viernes, 29 de diciembre de 2017

De Balances y Propósitos

Como cada año, por estas fechas, se tiende a hacer balance de lo que nos ha deparado la vida durante el ciclo alrededor del sol que se cierra; ello, es habitual, se acompaña con la emisión de algunos propósitos de enmienda para el que comienza. Hay quien estas cosas mejor se las plantea de septiembre a septiembre por aquello de que, concluidas las vacaciones, toca remangarse y entrar en faena. Lo cierto, es que la mayoría venimos a hacer este ejercicio justo con las 12 campanadas. Mentiría si dijera que me sitúo al margen de este hábito.

2017, además de ese empacho catalán, hay que reconocer que ha tenido otros affaires. Tengo la sensación de que, la sociedad que nos acoge, en su conjunto, podría afirmar que no ha sido un año en el que las cosas hayan empeorado; si exceptuamos la pertinaz sequía, la maldita violencia de género y la cuestión de los dineros públicos mal empleados, cuando no sustraídos. Con todo y con ello, si salimos a la calle, no se percibe pesimismo ambiental; otra cosa son las expectativas particulares de la gente de a pie, es decir, la de la inmensa mayoría, a la que, a pregunta de si están mejor o peor que hace 365 días, es posible que respondan que no ven con optimismo el futuro, el suyo.  

De una década a esta parte, tengo tendencia a restar los años que van pasando como uno menos de los que me queden, sin saber obviamente cuántos, cuando lo suyo, pensando en positivo, debiera ser celebrar que acumulo un año más. El matiz es esencial. En el primer caso, se denota el presentimiento de que la cosa se va acabando; en el segundo, el de la suma, que se celebra seguir estando vivo acumulando experiencia. Hoy quiero sentirme y expresarme así.

El año que ha concluido me ha deparado momentos maravillosos ejerciendo lo que más amo: hacer música. Y sí, ya lo he dicho, me hubiera gustado haber hecho más conciertos pero… ¿qué queréis que os diga?: no siempre se encuentra hueco donde alojar los sueños. Aun así, en febrero pasado, presentamos un disco del que me siento muy orgulloso: “Crónicas de un Tiempo Raro”. También, en esas mismas fechas, hicimos uno de esos conciertos que quedarán en la historia de Asfalto como un hito, tal vez insuperable. La banda ha madurado mucho, está espectacular. Confieso que solo deseo que se sostenga así por mucho tiempo: ilusionada e intacta. No va a depender de mí que así sea.

En el plano personal me encuentro bien. Uno de los propósitos que me hice el año pasado por estas fechas, lo he cumplido: camino un promedio de siete kilómetros por día, he controlado mi alimentación y mi estado físico es más que aceptable; hasta me fumo un cigarrillo de vez en cuando para celebrarlo. En el plano de los afectos siento que quiero y soy querido, cada vez más. Mi familia crece unida y en paz.

En septiembre, entregué mi primera novela: “La Mirada Ausente”. En estos momentos está en manos de quien compete en espera de la decisión de un potente editor, igual, sea como fuera, este año verá la luz. Presiento que os va a gustar la historia que cuenta.

En este afán por mantener mi mente y mi espíritu en armonía me mantengo activo: sigo sorteando el nocivo influjo del sillón al que la mayoría de la gente de mi edad termina imantada. Ya se ve que no paro. Llevo un mes trabajando en el que será mi cuarto álbum publicado bajo mi nombre al margen de Asfalto. La cosa progresa adecuadamente y, si nada lo complica, lo normal es que en primavera haya un nuevo disco en nuestras manos; y, lo mejor: he conseguido configurar una banda para defender en directo esa parte de mi obra que no es menor en mi acerbo ni en mi ilusión.

Solo me resta deciros que me siento en plenitud, que estoy bien pleno de energía e ilusionado por todo lo que haya de depararme el nuevo año y los que vengan. Por supuesto, cuento con todos vosotros, mis amigos, mi estímulo... Os necesito. Una vez más, gracias por seguir manifestándome vuestro afecto a través de tantas y tan diversas formas.


