domingo, 31 de agosto de 2008

La Fidelidad de las Tachuelas

Seguramente sonó el aplauso más grande de toda la noche cuando en pleno énfasis final, Salvador Domínguez, líder de "Banzai", saltó desde la tarima de la batería y desapareció del escenario cual si de un efecto escénico se tratara. Los que poco antes habíamos pisado aquella raquítica estructura presentimos el drama y acudimos de inmediato al back stage donde, afortunadamente, descubrimos que el larguirucho esqueleto del músico se mantenía intacto. Aquella tarde-noche del 21 de julio de 1984, fue la última vez que tocamos en el ya por entonces muy reconocido Festival de Mazarrón. Cuando Marcos Rubio, actual director del Festival Leyendas del Rock, me llamó a primeros de año para invitarme a participar, debo reconocer que, cuando menos, me pareció de justicia unir de nuevo dos nombres legendarios dentro del rock nacional: Asfalto y Mazarrón.

Al subimos la otra noche a ese escenario, no pude evitar recordarle a la gente la fecha de mi última visita con Asfalto a esas playas. Les comenté que si en 1984 me hubieran dicho que, casi un cuarto de siglo después, iba a tener la oportunidad de poder observar un paisaje tan similar, y no me refiería a esa zona de la maltratada costa mediterránea, si no a la avalancha de camisetas negras, pelos y tachuelas; sinceramente, no lo hubiera creído. Viti Ilarraza, el actual batería de Asfalto, era la primera vez que acudía y me dijo que, viendo la concentración de fieles, sintió como que estaba observando una imagen del pasado; curioso que él lo dijera porque, precisamente por cuestiones de edad, se perdió asistir a la inmensa mayoría de los festivales de rock que surgieron en nuestra geografía a finales de los setenta y que se mantuvieron hasta bien avanzados los años ochenta. En realidad la imagen, más o menos estereotipada de los festivales de rock, dominados en su mayor parte por la estética heavy, ha creado toda una iconografía que se mantiene bastante intacta en el tiempo. Así, si se volvieran a repetir: Woodstock, Monterrey, Wight, etc, sin duda todos acudiríamos perfectamente uniformados para la ocasión de forma tal que nunca una fotografía de los hijos se pareciera tanto a otra de sus padres, no es de extrañar que Viti Ilarraza tuviera la sensación de estar observando un evento propio de otro tiempo. Le comprendo.

La pregunta es: ¿Qué lleva a la gente hasta un festival como este? Quizás la respuesta: asistir a esa especie de ceremonia de lo irrepetible. Estar allí significa principalmente eso, poder contar que se estuvo. Por supuesto que la música y los grupos son el principal argumento que los mueve pero, sin duda hay algo más. Participar en el evento es un ejercicio de auto ratificación que viene de perlas para certificarse cada cual como se siente que es; y, situándose justo al lado de otros con los que comparte criterios que van más allá de ser sólo musicales, puede que hasta filosóficos, notar el contacto con la tribu a la que uno entiende que pertenece. Y es eso lo que definitivamente pienso que, a pesar del paso de los años, se mantiene intacto. La fidelidad de las tachuelas, como yo lo defino, no es cosa intrínsicamente ibérica, para nada, de ahí que sigan convocando audiencia los grandes nombres del rock mundial en cada uno de sus conciertos; en esto, como en tantas otras cosas, España no es diferente.

Sostengo que nos diferencia que las estructuras públicas y políticas, las que ostentan el poder social y los medios, sigen marginando al rock, y así los resultados: un espacio poco confortable para acoger a miles de personas que ni tan siquiera encuentran un sito para sentarse; controles policiales por todas partes en un ejercicio de vigilancia intensiva cual si de una concentración de adolescentes se tratara; silencio administrativo y publicitario; y un largo etcétera que nos lleva a la conclusión de que son pocas las cosas que han cambiado en veinticinco años y que, tras un joven, o no tan joven, con apariencia rockera, sigue habiendo sospechas, cuando la realidad es que se trata de un público bastante más civilizado que muchos otros. En fin, vivimos donde vivimos y esta sociedad es la que es. ¿Cómo la cambiamos? No lo sé, pero tal vez empezaríamos a arreglar algo si nos permitieran hablarlo o escribirlo en los medios masivos y no sólo utilizando la imagen del rockero de forma satírica para anunciar un sorteo. Qué pena.


domingo, 3 de agosto de 2008

CASARRUBUELOS - Concierto 25-7-08

En los primeros años de la trayectoria del grupo, La Sagra, comarca al norte de la provincia de Toledo, se convirtió en todo un filón para los grupos de rock madrileños que en la segunda mitad de los años 70 paseaban sus nombres por las discotecas de la zona; así: Illescas, Esquivias, Borox, Recas, Pantoja, Numancia, Yuncos, Yuncler, Cabañas, y muchos otros pueblos, acogieron a los Ñu; los Burning; los Coz; y por supuesto, primeros que a ninguno, a los Asfalto (antepongo el artículo para citarlos como, a pie de terreno, se los denominaba).

