En el verano de 1997 llegó a nosotros, Esperanza y yo nos oponíamos porque nunca habíamos querido tener más animales que los que ya había en casa, pero es justo decirlo: los chicos nos convencieron sin demasiado esfuerzo. Y es que aquella bolita rubia era el ser más tierno que existiera sobre la faz de la tierra. No sé a quien se le ocurrió bautizarlo como Zak, nombre de guerrero, tan inapropiado para un ser tan pacífico, tal vez por ello terminó manteniendo el diminutivo durante toda su vida: Zaky. A los pocos días nos mudábamos de casa. Había que buscarlo entre las cajas, inquieto, juguetón, curioso... Parecía tener la misma ilusión que nosotros por identificar palmo a palmo aquel espacio, su nueva casa, su hogar, el de nuestra familia, la suya.
Y creció y se convirtió en un precioso gato adulto, grande, majestuoso, pero sin perder un gramo de su inmensa ternura. Nos tenía identificados a todos, sabía lo que de diferente podía esperar de cada uno de nosotros. Jamás mostró recelo ante nadie, por mucho que viniera cualquier visita inesperada, o desconocida incluso, eso le hacía granjearse el afecto de todo el que entrara por la puerta. Eligió a Esperanza como su madre protectora y, tal y como todos hacemos, él también se cobijaba en ella y nada le gustaba más que dormirse en su regazo. Cuando Esperanza marchaba de casa le faltaba el don del habla para preguntarnos por ella, pero a su manera es lo que hacía.
Y así han pasado más de 15 años, maravillosos años en los que ha habido de todo y, puertas para adentro, todo compartido con Zaky. De habitual se sentaba en medio de las conversaciones, como si no quisiera perderse detalle de lo que aconteciera. Con el paso de los años, los chicos fueron saliendo de casa y las habitaciones se fueron quedando vacías, a menudo se subía a sus camas, quién sabe si como para demandar una explicación del porqué estaban vacías. Pero no se le puede explicar a un gato que la vida de los hombres rara vez se desarrolla en un mismo espacio. Pero cuando sus "hermanos": Enrique, Alex y Paul, de vez en cuando se devolvían a casa, él acudía a su lado como para decirles que se alegraba de verlos. Después, ellos se iban a hacer sus vidas bajo otros techos, quedando bajo éste ya sólo los tres: él, su mamá y yo, inseparables, haciendo el tránsito por las nuestras.
Hoy de madrugada, en los brazos de Paul, ha exhalado su último soplo de vida y nos ha dicho adiós para siempre. Se lleva consigo el inmenso amor de quienes le hemos querido, su familia, los suyos. Su recuerdo se queda entre los rincones de esta casa, una casa que nadie sabe hasta cuando nos seguirá perteneciendo porque esta crisis nos tiene encogida el alma y los dineros.
Los cinco hemos cogido delicadamente su cuerpo y, con la sensación del que se sabe formando parte de un momento transcendente, lo hemos enterrado en un lugar alto, bello y discreto, del monte que rodea el pueblo donde nació, vivió y... hoy murió. Quiero pensar que, ya fuera de su cuerpo, ha podido observar la imagen de una familia unida en el dolor alrededor de la tierra que acoge sus restos.
Querido amigo, gracias por tantas horas de discreta compañía. Jamás me imaginé que un animal pudiera hacerme sentir tanto amor.
Zaky no te olvidaré.