Una brazo a todos. Feliz año nuevo.

lunes, 9 de octubre de 2017

Ideas para romper el muro

Soy, he sido y seré crítico con el trazo grueso, las conclusiones indocumentadas y la negación de los matices grises que hay entre el blanco y el negro. Cuando creo tener las cosas claras, no por ello dejo espacio para albergar sitio a las dudas. Cuanto dolor nos hubiéramos ahorrado en este país, supongo que en los demás también, si hubiéramos puesto un poco más de voluntad para comprender la postura del otro. 

Hijo de un perdedor de la guerra del 36, nací y crecí en un ambiente opositor que me situó irremediablemente del lado de los inconformistas. Estaba predestinado a formar parte de ese núcleo de beligerantes en pos de un cambio que permitiera otro gobierno, otra sociedad. Pero no por ello dejé de crecer pensando en que, más allá de donde mi visión alcanzaba, igual habría horizontes donde poder contrastar opinión. Tuve la gran suerte de viajar y, viajando, he llegado a aprender mucho más de lo que nunca llegué a imaginar.

Mis primeros viajes, siendo niño, marcaron en mí un afán viajero que ha perdurado. En casa teníamos familia exiliada en Francia y, como mi padre era ferroviario, de Madrid a Hendaya el tren nos salía de balde; fue así que pudimos permitirnos aquellos y otros viajes. Estando allí, recuerdo que mi padre se la pasaba comentando las diferencias con lo que teníamos en España. Para progreso, decía, aquel en el que hasta un albañil podía tener su propio coche; y todos los niños bicicleta, pensaba yo. El hombre atribuía la causa de nuestros males a lo mal que nos llevábamos unos españoles con otros, a la dificultad de aunar criterios y a la poca lucidez que denotaban nuestros políticos. ¿Les suena?...

Pasaron los años y la dictadura, y desgraciadamente también mi padre, desaparecieron. España tomó carrerilla y conseguimos que el país tuviera una realidad social muy comparable a la de nuestros vecinos. A trancas y barrancas conseguimos instaurar un sistema democrático que definitivamente nos equiparaba. Aún así, seguíamos diferenciándonos en algo muy determinante: España aún permanecía infectada por el virus perverso del nacionalismo, el central y el periférico. Consecuencia de ello, fuimos contabilizando atentados año tras año por parte de quienes el “hecho diferencial” entendían que se debía instaurar como un muro de salvaguarda y, además, por la fuerza; como si al conjunto de la población española pensante le importara que cada cual hiciera de su capa un sayo… Ni tan siquiera que la gente quisiera llenar sus bolsillos con el peso de las piedras de la ignorancia y el resentimiento; eso sí, todos pedíamos, rogábamos, para que no nos las tirasen a la cabeza. ¡Cuanto sufrimiento gratuito!… ¡Qué gran desenfoque de la visión de futuro!

Cuando por fin las pistolas de los pistoleros dejaron de matar, resulta que ahora se nos presenta de nuevo la fría sombra de un enfrentamiento que sólo lo sustentan las mentes simples contaminadas de odio y los egoístas acaparadores de poder y control. Y todo ello justificando la existencia de un “pueblo”… ¿Qué pueblo? ¿Cómo se delimita? ¿Sirve en el que vivo?... ¡Hala, ya está servida la ignominia en plato caliente!

Queridos amigos, un músico como yo que me he pasado la vida cantando al sentimiento universalista, no quería intervenir a este respecto porque creo que, todo lo que tenía que decir en mi vida, ya lo he dicho a través de las canciones. Pero llevo unos días fastidiado pensando que algo grave, de consecuencias inmanejables, se está cociendo dando forma a un guiso difícil de digerir, que, además de severo ardor de estómago traerá consigo mucho dolor de cabeza por la desafección de cientos de amigos, de familias… Y me duele. Sobre todo porque escucho intervenir en esa maldita cocina a gente que no me merece ningún crédito como chef, y sí que los veo como alquimistas errados, incapaces de poner encima de la mesa sustancia, ideas, en positivo para arreglar tamaño desaguisado.

