domingo, 20 de junio de 2010

Futuro Inviable

 

Tan difícil explicarle a un pez lo que ocurre fuera de la pecera, como difícil que nosotros seamos capaces de visualizar los límites del continente que nos contiene a todos: eso que llamamos Universo. Es complejo ir más allá de la verdad científicamente probada sin entrar en conflicto con el razonamiento inteligente. Hay quien deja todas las respuestas a un poder “supremo” que desvela sólo aquellas que nos son necesarias para la supervivencia, pero que se reserva «para otra ocasión» aquellas que tienen que ver con los planos más elevados del conocimiento. Me uno, especialmente en estos días, a José Saramago que califica nuestra existencia como un breve paréntesis entre dos nadas. Sin embargo seguimos pensando que somos más de lo que somos y, empeñados en una “evolución” insostenible, dejamos huella de nuestro paso por la vida; desgraciadamente, a menudo, maldita huella. 

Una vez más el precio del “progreso” ha sido muy caro: hemos vuelto a destrozar los océanos llevándonos por delante la existencia de millones de unidades de vida; especies con las que compartimos este hábitat cerrado que es la Biosfera. Y todo porque el “homo sapiens” resulta que no lo es tanto. Para los creyentes, Dios nos hizo a su imagen y semejanza. Permitirme que dude de que un ser, al que atribuyen justicia infinita, diseñara un espécimen tan imperfecto. ¡Caramba que mal ingeniero!.

Me cuesta aceptar las verdades absolutas, de la misma manera que dudo hasta de mi propio criterio. Pero, con el paso de los años, he ido adquiriendo alguna que otra certeza que me lleva a una postura cada vez más crítica hacia lo que representa el ser humano moderno y la sociedad en la que nos desenvolvemos. De niño, ante algo que no comprendía, confiaba en que existía una inteligencia superior que vivía en la “planta de arriba”; ella era quien gobernaba el mundo velando por mi bien y por el de todos. Suponía que, poco a poco, se me irían desvelando todos y cada uno de los mecanismos que daban sentido a nuestra existencia. Pues bien, he crecido y, con gran decepción, he comprendido que en el “piso de arriba” no vive nadie; vaya, por decirlo de otro modo, que este barco no lo gobierna la inteligencia, son sólo un grupo de listos los que manejan el timón y a los que sólo les importa hacer la travesía en clase preferente. A ese grupo de privilegiados, para nada les preocupa el final del viaje; para entonces ellos ya habrán concluido su escala. 

El egoísmo, que es una forma de “inteligencia” al servicio del individuo, pero que niega a los demás, está controlándolo todo y decide cuales han de ser los siguientes pasos; por supuesto pasos tamizados a través del filtro de sus intereses. Por supuesto me refiero a un grupo de privilegiados situados en la cima del mundo, propietarios de un enorme poder sustentado en la riqueza. Ellos están diseñando la forma de nuestra existencia, con total impunidad. Crean nuestras propias necesidades, nos prestaron el dinero para materializar los anhelos y, con ello, consiguieron atraparnos dentro de un sistema que niega el derecho a experimentar otras formas. La sociedad, anestesiada, pareciera que acepta como irremediable que las cosas puedan cambiar y entretanto,  nuestras vidas pasan sin que podamos ejercer apenas control sobre ellas y, como residuo, entre todos estamos contribuyendo a destrozar un hábitat que no servirá a las generaciones que vengan después. ¿Hasta cuándo? ¿No debiéramos mostrar nuestra disconformidad?. Hemos de exigir a nuestros gobiernos que tomen parte e intervengan enérgicamente ante los poderes económicos que nos subyugan a todos, también a ellos.

Es necesario que se definan ya posturas que muestren que la democracia se inventó para poner el poder en manos de la colectividad y no en las de unos pocos. Definitivamente hemos de manifestar disconformidad con todo lo que está sucediendo, cada cual desde y cómo pueda hacerlo, pero que lo haga. Necesitamos crear conciencia común de que vamos por el peor de los caminos, si es que se pretende alcanzar algún futuro viable.

Entiendo que alguien esboce una amable sonrisa leyendo estas sencillas palabras  escritas desde un sentimiento profundo. Habrá quien piense que, tras ellas, hay un idealismo condenado a no trascender. Está bien, puede que esté en lo cierto, pero yo me quedo muy reconciliado con mi conciencia sabiendo que he contribuido a denunciar una realidad que nos lleva directamente a la extinción. Aunque es posible que, para entonces, yo ya no esté viajando en este barco. Ni tú tampoco.  

Julio Castejón.