Una tenue luz de amanecer comienza a iluminar discretamente
los tejados, lo hace justo con ese tono rojizo que, con dificultad, se abre
paso a través de una neblina insólita, mezcla de nube baja y nube tóxica. Desde
la cama, él puede ver esa silueta urbana, fría y desalentadora, que desde su
apartamento viene observando con pereza cada mañana, cada invierno, desde la
soledad que habita en su dormitorio desde que ella decidió que no más.
Ya hace algunos minutos que sonó el despertador y ahora el reloj dice que faltan diez para las ocho del día de hoy: 1º de febrero. Ese es
el límite que le obliga a saltar de la cama y, como casi siempre, una vez más, se
estrella contra las puertas del armario imposibilitado para tomar recto el camino
que conduce a la ducha. Por fin, bajo el agua tibia, mueve la cabeza de lado a
lado mientras siente el crujir de sus descolocadas cervicales, cric, crac…
Mientras se seca, al otro lado del espejo, observa la imagen
de un tipo al que no consigue acostumbrarse, al que niega ser la versión
desordenada, y algo avejentada, de sí mismo; una imagen privada de encanto, una
facha impresentable. Él, que siempre se reconoció como un seductor de altos
vuelos, ahora se ve entrando en pérdida. La decrepitud anuncia su presencia
descubriendo que terminará abrazándolo en un futuro que ya se anuncia. Piensa
que tal vez podría llegar a reconciliarse con el que será, pero siente que en
ese por venir, si continua viaje por el camino que transita, se alejará demasiado deprisa de aquel
que fue; y no le gusta el menú que la vida le presenta, un trago que duda poder
digerir. Siente que cada vez le aprieta más el nudo de la maldita corbata que
estrangula su ánimo y sus ganas. Cuarenta y ocho primaveras empiezan a ser
demasiadas como para no presentir el otoño.
Dispuesto a encarar la rutina diaria, calienta un café que
apura mientras su mirada se pierde a través del ventanal. El sol intenta
abrirse paso, pero es demasiado el humo subyacente e irremediablemente todo se irá
tornando a gris, como ayer, como anteayer. Se ve reflejado en el vidrio. Levanta la mirada y encuentra una
luna menguante rezagada que le invita a un instante de reflexión. En un momento
inusitado, por primera vez en mucho tiempo, siente que se ve con fuerzas para cambiar
el rumbo y es, justo en ese instante, que visualiza otro horizonte rectificando
errores.
1º de febrero es sólo una fecha, puede que algo más… tal vez
un punto de inflexión.