En mi opinión, el problema en Cataluña no se va a resolver desde la sentimentalización de la política. No, precisamente ese es el problema: no entender que la política es sólo una forma de organizar la cosa común en una sociedad que así lo ha querido. Y nada más. Los sentimientos, experiencia individual, terminan diluyéndose en dogmas alejados de la razón cuando pasan a ser colectivos. Es ahí, en ese caldo de cultivo, que surge el nacionalismo transformando un sentimiento lícito de pertenencia pervirtiéndolo en un arma para golpear al vecino. Millones de muertos ha dejado en el siglo pasado la práctica de esta ideología obsoleta y nefasta. Me duele que aún haya jóvenes que la acojan como suya para acabar con el sistema. Les sugiero que, si realmente quieren cambiar las cosas, emprendan la revolución interior, se documenten, se acerquen sin miedo a la verdad de las cosas y ejerzan el derecho a decir “no”; incluso al poder y la influencia de las grandes corporaciones que han asfixiado su esperanza.

No pretendo en este artículo convencer a nadie, ni tampoco concluirlo sin aportar una sola idea en positivo; aunque más me hubiera gustado escucharla por parte de quienes tienen la posibilidad de llevarla a cabo.

En mi opinión España es un país que lleva mas de 200 años tratando de encontrarse. Pocos países, y conozco unos cuantos, se quiere tan poco a sí mismo. Bien, asumiendo esto como evidencia y principio, veamos qué se puede hacer.

En 1978 nos dimos una Constitución que ha servido de mucho, sin duda imperfecta según desde que lado se mire, pero no más que otras. Bien, llegados hasta aquí, toca reformarla. Y no sólo para dar acogida a las demandas de las insatisfacciones nacionalistas, no, sino para salvar la convivencia y, si ésta, después de todo, no se da, pues nada, inventemos otro país y ya, a otra cosa. Daré mi apoyo a la formación de la República Ibérica. Por ejemplo.

Modificaría la Carta Magna proponiendo el refrendo popular de la voluntad de autonomía que cada región quiera tener. Por poner un ejemplo: sería bueno saber si castellanos, extremeños, murcianos, madrileños… quieren tener su auto-gobierno o simplemente acceder a otro modelo en el que ser administrados de forma conjunta con otras regiones, igual de efectiva a pie de calle y, eso sí: más barata. Sí, ya sé que eso dejaría en el paro a muchos políticos, pero es que es de eso de lo que se trata: abaratar en la gestión haciéndola igual o más eficiente. Respecto de las comunidades llamadas “históricas” (no sé por qué las demás no lo son), que estas definan las competencias que requieren para sí salvaguardando el compromiso solidario que han de adquirir, en cuota alícuota con el conjunto, por los servicios compartidos como: defensa, orden público, comunicaciones e infraestructuras, etc. Plasmaría, en ese nuevo acuerdo, claro que sí, el derecho a decidir la pertenencia. Pero no sólo de una comunidad al conjunto de España, sino también de un municipio a una mancomunidad, de una mancomunidad a una comunidad autónoma. Sería lo más democrático, ¿o no? Y eso sí, para cualquier decisión de segregación o unión, se precisará la mayoría de dos tercios del censo afectado. No sería justo que un 50,1% de la ciudadanía, obligue al otro 49,9% a la ruptura de su status.

Aún habría que incluir en esa nueva Constitución muchos más aspectos que corrijan y mejoren lo que ya tenemos. De ello se encargaría, no el poder político, sino la concurrencia de un Consejo de Estado que incluya a las mentes que acrediten trayectoria y lucidez. La política es cosa muy seria como para dejarla en exclusiva en manos de los políticos. La nueva Carta Magna, por supuesto, deberá ser aprobada con el voto afirmativo de las dos terceras partes de la ciudadanía española y, caso de no conseguirse tal consenso, habría que seguir enmendándola hasta alcanzarlo.


