Seguramente sonó el aplauso más grande de toda la noche cuando en pleno énfasis final, Salvador Domínguez, líder de "Banzai", saltó desde la tarima de la batería y desapareció del escenario cual si de un efecto escénico se tratara. Los que poco antes habíamos pisado aquella raquítica estructura presentimos el drama y acudimos de inmediato al back stage donde, afortunadamente, descubrimos que el larguirucho esqueleto del músico se mantenía intacto. Aquella tarde-noche del 21 de julio de 1984, fue la última vez que tocamos en el ya por entonces muy reconocido Festival de Mazarrón. Cuando Marcos Rubio, actual director del Festival Leyendas del Rock, me llamó a primeros de año para invitarme a participar, debo reconocer que, cuando menos, me pareció de justicia unir de nuevo dos nombres legendarios dentro del rock nacional: Asfalto y Mazarrón.
Al subimos la otra noche a ese escenario, no pude evitar recordarle a la gente la fecha de mi última visita con Asfalto a esas playas. Les comenté que si en 1984 me hubieran dicho que, casi un cuarto de siglo después, iba a tener la oportunidad de poder observar un paisaje tan similar, y no me refiería a esa zona de la maltratada costa mediterránea, si no a la avalancha de camisetas negras, pelos y tachuelas; sinceramente, no lo hubiera creído. Viti Ilarraza, el actual batería de Asfalto, era la primera vez que acudía y me dijo que, viendo la concentración de fieles, sintió como que estaba observando una imagen del pasado; curioso que él lo dijera porque, precisamente por cuestiones de edad, se perdió asistir a la inmensa mayoría de los festivales de rock que surgieron en nuestra geografía a finales de los setenta y que se mantuvieron hasta bien avanzados los años ochenta. En realidad la imagen, más o menos estereotipada de los festivales de rock, dominados en su mayor parte por la estética heavy, ha creado toda una iconografía que se mantiene bastante intacta en el tiempo. Así, si se volvieran a repetir: Woodstock, Monterrey, Wight, etc, sin duda todos acudiríamos perfectamente uniformados para la ocasión de forma tal que nunca una fotografía de los hijos se pareciera tanto a otra de sus padres, no es de extrañar que Viti Ilarraza tuviera la sensación de estar observando un evento propio de otro tiempo. Le comprendo.
La pregunta es: ¿Qué lleva a la gente hasta un festival como este? Quizás la respuesta: asistir a esa especie de ceremonia de lo irrepetible. Estar allí significa principalmente eso, poder contar que se estuvo. Por supuesto que la música y los grupos son el principal argumento que los mueve pero, sin duda hay algo más. Participar en el evento es un ejercicio de auto ratificación que viene de perlas para certificarse cada cual como se siente que es; y, situándose justo al lado de otros con los que comparte criterios que van más allá de ser sólo musicales, puede que hasta filosóficos, notar el contacto con la tribu a la que uno entiende que pertenece. Y es eso lo que definitivamente pienso que, a pesar del paso de los años, se mantiene intacto. La fidelidad de las tachuelas, como yo lo defino, no es cosa intrínsicamente ibérica, para nada, de ahí que sigan convocando audiencia los grandes nombres del rock mundial en cada uno de sus conciertos; en esto, como en tantas otras cosas, España no es diferente.
Sostengo que nos diferencia que las estructuras públicas y políticas, las que ostentan el poder social y los medios, sigen marginando al rock, y así los resultados: un espacio poco confortable para acoger a miles de personas que ni tan siquiera encuentran un sito para sentarse; controles policiales por todas partes en un ejercicio de vigilancia intensiva cual si de una concentración de adolescentes se tratara; silencio administrativo y publicitario; y un largo etcétera que nos lleva a la conclusión de que son pocas las cosas que han cambiado en veinticinco años y que, tras un joven, o no tan joven, con apariencia rockera, sigue habiendo sospechas, cuando la realidad es que se trata de un público bastante más civilizado que muchos otros. En fin, vivimos donde vivimos y esta sociedad es la que es. ¿Cómo la cambiamos? No lo sé, pero tal vez empezaríamos a arreglar algo si nos permitieran hablarlo o escribirlo en los medios masivos y no sólo utilizando la imagen del rockero de forma satírica para anunciar un sorteo. Qué pena.