Bastante antes de comenzar la actuación, el estadio Vicente
Calderón ya estaba abarrotado de gente que no se quería perder la primera
actuación de los Rolling Stones en la capital. Tantos años escuchándoles y, por
fin, podríamos verlos en directo. Genial. Yo no me lo podía perder. Acudí por
mi cuenta pensando que allí me encontraría con algún amigo con quien compartir experiencia;
solo me topé con un fan del grupo que me reconoció, pero no era esa la mejor
compañía para aquel evento. Como pude, me escapé hasta las gradas y allí me
acomodé de anónimo. A mi izquierda dos chicas y al otro lado una pareja hambrienta
devorando respectivos e inmensos bocatas; hasta a mí se me atragantaba tanto
pan y tanta panceta, menos mal que, haciendo equilibrios, portaba conmigo una cerveza de
buen tamaño.
El calor era tal que alguien decidió, con mucho acierto, que
comenzaran a regar al público más cercano al escenario; justo a los que llevaban
más tiempo soportando una terrible solanera. Afortunadamente el sol dio tregua,
el cielo se fue encapotando y comenzó a soplar un viento que zarandeaba amenazante una trenza gigante de globos que había sobre el escenario. Para cuando apareció
la banda sobre el escenario una conjunción mágica de relámpagos y truenos vino
a certificar que, quienes tocaban esa noche en Madrid, eran sus “satánicas majestades”;
por si fuera que no nos habíamos enterado. La lluvia caía aún con más ganas que
cuando lo de Noe, pero la gente, encantada, no dejaba de saltar mientras sonaba
Under My Thumb y una energía insospechada nos invadió a todos; tanto así que, la chica
de mi izquierda, con la que no había intercambiado palabra alguna, se me
abrazó. Le dije que, por mí, no se cortara, que podía considerarme como de su
familia pero, para ella, fui un ser trasparente durante el resto del concierto.
Aquel 7 de julio de 1982 quedó esculpido en la
memoria de todos los que allí estuvimos como un hecho irrepetible; como así ha
sido, por muchas veces que hayan regresado, o regresen, los Rolling Stones a
Madrid. Y no creo que haya quedado así porque el concierto fuera una exquisitez,
no, para nada; sencillamente porque allí nos reunimos una generación que
habíamos crecido en un entorno lleno de prohibiciones pero, a pesar de ello,
desarrollando rasgos que nos han terminado identificando de por vida. La música
nos llevó al estadio pero era solo el reclamo. Creo que, en realidad
necesitábamos sentir cuántos éramos… y fuimos muchos.
Pues bien, este 17 de septiembre, en Las Ventas,
tengo la sensación que algo así va a suceder. Miles de personas se darán cita alrededor de las bandas pioneras del rock madrileño. Pienso yo, que no lo
van a hacer por descubrir en cuan buena forma nos encontramos, qué bien, pero eso
es secundario; ni tampoco por hacer un ejercicio de nostalgia pura, sino por salir
al encuentro con el que realmente hemos sido, y la mayoría seguimos siendo…
Algunos acudirán con sus hijos al concierto, tal vez solo para decirles que, toda esa
gente allí convocada, compartió un tiempo precioso en el que los jóvenes vivíamos la vida con
ilusión y con ganas de cambiar todo lo que no nos gustaba. Jóvenes que, por fortuna, no
tuvimos que mendigar un puesto de
trabajo ni emigrar para encontrarlo. Jóvenes que nos hemos hecho mayores pensando que, este mundo de hoy no es el que
proponíamos. No sé si por nuestra culpa.
Allí nos vemos. Feliz reencuentro amigos.