Si alguien tiene una idea mejor para derribar este muro intolerante, que la aporte.

sábado, 10 de junio de 2017

Feliz por vuestras felicitaciones.

Acabo de completar 66 vueltas al sol. Justo hoy, un 40 de mayo, fue cuando definitivamente mi madre se quitó el sayo dejándome en este mundo con todas las dudas y miedos porque yo no me quisiera quedar en él. Y es que, cuatro hermanos que me precedieron, optaron por convertirse en ángeles; es de comprender sus temores. Pero no, ajeno a todo, debí encontrarme bien aquí, confortable entre tanto amor. Bien, dijeron, a éste le llamaremos Julio y no Antonio, uno de los dos nombres de mi padre, justo por el que nadie le conocía. ¿Estuvo ahí la clave? No, la ciencia dio respuesta años más tarde. Yo era A+, mi madre había desarrollado por fin resistencia a un problema con el factor sanguíneo.

Dicen que me desarrollé como un niño normal, ya se sabe, un constipado aquí otro allá… pero nada que pudiera suponer quebranto serio para mi salud. Mis padres, viendo como iba creciendo, debieron aceptar que por fin tendrían en la familia la dicha de ese hijo varón, anhelo dolorosamente frustrado. Me cuidaron como oro en paño, su joya; eso sí, no exenta mi infancia de alguna que otra merecida colleja porque, me contaron, era más inquieto de lo a veces soportable. Puede que aquel rasgo de mi carácter sólo reflejaba mi curiosidad por todo, relacionada con una vitalidad impulsiva que me ha acompañado de por vida, así como una determinación imparable por querer hacer muchas cosas en el tiempo del tiempo de mi existencia.

Adaptando mi vida al devenir de los tiempos, soslayando problemas y algún que otro desafecto, hoy me doy cuenta de que he sido feliz importándome la de los demás. Y sí, ya sé que la felicidad es un concepto transitorio y algo difuso a la hora de materializarse porque, pensémoslo: el que lo tiene todo, aún así, no puede ser dichoso en medio de un dolor de muelas. Con todo, superando los 66 escaños de esta escalera, desde la altura, cada vez alcanzo a ver mejor la dimensión real de las cosas. Y bueno, sin pasarle cuentas al pasado, promediando, sinceramente considero que he sido dichoso.  Lo he sido por dos cosas, una: haber sido leal con quienes demandaban de mí que nunca fuera otro distinto del que soy; y dos: que he hecho camino al andar fundamentalmente amando. Amando a quienes me aman y amando todas y cada una de las cosas que me ha tocado hacer; la mayoría de las cuales fui yo quien decidí hacerlas.

Leo lo que a veces decís de mí y me conmuevo, no por mí, os doy mi palabra que no, sino pensando en lo orgullosos que se sentirían mi padre y mi madre de haberme engendrado. Es a ellos a quien siempre tengo en mente, porque lamentablemente a uno lo perdí con sólo 14 años y a la otra con 24; es tan poco tiempo para que hubieran podido conocerme y disfrutar de todo el amor que yo hubiera tenido para ellos. De verdad lo digo: me he pasado la vida obsesionado con no defraudar el legado que, tal vez sin ellos sospecharlo, ambos dejaron en mí.