Pues bien, Julian, el que es alcalde de Casarrubuelos, por entonces era uno de esos jóvenes que se desplazaba a escucharnos cada vez que caíamos por la zona. Más de treinta años después, enterado del regreso de Asfalto, albergando sus razonables dudas a cerca de cuantos quedaran de aquellos como él, quiso hacer un hueco en la programación de las fiestas de su pueblo para llevar al grupo justo al corazón mismo de la fiesta: la Plaza. La sorpresa fue mayúscula pues, ni en el mejor de los casos, el hoy presidente del consistorio municipal, pensó de cuan amplio iba a ser el poder de convocatoria que aún le queda al grupo en la zona.

Terminado el concierto, al igual que Tito, su concejal de festejos, era un hombre feliz porque había cubierto dos objetivos: el primero que le felicitaran por la iniciativa y el segundo, el de disfrutar de un concierto que, probablemente, le transportó a otro tiempo en el que ni de remoto se hubiera visionado así mismo como alcalde del único pueblo de la Sagra que por metros se le escapa a la provincia de Toledo para quedarse dentro de las lindes de la CAM.

Por lo demás, el concierto, en la línea de los últimos, es decir, una conjunción perfecta entre público y grupo que consigue que tanto los unos como los otros disfruten mucho.

martes, 1 de julio de 2008

El Niño y La Lluvia

Tuvieron que pasar muchos años para que, ya de adulto, el niño pudiera observar la piel del planeta desde las alturas; hasta entonces le había bastado con imaginarla bajo un paraguas. Calzado con botas de goma y cargado de infinita curiosidad, la visión de valles y cañadas, de ríos y de arroyos, la obtenía caminando a paso lento sobrevolando el curso de un río tan real como su imaginación quisiera permitirle. Eran días de lluvia. Días de mucha lluvia. Lluvia de muchos días que inundaba el parque del barrio dibujando a escala toda suerte de accidentes geográficos que, observados con su mentalidad aventurera, el niño suponía enormes territorios que explorar; y lo hacía, sobrevolándolos bajo un paraguas que para él simulaba la carlinga de un fantástico avión. Los observaba uno a uno y los bautizaba en voz alta como si estuviera radiando su descubrimiento para el mundo entero: «A la izquierda el valle de la piedra blanca; allá la desembocadura del río marrón, afluente del gran azul; y al frente el gran lago de los caimanes...» Es entonces cuando inclinaba su cuerpo para realizar un vuelo rasante que le permitiera una mejor visión. 

La aventura terminaba justo cuando el paisaje se tornaba inverosímil al fundirse el parque con la acera de la avenida que tomaba en dirección a su casa. Es entonces cuando aterrizaba en el mundo real y buscaba desesperadamente un charco donde enjuagarse las botas para presentarse ante su madre en aceptable estado de revista. «¿De dónde vienes con la que está cayendo?»  —Era interrogado— Le resultaba imposible dar explicaciones, escapaba rápidamente hasta su cuarto y, tumbado sobre la cama, repasaba mentalmente tan fantástica experiencia. Pero no podría contar nada. Era terrible no poder compartir los detalles del apasionante viaje que acababa de realizar. Siempre le preocupó quedar por insensato si los demás llegaran a descubrir esa tendencia suya a imaginar, a fabular, a reinventar la realidad; en definitiva, le preocupaba ser tomado por loco y quedar fuera del entorno que le había tocado vivir. Le aterraba no encajar en su mundo más cercano: el de su familia, el de sus amigos. 

Y se hizo mayor. Creció unido a un sentimiento de miedo a ser descubierto y no ser comprendido. Miedo a ser tomado por idiota si contaba a los demás los fantasiosos y casi constantes vuelos de su imaginación. Y fue consecuente con esa tendencia suya a ingeniar un mundo a escala que poder manejar en forma más confortable, más a la medida de sus posibilidades y se dedicó a escribir historias. Encontró de ese modo la forma de dar rienda suelta a su inventiva; ahora sí, si no conocía el mar, se lo inventaba y punto. Y si en ese afán de modificar la percepción de la realidad, la dimensión del mundo no resultara ser la que realmente es, qué más da. ¿Quién puede decir, o contradecir, cual es el tamaño real de las cosas si no es aquel que cada uno le atribuye según su punto de apreciación? 

