lunes, 22 de mayo de 2023

Y Asfalto dijo adiós


Ha pasado una semana desde el sábado 13 de mayo. Había pensado tanto en cómo sería ese último concierto. He vivido estos meses previos obsesionado con que fuera un evento digno, un concierto capaz de poner broche de oro a una historia de la que he participado por cinco décadas, toda una vida. Se dice pronto. 

Y por fin llegó el día. Todos los músicos más significados en la trayectoria de Asfalto fueron invitados a participar. La gran mayoría aceptó, alguno cierto que con condiciones, otros a todo pulmón, y los menos se ve que decidieron hacerse notar marcando ausencia. Me entristecen estos. No creo haberles hecho nada, jamás, como para, a través de mi persona, hacerle ese desplante a sus propios seguidores, a nuestros seguidores. Ellos son quienes nos han llevado hasta aquí. En fin. Las mentes se deterioran con el paso del tiempo y esto me entristece si caba aún más. Pero bueno, hay que pasar página. Pasada está. 

Nada de lo dicho anteriormente restó emotividad al acto. Reconozco que hubo momentos en los que la emoción amenazó con romper mi voz pero aguanté las dos horas y media que duró el concierto. Me es dificil describir cuantas cosas pasaron por mi mente en ese tiempo. Palpar la emoción simultánea de más de 2000 personas es una experiencia que, sólo quien la vive, como nosotros la vivimos, puede explicarlo. Y aún así. 

Asfalto ha dicho adiós de una forma digna y, sobre todo, definitiva. Esto último, para muchos, para casi todos, puede que no sea una noticia que celebrar pero para mí, sí. Considero que una banda ha de justificar su existencia creando, haciendo obra nueva, y no sólo viviendo de su pasado. Respeto lo que otros quieran para sí mismos, pero no estuvo nunca en mi intención explotar un nombre solo porque renta. Jamás me he relacionado con la música de forma puramente lucrativa, para eso creé otras opciones empresariales que emprendí entre el éxito y el fracaso. Asfalto es otra cosa, surgió como una idea pura. