que lo contiene: el mundo, la vida.
Y pasaron 20 años en los que crecimos pasando muy buenos ratos haciendo uso, y a veces abuso, de la recién estrenada libertad en las calles de nuestras ciudades; libertad vigilada y restringida por los que nunca la quisieron, por los que la temieron. Pero había estímulos más que suficientes para sentirnos bien subiéndonos a los escenarios y trasladar, a cientos de miles de jóvenes contemporáneos, un mensaje bienintencionado. Por supuesto que pronto comprendimos que no todos los jóvenes éramos uno, y por supuesto que nos dimos cuenta que el “Underground” (que cita Fran) sería la única vía por la que circularíamos (no es casualidad el nombre de Topo para nominar una banda referencia de la época). Porque, para que engañarse, el rock sólo vende ideas, posturas existenciales, sentimientos… y para de contar. ¿Quién iba a apostar por difundir nuestra música masivamente, cuando ya por entonces, el afán consumista, comenzaba a adueñarse de todos los ímpetus que había propiciado el cambio? Mejor el pop, más colorido, más optimista, más bailable, más… No sigo por respeto a algunos músicos que se tomaron el género tan en serio como nosotros el nuestro. No tengas duda, si le hubieras cambiado el título y el sentido a tu canción llamándola: “Las Chicas Son “Enteras””, jamás hubieras sonado en la radio fórmula. Aún hay quien piensa que “Capitán Trueno” sonó en las emisoras comerciales por ser una oda simplista, cuando en su esencia afirmaba que “el mundo está al revés…” que subliminalmente sugería un necesario cambio radical. Así es la tela que se cortaba, y aún se corta, en esta sastrería hispánica, donde cualquier traje es pertinente hacerlo a la medida del país real que somos: una sociedad analfabeta, desinformada y manipulada; esto no es de ahora, ya nos costó el desastre del 36’ y los años en gris oscuro que le precedieron.
Cuarenta años después del inicio de nuestra década prodigiosa, la de los 70’, por supuesto, nos quedan muchos recuerdos y una voluntad de seguir haciendo música a como dé lugar. Somos los perdedores de esta batalla por ser feliz que se nos propuso en los tiempos en los que nos creíamos con el control de nuestras vidas. Es lógico que hayamos quedado recluidos en esa especie de claustro de olvido, sólo rescatados, en forma pintoresca, para mostrarnos a los nuevos jóvenes de hoy como ejemplo de cuán simpáticos éramos los alegres chicos pioneros del rock’n’roll nacional. Es por eso, y sólo por eso, y tú lo sabes, que nos llevan de vez en cuando a televisión. No lo harán jamás para mostrar los toques intelectuales y el saber hacer de una música equiparable, sin rubor, a la de los más grandes del género, ellos sí, santificados aquí sólo por ser foráneos. Ni hablar tampoco de pedir para nosotros un aplauso por la larga trayectoria, qué locura, para nada; no es de extrañar ya que, en esta necia sociedad a la que pertenecemos, la veteranía hoy es un degrado, salvo que ya sea tanta que rebose notoriedad y llegue a los informativos; parece que me estoy viendo en un noticiero, ojala que sí: “Julio Castejón cumple 80 años con la guitarra a cuestas, ya le ha echado perseverancia este tipo…” Entonces llamarán de todos los medios para pedir biografías y datos para dejar bien redactado, con antelación suficiente, el documental de la noticia de mi deceso. Dejaré en testamento dicho que les demanden por hacer uso público de mi decrepitud y óbito. A esa cena sólo invito a mis amigos.