Esta primavera ha vuelto a llover como en los tiempos en que llovía. Reconozco que sólo el olor de la tierra mojada produce en mí un efecto fascinante; así, cuando llueve, me gusta salir a pasear; y lo hago con gran placer. Ya no tengo botas de goma en la que meter mis pies, ni infancia en la que meter mi espíritu. Y es por eso que trato de evitar pisar los charcos; también, por qué no decirlo: en cierto modo a mí tampoco me apetece ser tomado por loco, y menos dar explicaciones de por qué tal vez lo soy. 

No estoy muy seguro pero creo que en estos días he vuelto a ver al niño bajo el paraguas; no lo sé, tal vez no fuera él. Eso sí, me he propuesto que, de aquí al próximo otoño, para cuando de nuevo regresen las lluvias, he de perfeccionar la técnica acerca de cómo se debe pilotar un avión bajo un paraguas.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Momento Mágico

Cuando la otra noche el regidor de producción entró en camerino y nos dijo: es la hora, cuando queráis. Tras él, en fila de uno, nos encaminamos por un pasillo estrecho y oscuro que nos condujo al exterior del edificio para subir por una escalera metálica muy empinada que conducía a la planta de arriba y que desembocaba justo en la parte trasera del escenario. Había comenzado a llover. De los cinco yo cerraba la comitiva, no sé, pero lo hago siempre así, digo yo que será para asegurarme de que no se me pierdan los compañeros o tal vez porque, caminando el último, observo a todos y confirmo que no estoy sólo. De igual modo siempre soy el último en subir al escenario. Llevo casi 40 años padeciendo lo que se llama miedo escénico, es como un cosquilleo por toda mi periferia, algo que excita el latido de mi corazón y mis manos tiemblan, tanto, que no suelo comenzar nunca el show con un tema que tenga dificultad de ejecución porque corro el riesgo de fallar bastantes notas. Somos muchos los que experimentamos esa sensación que describo, las celebres mariposas en el estómago que dicen muchos actores. A Terry, la tensión le desataba el vientre y aún recuerdo en alguna ocasión tener que esperarlo a la puerta del servicio mientras los silbidos de los más impacientes se iban ampliando. Lo cierto es que la otra noche había un plus añadido por cuan especial era el momento: Asfalto de nuevo sobre un escenario en la ciudad que lo vio nacer, menudo titular, y todo ello a pocos centenares de metros del local de ensayo de la vieja Aniana, justo donde tomaron forma nuestras primeras canciones. ¡Quién me lo iba a decir que treinta años después…!

Normalmente intento no mirar al público hasta que comenzamos a sonar, justo cuando el calor de los focos inunda el espacio que pisamos; la otra noche, en ese momento percibí un paisaje lleno de rostros sonrientes que nos enviaban un mensaje afectuoso que ya nos iba a acompañar durante las más de dos horas siguientes. Y así, poco a poco, del mismo modo que cuando uno salta al agua de una piscina, tras ese impacto brusco, comenzamos a sentirnos plácidos y relajados. Felices, inmensamente felices.

Me cuesta aunque quiera poder trasmitiros la cantidad de cosas que pasaron por mi mente, la cantidad de recuerdos, de sensaciones que, provenientes de otro tiempo, por causa de quien sabe que condición mágica, volvieron a posarse en mi alma. Cada canción, cada vieja pieza de ese puzzle que armamos entre un puñado de músicos, fue recomponiendo todo el mito que nos fue inundando poco a poco todos los sentidos, un caudal de sentimientos que cada cual siente como propios y exclusivos aún cuando son de todos. ¿Qué importa quien ha escrito la canción? La canción, cuando suena, ya es de todos; de la misma forma que un cuadro deja de pertenecerle al pintor cuando lo cuelga en la pared; los colores son propiedad de la mirada que los observa no de la paleta que los pinta y los mezcla.

