Justo estrenando un nuevo año, por todos los medios se publican balances de lo bueno y lo malo que tuvo el que acabamos de dar por finiquitado, 2018. En nuestro periplo alrededor del sol, de nuevo volvemos a situarnos en el punto de partida invocando, cada cual a sus dioses, dichas y venturas para el que ahora se inicia. En este viaje, yo siento como que, la vida a nuestro entorno, se va adaptando año tras año a lo que hay.
En el pasado, a estas fechas le sumaba un montón de propósitos que, semanas después, terminaban diluidos en nada. Y así, irremediablemente, de vuelta la burra al trigo. Y es que, la inercia en el sentido de la marcha siempre me devolvía a la maldita senda trazada. Ya me he hartado de ponerme tareas, retos y metas que terminan dañando mi autoestima y creándome problemas de conciencia. ¿Será que este joven, el que sigo siendo a mi pesar, comienza a asentarse en la edad cierta que voy teniendo?... Tal vez sí. Ya es como que ni le pido peras al olmo, ni me obligo a nada, harto de tanto compromiso asumido a lo largo de mi existencia. Sinceramente, ya estoy por dejar que la vida fluya lo más relajadamente posible. Pero no por ello hago el viaje sin dejar de observar el paisaje. Es algo que me ocurre incluso desde bien niño. Cuando viajaba con mis padres en aquellos expresos nocturnos, en aquellos departamentos de la 2ª clase, no paraba de mirar a través del cristal de la ventanilla escrutando la oscuridad utilizando mis dos manos como las anteojeras que se le ponían a los burros. Ahora me sucede igual, siempre quiero saber por dónde y adónde vamos cuando no soy yo quien conduce. Y es así que, observando el panorama actual, me surgen muchas preguntas sin respuesta al no entender mucho de lo que veo, o dejo de ver.
Crecí formando parte de una generación esperanzada, privilegiada por ello. Una generación que no sufrió la guerra que tuvieron que afrontar las que nos precedieron. Una generación que, por primera vez, alcanzaría niveles de confort impensados por nuestros padres. Pues bien, pese a ello, las nubes bajas hoy vuelven a situar la niebla frente a nuestros ojos. Me revelo ante tanta injusticia, tanto necio, y tanta amargura como la que viven los que se ven incapaces de alcanzar ese paraíso ficticio que se nos anunciaba al que llamábamos progreso. Veo mucha gente infeliz a mi alrededor sufriendo la quiebra del modelo que se nos vendía como paradigma, la llave que abría las puertas de acceso a la felicidad.
Hoy, con dolor, vemos náufragos en el mar; náufragos en la calles; en nuestras familias…¿Qué hemos hecho tan mal?... Cuando veo a un joven abrazando las ideas nacionalistas del pasado, absurdas y fracasadas, revelándose contra todo sin esgrimir argumentos coherentes, me pregunto: ¿a dónde hemos llegado? Cada vez son más los reaccionarios que van tomando el poder, los cautos acojonados, los intelectuales con miedo de manifestar sus ideas e ideales. Me irrito especialmente con los profesionales de la opinión, opinando al servicio de la voz de su amo. Me aterroriza que el poder de decisión lo estemos dejando en manos de locos e iluminados. Democracia, sí, pero así no… ¿Quién ha desalojado a la inteligencia del poder?
Intuyo que estamos tomando un camino que solo conduce al abismo. Y mi miedo no es mío, ni es por mí, que ya tengo la vida más que amortizada, si lo siento es por las generaciones que han de precedernos. ¡Qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos...!, decíamos, pero, observando su pasividad, comienzo a pensar en qué hijos vamos a dejar al mundo. Lo siento pero no veo un discurso joven, renovador, medrante, como el que surgió del 68 que contribuyó a denunciar la injusticia, a atizar las ideas, surgiendo un nuevo pensamiento crítico que acabó, entre otras, con la guerra del Vietnam. Y sí, estoy de acuerdo, no todos éramos iguales pero, de algún modo, aquellos jóvenes contribuyeron a que todos fuésemos más libres e informados.
Hoy, siento como que vuelven hábitos del tiempo de la esclavitud. La tiranía del sistema, de las grandes corporaciones, descaradamente consideran al individuo como elemento al que explotar, elemento de la cadena de producción sustituible a corto plazo por la máquina, en cuanto se pueda. Mientras, se va sacando del trabajador su tiempo, su esfuerzo, ello a cambio de una pequeña renta que va convirtiéndole de a poco en un elemento deudor para con el sistema. Lo peor, es que observo como va generalizándose la idea de que, aquí, sálvese quién pueda y ello me causa desolación y cierta angustia.
