Las hormigas suben desde el suelo por el cable que
alimenta mi ordenador. El pequeño jardín de casa es el espacio en que hemos
decidido convivir; ellas no entran y yo, en agradecimiento, de vez en cuando,
les dejo en el suelo algún residuo comestible que hacendosas se llevan a sus
despensas de invierno, supongo.
He observado a las hormigas desde que las descubrí, siendo bien pequeño, en el patio comunitario de mi casa, cuando mi mirada
quedaba muy próxima al suelo. Me sorprendió hace unas semanas que, Alan, el
hijo de Paúl, mi nieto, con tan sólo ocho meses, hiciera lo mismo. ¿Será que
los niños, sobre todo los curiosos de nacimiento, sintamos la inquietud de
observar a esos pequeños seres; justo los que, en mayor número, pueblan este planeta?. Tal vez. Luego crecemos y, se ve que, al alejar nuestra vista del suelo, perdemos el
interés por las pequeñas cosas.
No, definitivamente no es el ser humano ni tan
elegido por los “dioses”, ni está tan posibilitado de alterar el orden que la
naturaleza ha diseñado para sí misma. Que se nos quite de la cabeza. No somos el centro de la creación; si es
que, con nuestra manifiesta estúpida vanidad, eso nos hemos llegado a creer. El
desarrollo de nuestro cerebro, el que nos confiere atributos perversos como la
capacidad de manipular determinados aspectos del equilibrio natural, es un mero
accidente cósmico. Puede que en algún momento, la naturaleza rectifique y ponga las
cosas en orden.
Volviendo a las hormigas, ellas sí se integran
dentro del equilibrio natural. Lo vienen haciendo desde hace millones de generaciones.
Observarlas me lleva a pensar en lo efímero de su existencia como individuos
pero en la durabilidad de su presencia por siglos. Y en esas, pienso en
nosotros, en el ser humano, en lo efímero y mezquino de nuestro paso por
la vida; siempre enredados en la necia tendencia de querer alterar las reglas
bajo las cuales, sólo puede sostenerse nuestra supervivencia como especie en el
planeta.
En el plano individual, lo que somos, surge de
quienes hemos sido, de cómo nos ven los demás y del rastro que hemos dejado al
hacer el camino. Las chicas y chicos de mi generación, aquellos que vibrábamos
en la misma frecuencia "modulada", vivimos apasionadamente el tiempo que nos
tocó. Un tiempo lleno de estímulos que nos invitaba a medrar e intervenir para
que las coas mudaran socialmente a mejor. Creíamos cambiar el mundo con la imaginación
aprendiendo a ser profundos en cada conversación. Cada cual buscaba su nuevo
horizonte más allá de la realidad que nos venía dada, pero la mayoría de
nosotros terminó perdido en el camino; bien atacado de dudas o bien secuestrado
por las responsabilidades adquiridas durante el viaje. Creíamos volar, cierto,
a veces tan alto que el sol terminó fundiendo nuestra alas de cera,
irremediablemente terminamos dando contra el suelo en un aterrizaje forzado y
forzoso.
Aquellos jóvenes nos fuimos haciendo mayores, no
podía ser de otra forma. Viéndonos comprometidos con las responsabilidades asumidas, cada
cual las suyas, pero todas de naturaleza muy parecida. Los días se nos
fueron haciendo cada vez más cortos e iguales y un ayer cada vez se parecía más
a un hoy, sin que se pudiera vislumbrar razón alguna para intuir que un mañana
fuera a ser diferente. Qué aburrimiento. En definitiva la vida tornó en
una rutina demasiado gris. Cansados, nos fuimos aplastando en los sillones del
conformismo.
Pero han pasado los años y, aquello que nos
producía miedo, aquel temor a descarrilar, se ha diluido en nada. Y es que nada
de lo que un día fue objeto deseado, hoy lo es. El joven, que jamás dejó de
vivir en nosotros, ahora se subleva y nos viene a decir que aún estamos a tiempo
de rectificar. Y sentimos que está en nuestra mano ser quienes realmente
queremos ser, es cuestión de aprender a decir no a todo aquello que nos roba el
oro y el tiempo… ¿Para observar hormigas?.
Por cierto, veo que no todas giran alrededor del
hormiguero, alguna se atreve a recorrer distancias mayores.
3 comentarios:
Precioso!!...
«aún estamos a tiempo de rectificar». Nunca es demasiado tarde. Gracias Julio por compartir tus reflexiones.
Siempre he pensado en esta cuestión, ¿Quien es el verdadero ser vivo, la hormiga o el hormiguero.?. A priori, la hormiga. No creo que el hormiguero pudiera evolucionar y convertirse en otro ser más complejo de lo que es, dado que ya lleva millones de años, siendo así. Pero un resquicio de duda, sigo teniendo al respeto.
Y lo que me llama la atención de tu texto, es eso, que nosotros como individuos, estamos formados por millones de células, si un extraterrestre no pudiese percibirnos, pero si pudiese percibir las células que nos conforman, pensarían, que el ser vivo es la célula, no nosotros. Del mismo modo, otro ser extraterrestre podría percibir una ciudad como un ser vivo...o no...y así hasta lleguar al universo....y esto enlaza con eso que mencionas de que vuestra generación fue apasionada e idealista, con una nolstalgia que es el reflejo a su vez de lo social, puesto que al final, esa generación murió, como morirá esta y la próxima, y la humanidad, y el universo...y sin embargo, a la vez quedará un reflejo de ello en algún lado, como si de un holograma se tratase. Y en este sentido, solo podremos rectificar cuando sepamos que somos parte de todo, como dices en la canción..."somos uno...y todos somos los demas, recorremos el mismo camino".
Y menuda paja mental que me acabo de montar...perdona...pero esto es lo que me haces reflexionar. Es culpa tuya. Gracias por el texto. Un placer.
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