Cuando era más joven; mejor dicho, cuando era joven, aceptaré que ya no lo soy; supongo que como tantos otros a esa edad en la constante búsqueda de la identidad propia, del espacio reservado y de todas esas tonterías que construimos en esos años para delimitar nuestro propio yo, ansiaba ser dueño de cosas, materiales en su mayoría pero también quería ser titular de intangibles tipo: respeto, reconocimiento, admiración, etc. Reconozco mi empeño y mi afán por dejar mi huella, por justificar mi existencia subrayando que estaba dispuesto a trascender, que el hijo de un ferroviario podría dar mucho juego si se ponía a construir canciones. Pues bien, si por entonces algún visionario, o alguien venido del futuro, me hubiera contado que tantos años después un buen puñado de seres humanos iban a sentirse emocionalmente vinculados con alguna de aquellas piezas surgidas como esbozos sobre un papel en la soledad de mi habitación, o en un sucio local de ensayos, justo en esos momentos en los que te adelantas a la llegada de los demás y en solitario la guitarra o el piano se hacen tu cómplice al servicio de una idea que te viene dando vueltas desde días atrás. Pues eso, que para nada me lo hubiera creído, pero, sucedió.

Debiera sentirme orgulloso porque algo así se haya materializado; pues no, no es esa la sensación que percibo, no desde el escenario, ni tampoco desde abajo, desde la vida misma. Cuando lo pienso es como que me siento una pieza dentro de un momento esencialmente mágico, un momento cierto; quizás sí, como alguien parecido al maestro de una ceremonia que posibilita la comunicación entre unos y otros, que, por momentos se materializa y todos somos capaces de ser felices a la vez. Me veo a mí y veo al grupo, todos convertidos en una especie de “médium” que conecta con un nivel sensorial superior utilizando el lenguaje de la música, un lenguaje que se percibe directamente con el corazón. Una ceremonia mágica y maravillosa que no se puede explicar, salvo a aquellos que son capaces de conectar en la misma frecuencia que tú.

Gracias por sintonizar y participar de ello.

sábado, 12 de enero de 2008

El Peso de la Evidencia

Hace unas semanas publiqué un comentario en este mismo blog que titulé "La Inercia de las Cosas" en él anticipaba algo que era crónica de una sentimiento que se debatía en mi, con ello, intencionadamente o no, da igual, quise elevarlo a público. Es una obviedad que estaba intentando recabar opiniones, tal vez para haceros cómplices de una decisión que estaba a punto de convertirse en inevitable; no es que quisiera convocar un plebiscito para refrendar una decisión que sólo a mi me competía ejercer, pero lo cierto es que sí me importaba, y mucho, conocer vuestra opinión. Pues bien, he recibido vuestro apoyo más unánime y esto ha terminado por darme el empujón necesario para situarme del lado de lo que, sin duda, se mostraba como la postura más coherente y aceptar una evidencia abrumadora: Asfalto sigue vivo y al parecer nadie mejor que yo para volver ha insuflarle aliento.

Por tanto, ya es oficial, el regreso de Asfalto va a ser una realidad en 2008. El nuevo disco "Utopía" se publicará bajo ese nombre y la banda que actualmente conforman los músicos de Arihan, será, en principio, y espero que por muchos años, quienes asumamos la responsabilidad de seguir haciendo honor a uno de los grandes nombres del rock nacional. Han sido muchos años de silencio, no giras, no discos; años en los que el mito, por contra de diluirse, se ha agrandado. Todos los que, en una u otra época, formaron parte de Asfalto son culpables de ello; entre todos realizamos una obra que nos sobrepasó.

En momentos como estos siento gran responsabilidad pues temo que alguien pudiera llegar a sentirse defraudado al ser yo el único miembro histórico que aparecerá en esta nueva edición, pero seré con gusto el eslabón necesario que una las piezas, algo que por otra parte tampoco es la primera vez que hago, ya lo hice en el 78, en el 87 e incluso en el 93. Una reunión de Asfalto con antiguos componentes se ha demostrado imposible en todos estos años, cualquiera que hubiera tomado esa iniciativa habría tenido mi apoyo, pero nadie lo hizo. Espero de igual forma contar con el afecto de todos los que estuvieron y ya no están. Asumo con ilusión la tarea de recuperar la memoria de la Banda escribiendo nuevas páginas en su larga biografía; puedo asegurar que los músicos que van a asumir este compromiso son de lo más digno que pudiera reunirse y lo comprobaréis pronto por vosotros mismos.

Por mi parte sólo os pido vuestro cariño, ni más ni menos que el mismo que me habéis dispensado en los últimos años. Confío en no defraudaros jamás y seguir manteniendo por siempre el espíritu que hizo grande a Asfalto, mi compromiso con la música por encima de cualquier otra cosa y esa especial sensibilidad para seguir comunicándonos.

Así será.