Por todas estas cosas, soy el que soy. Soy como soy y me siento tan próximo a todos vosotros que hoy, como el año pasado, como el anterior… me gustaría decir que mi principal anhelo ya sólo es no llegar a defraudaros nunca. Ese es mi compromiso y así os lo digo. Ahora sólo espero que pasen muchos más “cuarentas de mayo” hasta perder la energía que aún me resta. Es todo lo que quería deciros y, ya que no os puedo abrazar uno por uno, aun así…   

Gracias, mil gracias… Una para cada uno y no sé si alcancen para todos…

    

jueves, 18 de mayo de 2017

Adiós Miguel

Sinceramente, pocas veces he sido capaz de trasladar a una canción un sentimiento de aflicción tan profundo como cuando, a la muerte del pequeño Miguel, escribí aquella canción que cerraba el "Planeta de los Locos". Afortunadamente, esta generación a la que pertenezco, y las que han venido después, nos libramos de familiarizarnos con la imagen de la muerte real; más si se trata de la de un niño, en el caso la de un bebé de días. Para mí aquello fue de un impacto tremendo. Salí conmocionado de aquella sala de velatorio, impregnado de la pena y el dolor de aquellos padres que tanto amor habían guardado para entregárselo a aquella inocente criatura. Amor postergado y, sin duda, al final, repartido por igual entre sus tres hijas.

Hoy tengo que volver a decir "Adiós Miguel". Mi querido amigo, mi hermano, aquel con quien compartí mi infancia, mi adolescencia, y más... ha decidido salir en busca de aquel hijo frustrado para la vida, que no para la memoria de sus padres. Miguelito, sentado en una nube cree que ya le ve venir, y no vendrá pilotado otro aparato que el que construyó con tanto amor. Me los imagino abrazados. Miguel, tal vez en estos momentos ya le habrá contando que, tras él vino otra hermana, Celia, que se sumó a Marta y a Vanesa. Entre las tres lo han tenido siempre presente igual que si hubieran crecido  juntos. Y le contará que su madre feliz de que asi haya sido, y aún hoy lo está más porque Papá haya salido a su encuentro. Y es que, en la Eternidad, también se sufre de soledad: la del olvido. 

Este "Adiós Miguel" entre lágrimas, por qué no decirlo, sólo representa un hasta luego, un hasta cuando sea, porque, al final, todos nos terminamos encontrando, o así lo quiero creer, pero hoy deseo decirle al mundo que aquel Niti, que así le llamábamos todos en el Barrio, vivirá por siempre en mi memoria, en la de su familia y en la de todos sus amigos; como asi mismo vivirá en la de otros que te conocieron a través de esta canción:

"Te caliento la leche. Me comienzo a lavar
Aún estoy dormido, casi no puedo andar
¡Por favor ten prisa, llegaremos tarde a trabajar...

Vas pisando los charcos. Tu paraguas no me tapa
¡Niti, ten más prisa! ¡Si madrugases más!..."

Por favor, Descansa en Paz.


sábado, 11 de febrero de 2017

Gracias... Mereció la pena.

A estas horas se cumplen siete días de un momento histórico en mi carrera de músico. Disculparme si, en estos días, no he sido capaz de escribir nada, de responder al menos con algunas palabras a todos los mensajes afectivos que me han llegado. Esta tarde lluviosa, en la paz de mi sitio favorito, reviso fotos y me impregno a través de ellas del torbellino de recuerdos que han quedado esculpidos en mi mente para siempre.

Mi relación con la música me viene de niño. No sé en que momento descubrí que aquello me importaba más que nada; tal vez, la muerte de mi padre, cuando yo sólo tenía 14 años, aceleró ese afán en mí. “Unchained Melody” sonaba en la Editorial Hispania a todas horas, acababan de conseguir representar para España los derechos editoriales de aquella maravilla. Yo trabajaba de chico de los recados. En aquel otoño de 1965 la Gran Vía madrileña (Av. De José Antonio en la nomenclatura franquista) presentaba un aspecto muy cosmopolita. “Mary Poppins” colas en el cine Avenida; “Satisfaction” de los Rolling Stones sonando en la sinfonola de los Billares Callao; primeros cabellos largos en los chicos, pantalones campana de talle bajo; chicas en minifalda con jerséis de cuello alto, a la moda “op-art”… En fin, pareciera que la modernidad era cosa irrefrenable en la sociedad juvenil contemporánea de una ciudad, aún bajo la cautela de las fuerzas del orden,  que intentaba, por fin, deshacerse del rancio olor del “nacionalcatolicismo”. Era aquella una imagen que invitaba a soñar con un futuro infinitamente más luminoso.

