Como cada año, por estas fechas, se tiende a hacer balance
de lo que nos ha deparado la vida durante el ciclo alrededor del sol que se cierra; ello, es habitual, se
acompaña con la emisión de algunos propósitos de enmienda para el que comienza.
Hay quien estas cosas mejor se las plantea de septiembre a septiembre por
aquello de que, concluidas las vacaciones, toca remangarse y entrar en faena.
Lo cierto, es que la mayoría venimos a hacer este ejercicio justo con las 12
campanadas. Mentiría si dijera que me sitúo al margen de este hábito.
2017, además de ese empacho catalán, hay que reconocer que
ha tenido otros affaires. Tengo la
sensación de que, la
sociedad que nos acoge, en su conjunto, podría afirmar que no ha sido un año en el que las cosas hayan
empeorado; si exceptuamos la pertinaz sequía, la maldita violencia de género y
la cuestión de los dineros públicos mal empleados, cuando no sustraídos. Con
todo y con ello, si salimos a la calle, no se percibe pesimismo ambiental; otra
cosa son las expectativas particulares de la gente de a pie, es decir, la de la inmensa
mayoría, a la que, a pregunta de si están mejor o peor que hace 365 días, es
posible que respondan que no ven con optimismo el futuro, el suyo.
De una década a esta parte, tengo tendencia a restar los
años que van pasando como uno menos de los que me queden, sin saber obviamente
cuántos, cuando lo suyo, pensando en positivo, debiera ser celebrar que acumulo
un año más. El matiz es esencial. En el primer caso, se denota el
presentimiento de que la cosa se va acabando; en el segundo, el de la suma, que se
celebra seguir estando vivo acumulando experiencia. Hoy quiero sentirme y
expresarme así.
El año que ha concluido me ha deparado momentos maravillosos
ejerciendo lo que más amo: hacer música. Y sí, ya lo he dicho, me hubiera
gustado haber hecho más conciertos pero… ¿qué queréis que os diga?: no siempre
se encuentra hueco donde alojar los sueños. Aun así, en febrero pasado,
presentamos un disco del que me siento muy orgulloso: “Crónicas de un Tiempo
Raro”. También, en esas mismas fechas, hicimos uno de esos conciertos que quedarán
en la historia de Asfalto como un hito, tal vez insuperable. La banda ha
madurado mucho, está espectacular. Confieso
que solo deseo que se sostenga así por mucho tiempo: ilusionada e intacta. No
va a depender de mí que así sea.
En el plano personal me encuentro bien. Uno de los
propósitos que me hice el año pasado por estas fechas, lo he cumplido: camino
un promedio de siete kilómetros por día, he controlado mi alimentación y mi
estado físico es más que aceptable; hasta me fumo un cigarrillo de vez en cuando para celebrarlo. En el plano de los afectos siento que quiero y soy
querido, cada vez más. Mi familia crece unida y en paz.
En septiembre, entregué mi primera novela: “La Mirada
Ausente”. En estos momentos está en manos de quien compete en espera de la decisión
de un potente editor, igual, sea como fuera, este año verá la luz. Presiento
que os va a gustar la historia que cuenta.
En este afán por mantener mi mente y mi espíritu en armonía me mantengo activo: sigo sorteando el nocivo influjo del sillón al que la mayoría de la gente de
mi edad termina imantada. Ya se ve que no paro. Llevo un mes trabajando en el que será mi
cuarto álbum publicado bajo mi nombre al margen de Asfalto. La cosa progresa
adecuadamente y, si nada lo complica, lo
normal es que en primavera haya un nuevo disco en nuestras manos; y, lo mejor:
he conseguido configurar una banda para defender en directo esa parte de mi
obra que no es menor en mi acerbo ni en mi ilusión.
Solo me resta deciros que me siento en plenitud, que estoy
bien pleno de energía e ilusionado por todo lo que haya de depararme el nuevo
año y los que vengan. Por supuesto, cuento con todos vosotros, mis amigos, mi estímulo... Os
necesito. Una vez más, gracias por seguir manifestándome vuestro afecto a través de
tantas y tan diversas formas.
Una brazo a todos. Feliz año nuevo.