¿Qué será que tiene esto del juego de la pelotita que levanta pasiones?...
Vi el partido contra Alemania en casa, con Esperanza, mi compañera, que no tiene nada de futbolera pero que, seguramente por si me tenía que asistir ante una crisis cardiaca, quiso estar a mi lado; otra explicación no tiene. Y es que, aún cuando reconozco que el ambiente está en las terrazas y en los bares, siento como que en la intimidad me puedo comer la uñas sin adelgazar un gramo mi imagen pública. Eso sí, nada más terminar el partido, agarré la avenida y caminé para participar del ambiente.
El espectáculo estaba servido: un pueblo de unos pocos miles de habitantes con todo el vecindario en la calle, como si fuera el primer día del triunfo de la revolución. Los conductores haciendo sonar el claxon de sus coches creaban estrépito. Muchos viandantes se saludaban como si no se hubieran visto en mucho tiempo. Españoles de los nacidos aquí y de los que han venido de fuera, estos últimos más españoles si cabe, y es que no hay mayor forma de hacer gala de integración que mostrar públicamente como propios los símbolos patrios del país de acogida. En fin, un espectáculo de alegría suprema, algo así como si a todos les hubiera tocado el premio gordo de la Lotería Nacional. Observando semejante comportamiento cívico, pareciera que la crisis por fin es cosa superada; que los empresarios contentos vuelven a la contratación; los parados al empleo; las putas al negocio y… los curas a sus misas Te Deum.
En un mundo dónde las verdades absolutas (Dios, Gobierno, Banca, Partido Comunista, etc…), para la mayoría se convierten en entelequias vacías de contenido, la ciudadanía opta por alinearse del lado de mitos más efímeros, pero también más próximos y tangibles como es el caso del Futbol. De siempre habrá quien piense que este deporte es un opio que anestesia el dolor real de los pueblos; pues bien, tengo la sensación de que, si así es: todos somos drogodependientes.
Mi doctora de cabecera, consultada por mi insomnio, me dice que me tome una pastilla antes de irme a la cama; me niego afirmando que no estoy dispuesto a adquirir dependencias. Me responde que deje de ver televisión, que me quite de leer el periódico, que haga más deporte, que deje de comer esto o aquello... Respondo que eso no lo puedo hacer. Entonces aprovecha y me desarma con su teoría: “la vida es un viaje en el que vamos acumulando dependencias en busca de la sensación de libertad” Ahora duermo como un bebé todas las noches tras recibir una pequeña dosis química.
Con esto quiero decir que no hay por qué entrar en lo irracional que tiene volverse loco si la pelota entra. Es cosa tan estúpida que, de tanto, no merece la pena reflexionar sobre ello. Pero el tema es mucho más profundo. Tiene que ver con la necesidad del individuo por participar del logro de un anhelo compartido: la consecución de la victoria, sea ésta merecida o no.
Bajo mi punto de vista, el futbol, el deporte en general, ha sustituido las ansias del ser humano, individual o colectivamente, por dominar al otro; antes lo hacía por medios cruentos, hoy a través de la competición regulada. Bienvenido sea el sistema que sirve para canalizar las manifestaciones violentas, propias de la especie que somos, bajo reglamentos que preservan tanto los márgenes de la victoria como los de la derrota. Ojalá fuera así en otras esferas. ¿Podemos imaginarnos una guerra en la que el reglamento prohibiera matar o humillar a los vencidos?...
Me encanta una foto publicada en la prensa de hoy: se ve a Puyol, el defensa goleador, consolando en la derrota a Schweinsteiger, el bravo mediocentro teutón.
Por todo ello, me afirmo futbolero y me alegro que mi tribu, a la que por carta de ciudadanía pertenezco, reconociendo implícitamente que no es ni mejor ni peor que otra, vaya a ganar el Mundial de Futbol.
Amén.
http://www.elpais.com/fotogaleria/Semifinal/Espana/elpgal/20100707elpepudep_1/Zes/4