Pero la tristeza me abatía intentando asumir mi recién orfandad. En esos momentos, cuando no me escuchaba nadie, cantaba. Lo hacía mientras ordenaba partituras en un viejo almacén, en el lavabo, mientras me desplazaba por la calle… Lo hacía como quien se aplica un ungüento para evitar el escozor; en mi caso, yo sin saberlo, supongo que para suavizar las arrugas de mi alma cada vez que la imagen de mi padre, yaciendo en el suelo, ya cadáver, regresaba obsesivamente a mi mente. Fue entonces que descubrí en la música algo capaz de transformar en mí la percepción de la realidad. Aquello me hacía tanto bien. 

Debitado con ella, o no, simplemente porque ella me había elegido a mí, ya no encontré mejor cosa que hacer que escuchar música y fue que comencé a tocar una guitarra comprada a plazos. A los 18 años, justo el 24 de agosto de 1969, debuté con los Handicap. Era un cuarteto guitarrero, que se decía, que iba tocando por los pueblos aquellas canciones que sonaban en la radio. Deseaba entusiasmado que llegara el fin de semana para poder hacerlo.

Entre aquel día y este 4 de febrero, se me ha pasado la vida. Si alguien en aquellos años me hubiera vaticinado que lo del pasado sábado se fuera a producir, le hubiera respondido que no era mío aquel sueño. Y es que los que hemos nacido destinados a una vida humilde, las películas no mucho nos las creemos. Siento que preferimos transformar de a poco nuestra existencia; si es que el destino quiere que ello sea posible.

Y así fue, nada vino reglado, nada se nos dio de gratis. Tanto así que Asfalto murió de inanición varias veces; cuando no desfondado ante la lucha del día a día, ante el dolor de las heridas que nos auto infligimos en ese ejercicio obligado de la convivencia que no siempre sabemos hacerla amable. Una y otra vez me vi recomponiendo los restos del naufragio, cosiendo velas para que el barco volviera a navegar por el mismo mar hostil. Qué difícil… España no es país donde sembrar detalles, aquí se emiten y se captan mensajes escritos en trazo grueso, si no, terminan diluidos. Afortunadamente parece que algunos de esos detalles que distinguen la música que hicimos, han llegado a cierta gente y es entonces que ha cobrado sentido tanto esfuerzo. Esfuerzo del que me quiero olvidar porque no hay esfuerzo baldío, sin el tuyo, sin el mío; como decían nuestros abuelos: sarna con gusto no pica. Y si volviera a nacer pediría que no me falte nada, ni nadie, de cuanto y cuantos han acompañado este proyecto. Uno ha llegado a ser el que es gracias al camino que me enseñó a caminar y a toda la gente que recorrió a mi lado parte del mismo. Pena me da que algunos se hayan perdido en medio del bosque al abandonarlo, pido para ellos el mismo aplauso.

La otra noche dejó patente que la gente ha incorporado la música de Asfalto, que no sólo es la mía, a la banda sonora de su vida. Fruto de ese arraigo pude vivir sobre el escenario uno de los momentos más hermosos. Jamás lo olvidaré.

Sólo me resta dar las gracias a todos los que hicieron posible el show, los que visteis sobre el escenario y, muy importante, los que lo procuraron desde abajo. Podría abrir una lista enorme de gente que, bajo la dirección de Johan Cheka, actual mánager de la banda, ha intervenido, pero no lo voy a hacer porque estoy seguro que, con mi mala cabeza, me olvidaría de alguien que no sería justo olvidar.

Amigos, ha sido toda una vida, pero vivirla, podéis creerme que ha merecido la pena. Volvería a repetirla igual.

Gracias.    


Fotos: F.R.García  y J.C.Diáz