De natural me considero una persona inquieta, inconformista, un rasgo éste de mi personalidad en permanente conflicto con otro del que también me siento propietario: la tendencia al arraigo a ideas y a cosas. Sin esfuerzo alguno me mantengo firme en mis convencimientos hasta extremos que niegan la posibilidad de la duda. Soy un cabezota impertérrito y me irrito conmigo mismo cuando me descubro tan así. Pero la realidad es que me gusta sentarme en el mismo sitio y en la misma posición, realizo a diario meticulosamente los mismos movimientos mientras me seco al salir de la ducha, soy reacio a cambiar el lugar donde coloco mis cosas y me encariño con unos zapatos hasta el extremo de llorar su muerte cuando, cayéndose de puro viejos, no tengo más remedio que tirarlos al cubo de la basura. En definitiva soy un tanto maniático del orden que intento crear a mi alrededor, un orden que, tal vez, persigue edificar con coherencia mis propias estructuras mentales, referencias sustentadas en un principio fundamentalmente estético; cada cosa en su sitio y todas ellas en justa armonía. En realidad no sólo establezco un orden para las cosas, también lo hago para con las personas. Con criterios éticos las clasifico en donde mejor encajan y difícilmente las muevo de ahí; me niego a aceptar la traición del que quiero, me niego a reconocer la maldad del que admiro y el desamor de quien amo, seguramente pretendiendo sostener así mi propio orden vital, lo que me lleva a ignorar a menudo demasiadas evidencias.
En 1995 hice con Asfalto los últimos conciertos. En el último de todos, ni tan siquiera Cajide nos quiso ya acompañar. No tocamos bien aquella noche y cuando me bajé del escenario pensé que aquello debía darse definitivamente por concluido. Era un momento perfecto, estéticamente inmaculado pues justo hacia un año que habíamos publicado nuestro décimo disco: “El Planeta de los Locos”. A juicio de muchos un gran disco, un trabajo firmado por los cuatro componentes iniciales. Consideraba que era un broche de oro perfecto para dar por clausurada una larga trayectoria, dignidad para uno de los grupos referencia del rock español.
No tenía claro que quería hacer en un futuro y entre tanta duda dediqué mis esfuerzos a salvar de la quema “Libélula” la empresa discográfica que había creado hacía ya unos años, y que, como todas por aquellos años, era un barco pesado que navegaba por mares imposibles en constante peligro de desintegrase contra las rocas. Sin vocación gobernaba el timón como ejercicio de responsabilidad y a penas conseguí llevarlo a puerto pero, cuando lo hice, ya estaba para el desguace y yo arruinado moral y económicamente. A partir de ahí quise recuperar el tiempo perdido como músico y, pese a que tuve la tentación de volver a hacer Asfalto, elegí dejarlo como estaba y emprender un nuevo camino bajo mi propio nombre. No era cosa de mal despertar lo bien dormido.
Aún cuando a estas alturas tengo mis dudas de si puse detrás del proyecto “Julio Castejón” toda mi energía, lo cierto es que dos discos resultaron ser poco bagaje para edificar un nombre capaz de ligeramente hacer olvidar otros tiempos. Ni las ventas exiguas, ni los pocos conciertos que dimos, resultaron estímulo necesario como para que la banda que había estado a mi lado, Los Trípodes, se ilusionaran lo suficiente.
Y con esas que hace ahora casi dos años que aquello concluyó. Volví a escuchar de nuevo más invitaciones para que propiciara el regreso de Asfalto, pero por ese principio «ético/estético» del que hablaba más arriba, una tras otra, me negué a aceptar lo que tal vez hubiera sido lo más lógico siguiendo la inercia de las cosas. Una realidad que ha venido a decir que la memoria de Asfalto no se diluye a pesar del tiempo pasado y que, por más que lo he intentado, cada vez que me subo a un escenario, la gente, mayormente, quiere escuchar de mi justo ese repertorio.
Como todos sabéis, tras concluir la etapa “Trípodes” llamémosla así, quise optar por inaugurar una nueva fórmula: integrarme en un nuevo grupo que bajo un nuevo nombre alojara un proyecto nuevo; tal vez demasiados “nuevos” para un tipo que va para viejo. El proyecto lo bauticé como “Arihan” un nombre que no significa nada pero que comienza por “A” como ese otro que todos conocéis. Conseguí contar con unos músicos excelentes para llevarlo a cabo, gente de gran capacidad técnica para sustentar un complejo proyecto musical y nos pusimos a grabar. La primera sorpresa fue descubrir que dentro del grupo no había, en principio, más compositores que yo mismo; bueno, será cuestión de tiempo, pensé. Lo cierto es que el disco está grabado sólo con temas que reflejan mi forma creativa y, entre los amigos que lo han escuchado, una vez más, lo de siempre: que suena a Asfalto.
En esto, para el 2008, año en que estaremos estrenando este disco, se nos invita a participar en una gira marcada por claros ingredientes nostálgicos, y aceptamos porque sabemos que podemos hacer feliz a la mucha gente que acudirá a escuchar una vez más esas canciones; de paso nos permitirá, en pequeñas dosis, mostrarles por donde estamos, artísticamente hablando, en el siglo en que vivimos. Como no podía ser de otra forma, nos subiremos a esos escenarios para evocar la memoria de Asfalto y lo haremos bajo ese nombre porque lo contrario sería tergiversar demasiado, negar lo innegable, en definitiva, confundir. Me costó decidirlo pero lo he hecho y creo que acertadamente.
La pregunta que ahora muchos me hacen es la siguiente: ¿No sería más coherente que el nuevo disco se convierta en el décimo primero en la carrera de Asfalto? A día de hoy no tengo respuesta pero, algo que durante muchos años he tenido muy claro, ahora siento como que se me comienza a enturbiar; y es que la inercia de las cosas, a veces, es más fuerte que nuestra propia voluntad. Ayuda.
Julio Castejón.