El
valor de lo esencial está ponderado por una serie de factores tremendamente
difusos. Cuando somos jóvenes nos cuesta aceptarlo. Convivir con ello,
manejarlo, es algo que intentamos con empeño en los años de la plenitud. Pero
cuando ya vamos siendo mayores, se nos antoja una digestión imposible. Al menos
ese es mi caso. Ahora que me veo intentando mantener el equilibrio, con un pie
de facto en la tercera edad, siento que renace el rebelde que fui.
¿Y
qué es lo que es esencial? Definitivamente: la vida, porque, después de ella,
como mucho, se puede aspirar a ser un recuerdo en mentes igualmente
perecederas. Es por eso que cada vez me subleva más la estupidez y el egoísmo a
ultranza que denoto en esta sociedad que tanto me ha decepcionado. Aquí, el que
puede pillar pilla y el que no, fríase en la sartén que algunos sujetan por el
mango.
Dicho
esto, sin voluntad de escalar los cerros jienenses que quedan detrás de Úbeda, voy a lo que voy al
respecto del ruido de sables que se ha desatado (una vez más) en la Sociedad
General de Autores… y Editores.
A
veces, demasiadas, se confunde el sentido de una alianza por intereses
colectivos con los individuales de quienes integran el conjunto. Pero cuales
deben primar, ¿los unos o los otros?
Si
damos por cierto que la SGAE es una entidad cuyo fin es la gestión económica de
los derechos autorales individuales, es evidente que primero la pasta y después
ya se verá. Pero si aceptamos eso (yo no) como argumento esencial, puede que
estemos enterrando la función de ser esta Sociedad, la que se ha dado el colectivo autoral para su protección gremial, el instrumento
capaz de contribuir a garantizar la dignidad del creador y del desarrollo de su
oficio. Algo que está en la esencia fundacional de la misma.
Ahora,
a las puertas de una trascendente Asamblea Anual, asistimos a una pelea que surge
en medio de un fuego atizado por intereses económicos puramente individuales; así, al albur
del enorme poder que los editores han conseguido dentro de la Sociedad, con sus
peajes a los autores, y digo peajes por no decir expolio, están procurando el
enfrentamiento entre los autores listos y los tontos.
Son
listos los que han aceptado su juego y somos tontos los demás, aquellos que nos
sentiríamos heridos en nuestra dignidad de creadores si tuviéramos que
supeditar nuestra obra al carácter funcional que otros diseñan para la misma, reduciéndola
al servicio de sus espurios intereses. Con ello, los creadores, terminan alejándose de la
esencia de la creación artística: el impulso emocional. Con tristeza se permite que quede convertida en una
simple interpretación para cuando casi nadie la escucha, y en muchos casos reducida a algo que ni tan siquiera es audible. Pobre de Don Ruperto Chapí, si
levantara la cabeza, sacaría a patadas a los mercaderes de este su templo.
Claro
que sí, podemos leer y escuchar argumentos emitidos por los beneficiarios de ese procedimiento que se emiten para enmascarar
objetivos obvios, enfundándolos en un patético disfraz que rasga la inteligencia. Como se justifica lo
injustificable dependiendo de cuanto beneficia a unos, en detrimento de todos. En
definitiva, cuanta insolidaridad y cuanta poca vergüenza… a la hora de
establecer alianzas dinerarias buscándole la trampa al sistema.
Entre
tanto, se cierne sobre todos un cambio en la ley que oscurecerá el futuro, de
por sí ya sombrío. Una ley que nos lo pondrá imposible a todos. Y todo esto mientras, los
nuevos compositores, los que deberían estar llamando a la puerta, no se atreven
a hacerlo porque les asusta el ruido que se escucha desde la calle. Que pena me
da de ellos, lo tienen aún mucho peor que lo tuvimos nosotros.
Lo
esencial es esto señores: sin matices, sin egoísmos, sin amiguismos, sin politiqueos,
sin la búsqueda de prebendas, sin el anhelo de cargo alguno. Créanme, mi
carrera profesional está ya amortizada, aunque activa, nunca seré más de lo que
ya he sido. Ya sólo anhelo a que por más años pueda seguir haciendo música…
y ustedes que la escuchen, si así lo esiman.
En
paz.
Julio
Castejón.