Bajo estos parámetros, algunos seguimos observando la vida, la propia, como un devenir intrascendente. Cada superviviente se va posicionando del lado más tibio al sol y, a lo mejor, esa es la fórmula para evitar caer abatido cuando poco o nada se puede hacer por revertir la inercia. Es así, de natural, justificado, principio de subsistencia. No seré quien les recrimine por ello. Yo, que por fin he conseguido hacerme dueño de las agujas del reloj, hoy me permito hacer todo aquello que más me gusta hacer, pensando que no hay mejor manera de gastar mi tiempo, el que me reste. Pero aun con todo, en este viaje no quiero dejar de mirar por la ventanilla para observar el camino. Este viaje en el que ya no conduzco y del que ignoro el destino.
En el pasado, a estas fechas le sumaba un montón de propósitos que, semanas después, terminaban diluidos en nada. Y así, irremediablemente, de vuelta la burra al trigo. Y es que, la inercia en el sentido de la marcha siempre me devolvía a la maldita senda trazada. Ya me he hartado de ponerme tareas, retos y metas que terminan dañando mi autoestima y creándome problemas de conciencia. ¿Será que este joven, el que sigo siendo a mi pesar, comienza a asentarse en la edad cierta que voy teniendo?... Tal vez sí. Ya es como que ni le pido peras al olmo, ni me obligo a nada, harto de tanto compromiso asumido a lo largo de mi existencia. Sinceramente, ya estoy por dejar que la vida fluya lo más relajadamente posible. Pero no por ello hago el viaje sin dejar de observar el paisaje. Es algo que me ocurre incluso desde bien niño. Cuando viajaba con mis padres en aquellos expresos nocturnos, en aquellos departamentos de la 2ª clase, no paraba de mirar a través del cristal de la ventanilla escrutando la oscuridad utilizando mis dos manos como las anteojeras que se le ponían a los burros. Ahora me sucede igual, siempre quiero saber por dónde y adónde vamos cuando no soy yo quien conduce. Y es así que, observando el panorama actual, me surgen muchas preguntas sin respuesta al no entender mucho de lo que veo, o dejo de ver.
Crecí formando parte de una generación esperanzada, privilegiada por ello. Una generación que no sufrió la guerra que tuvieron que afrontar las que nos precedieron. Una generación que, por primera vez, alcanzaría niveles de confort impensados por nuestros padres. Pues bien, pese a ello, las nubes bajas hoy vuelven a situar la niebla frente a nuestros ojos. Me revelo ante tanta injusticia, tanto necio, y tanta amargura como la que viven los que se ven incapaces de alcanzar ese paraíso ficticio que se nos anunciaba al que llamábamos progreso. Veo mucha gente infeliz a mi alrededor sufriendo la quiebra del modelo que se nos vendía como paradigma, la llave que abría las puertas de acceso a la felicidad.
Hoy, con dolor, vemos náufragos en el mar; náufragos en la calles; en nuestras familias…¿Qué hemos hecho tan mal?... Cuando veo a un joven abrazando las ideas nacionalistas del pasado, absurdas y fracasadas, revelándose contra todo sin esgrimir argumentos coherentes, me pregunto: ¿a dónde hemos llegado? Cada vez son más los reaccionarios que van tomando el poder, los cautos acojonados, los intelectuales con miedo de manifestar sus ideas e ideales. Me irrito especialmente con los profesionales de la opinión, opinando al servicio de la voz de su amo. Me aterroriza que el poder de decisión lo estemos dejando en manos de locos e iluminados. Democracia, sí, pero así no… ¿Quién ha desalojado a la inteligencia del poder?
Intuyo que estamos tomando un camino que solo conduce al abismo. Y mi miedo no es mío, ni es por mí, que ya tengo la vida más que amortizada, si lo siento es por las generaciones que han de precedernos. ¡Qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos...!, decíamos, pero, observando su pasividad, comienzo a pensar en qué hijos vamos a dejar al mundo. Lo siento pero no veo un discurso joven, renovador, medrante, como el que surgió del 68 que contribuyó a denunciar la injusticia, a atizar las ideas, surgiendo un nuevo pensamiento crítico que acabó, entre otras, con la guerra del Vietnam. Y sí, estoy de acuerdo, no todos éramos iguales pero, de algún modo, aquellos jóvenes contribuyeron a que todos fuésemos más libres e informados.
Hoy, siento como que vuelven hábitos del tiempo de la esclavitud. La tiranía del sistema, de las grandes corporaciones, descaradamente consideran al individuo como elemento al que explotar, elemento de la cadena de producción sustituible a corto plazo por la máquina, en cuanto se pueda. Mientras, se va sacando del trabajador su tiempo, su esfuerzo, ello a cambio de una pequeña renta que va convirtiéndole de a poco en un elemento deudor para con el sistema. Lo peor, es que observo como va generalizándose la idea de que, aquí, sálvese quién pueda y ello me causa desolación y cierta angustia.