Querido y respetado Juan Márquez, desde mi amistad y afecto te digo que nos queda en el haber de esta larga cuenta, sólo la pureza de ese vínculo que en su día establecimos con la música, aquel que hace inexplicable un instante de emoción sobre un escenario, observar la mirada húmeda de aquellos que desde las primeras filas son capaces de conmoverse con lo que hacemos. Aceptemos que nuestro reino no es de este mundo de bambalinas de celofán que se ha construido bajo el mandato de los que piensan que tanto vendes, tanto vales. No debiera preocuparnos que muchos jóvenes nos ignoren, de verdad que muchos de ellos son mucho más viejos que nosotros, observa que la mayoría nos adelantan a menudo por la derecha. Tampoco pidamos al Poder reconocimiento, porque, eso mismo, nosotros tampoco se lo otorgamos a él. Y eso sí, a pesar de los pesares, y las dificultades sobrevenidas, sigamos mostrándonos para que la historia, empeñada en borrarnos, no lo consiga; así será mientras haya alguien que, al bajar del escenario, te pida con el corazón en la mano que te vuelvas a subir.
Me duelen los músicos que no pueden seguir siéndolo, y los que no llegarán nunca a serlo. Me duele que esta profesión, de seguir por estos pasos, termine convirtiéndose en poco más que una simple afición de unos pocos, o unos muchos, pero nunca un modus vivendi tan digno como cualquier otro, al que se accede tras años y años de estudio y práctica. Aún así, no pienso pedir limosna para ninguno de ellos, porque no creo que sea limosna lo que se deba solicitar, sino reconocimiento; y para ello, me tienes en la calle a tu lado, bien tras una pancarta que anuncie que existimos, bien sobre un escenario mostrando nuestra postura, bien en el despacho de la Ministra de Cultura a la que decirle que somos, justo eso: CULTURA, tan con mayúsculas como lo sea cualquier otra.
La cerveza nos la tomamos dónde quieras. Como siempre ha sido.
Un abrazo,
Julio Castejón.
Hubo un tiempo, muy corto, en el que llegamos a pensar que las cosas se podrían cambiar; que las nuevas ideas, impulsadas por la fuerza y la confianza que nos daba ser jóvenes, terminarían subvirtiendo el orden establecido. En el 68 hay quien se lo llegó a creer; la utopía se haría realidad, anunciaban. Pero justo en aquellas revueltas parisinas se constató la muerte de las ideas románticas que, desde San Francisco a Nueva York; desde París a Roma; desde Londres a Madrid, habían dejado intuir la posibilidad de experimentar con un modelo distinto; futuro imperfecto, sin duda. Por supuesto que aquel era un paquete de ideas difusas, un manual apenas esbozado, pero que traslucía la posibilidad de una nueva vía factible, que, para la mayor parte de nosotros, significaba una nueva forma de colocar al ser humano en coherencia con el recipiente que lo contiene: el mundo, la vida.
Y pasaron 20 años en los que crecimos pasando muy buenos ratos haciendo uso, y a veces abuso, de la recién estrenada libertad en las calles de nuestras ciudades; libertad vigilada y restringida por los que nunca la quisieron, por los que la temieron. Pero había estímulos más que suficientes para sentirnos bien subiéndonos a los escenarios y trasladar, a cientos de miles de jóvenes contemporáneos, un mensaje bienintencionado. Por supuesto que pronto comprendimos que no todos los jóvenes éramos uno, y por supuesto que nos dimos cuenta que el “Underground” (que cita Fran) sería la única vía por la que circularíamos (no es casualidad el nombre de Topo para nominar una banda referencia de la época). Porque, para que engañarse, el rock sólo vende ideas, posturas existenciales, sentimientos… y para de contar. ¿Quién iba a apostar por difundir nuestra música masivamente, cuando ya por entonces, el afán consumista, comenzaba a adueñarse de todos los ímpetus que había propiciado el cambio? Mejor el pop, más colorido, más optimista, más bailable, más… No sigo por respeto a algunos músicos que se tomaron el género tan en serio como nosotros el nuestro. No tengas duda, si le hubieras cambiado el título y el sentido a tu canción llamándola: “Las Chicas Son “Enteras””, jamás hubieras sonado en la radio fórmula. Aún hay quien piensa que “Capitán Trueno” sonó en las emisoras comerciales por ser una oda simplista, cuando en su esencia afirmaba que “el mundo está al revés…” que subliminalmente sugería un necesario cambio radical. Así es la tela que se cortaba, y aún se corta, en esta sastrería hispánica, donde cualquier traje es pertinente hacerlo a la medida del país real que somos: una sociedad analfabeta, desinformada y manipulada; esto no es de ahora, ya nos costó el desastre del 36’ y los años en gris oscuro que le precedieron.
Cuarenta años después del inicio de nuestra década prodigiosa, la de los 70’, por supuesto, nos quedan muchos recuerdos y una voluntad de seguir haciendo música a como dé lugar. Somos los perdedores de esta batalla por ser feliz que se nos propuso en los tiempos en los que nos creíamos con el control de nuestras vidas. Es lógico que hayamos quedado recluidos en esa especie de claustro de olvido, sólo rescatados, en forma pintoresca, para mostrarnos a los nuevos jóvenes de hoy como ejemplo de cuán simpáticos éramos los alegres chicos pioneros del rock’n’roll nacional. Es por eso, y sólo por eso, y tú lo sabes, que nos llevan de vez en cuando a televisión. No lo harán jamás para mostrar los toques intelectuales y el saber hacer de una música equiparable, sin rubor, a la de los más grandes del género, ellos sí, santificados aquí sólo por ser foráneos. Ni hablar tampoco de pedir para nosotros un aplauso por la larga trayectoria, qué locura, para nada; no es de extrañar ya que, en esta necia sociedad a la que pertenecemos, la veteranía hoy es un degrado, salvo que ya sea tanta que rebose notoriedad y llegue a los informativos; parece que me estoy viendo en un noticiero, ojala que sí: “Julio Castejón cumple 80 años con la guitarra a cuestas, ya le ha echado perseverancia este tipo…” Entonces llamarán de todos los medios para pedir biografías y datos para dejar bien redactado, con antelación suficiente, el documental de la noticia de mi deceso. Dejaré en testamento dicho que les demanden por hacer uso público de mi decrepitud y óbito. A esa cena sólo invito a mis amigos.
Querido y respetado Juan Márquez, desde mi amistad y afecto te digo que nos queda en el haber de esta larga cuenta, sólo la pureza de ese vínculo que en su día establecimos con la música, aquel que hace inexplicable un instante de emoción sobre un escenario, observar la mirada húmeda de aquellos que desde las primeras filas son capaces de conmoverse con lo que hacemos. Aceptemos que nuestro reino no es de este mundo de bambalinas de celofán que se ha construido bajo el mandato de los que piensan que tanto vendes, tanto vales. No debiera preocuparnos que muchos jóvenes nos ignoren, de verdad que muchos de ellos son mucho más viejos que nosotros, observa que la mayoría nos adelantan a menudo por la derecha. Tampoco pidamos al Poder reconocimiento, porque, eso mismo, nosotros tampoco se lo otorgamos a él. Y eso sí, a pesar de los pesares, y las dificultades sobrevenidas, sigamos mostrándonos para que la historia, empeñada en borrarnos, no lo consiga; así será mientras haya alguien que, al bajar del escenario, te pida con el corazón en la mano que te vuelvas a subir.
Me duelen los músicos que no pueden seguir siéndolo, y los que no llegarán nunca a serlo. Me duele que esta profesión, de seguir por estos pasos, termine convirtiéndose en poco más que una simple afición de unos pocos, o unos muchos, pero nunca un modus vivendi tan digno como cualquier otro, al que se accede tras años y años de estudio y práctica. Aún así, no pienso pedir limosna para ninguno de ellos, porque no creo que sea limosna lo que se deba solicitar, sino reconocimiento; y para ello, me tienes en la calle a tu lado, bien tras una pancarta que anuncie que existimos, bien sobre un escenario mostrando nuestra postura, bien en el despacho de la Ministra de Cultura a la que decirle que somos, justo eso: CULTURA, tan con mayúsculas como lo sea cualquier otra.
La cerveza nos la tomamos dónde quieras. Como siempre ha sido.
Un abrazo,
Julio Castejón.