Bajo estos parámetros, algunos seguimos observando la vida, la propia, como un devenir intrascendente. Cada superviviente se va posicionando del lado más tibio al sol y, a lo mejor, esa es la fórmula para evitar caer abatido cuando poco o nada se puede hacer por revertir la inercia. Es así, de natural, justificado, principio de subsistencia. No seré quien les recrimine por ello. Yo, que por fin he conseguido hacerme dueño de las agujas del reloj, hoy me permito hacer todo aquello que más me gusta hacer, pensando que no hay mejor manera de gastar mi tiempo, el que me reste. Pero aun con todo, en este viaje no quiero dejar de mirar por la ventanilla para observar el camino. Este viaje en el que ya no conduzco y del que ignoro el destino.
Muy certero en tu análisis Julio.Mi hija tiene ahora 13 años y me acojona ver lo que estoy viendo. No tengo unas buenas sensaciones con lo que les va a tocar vivir. Y como tú dices... aquí cada cual se arregla su propio mundo...ha muerto la solidaridad.
ResponderEliminarQue pena, y que injusto para todos los que lucharon por un mundo mejor
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ResponderEliminarStephen King, que vivió como estudiante universitario todo el movimiento contracultural de finales de los sesenta, dice en su libro "mientras escribo": "¿qué que es lo que tengo contra la gente de mi generación? Bien, tuvimos la oportunidad de cambiar el mundo y lo cambiamos por un microondas. Los de vuestra generación también sois responsables."
ResponderEliminarComo siempre y una vez más me resultan agradables tus comentarios , tienes ese "don" de la palabra limpia que solo puede fluir de un alma noble.
ResponderEliminarNo sé si responder ahora llega tarde ; pero ya hace mucho tiempo que no me molesto en abrir el Facebook ( y no me entero de algunas cosas ) y realmente lo siento por la poca gente que aprecio de todo corazón . Y es que cada vez que entraba , me encontraba con supuestas "personas amigas" que cada día me decepcionaban un poco mas y al final solo me dedicaba a borrar "amigos" y a quitar mis fotos y comentarios ; porque creo que en general no merece la pena abrir tu corazón a quién no sabe valorarlo . Me resulta tan ofensivo que me tomase la molestia en escribir algún comentario sobre algún hecho que fuera la noticia en ese momento , intentando no ofender a nadie y sobre todo resaltando el valor humano y me aparecían uno o dos "likes"y luego va alguien y pone un video de unos gatitos , o de una o varias persona cayéndose ( jamás he entendido porque verse caer a alguien te hace gracia ) y le ponen 68 "likes" . Y yo no busco el "like" de nadie a estas alturas ( nací en el 60 ) mi vida esta muy clara y no necesito ningún tipo de aprobación de nadie para ser feliz ; pero el hecho de que nadie se moleste en leer un comentario sincero me decepcionó tanto ...
Y luego ver los likes en videos de dudosa credibilidad , manipulados por los de siempre , me revuelve el estómago . El día que me decida , abro el facebook y me voy a quedar con una docena de personas a las que respeto y me interesan y los demás a ver gatitos .
Con respeto a los tiempos que vivimos hay una cosa muy curiosa que siempre me ha dado vueltas en la cabeza , cuando era chaval y flipaba escuchando " días de escuela" , la frase final de " enseña a tu hijo ... o enseña a tu hijo a amar la libertad ... " sonaba como magia en el aire , era una declaración de unos principios tan bellos que te orientaban el alma como la flecha de una brújula buscando el norte .
El tiempo ha pasado y los suaves cantaban : " las vueltas que da la vida , el destino se burla de ti ... " , cierto , muy cierto , al final no tuve nunca ningún hijo ; pero trabajo en un instituto desde hace 44 años y he visto año tras año como ha cambiado la juventud , no quiero ponerme tremendista porque con este tema podría escribir un libro y siempre salta alguien que dice : " hay gente joven muy buena " , cierto , muy cierto , lo que ocurre es que se van cambiando los porcentajes , antes por cada 8 había dos que tal ... y ahora por cada dos hay ocho que ... . Tienen mucha falta de respeto a todo en general . Fuman Maria antes de entrar en clase , roban , son cínicos de serie ... para que hablar , es muy triste el mundo que vamos creando .
Posiblemente todos tengamos un poco de culpa ; pero mucho más los que no hacen nada por cambiarlo por el bien general .
Un abrazo y sigue disfrutando del trayecto .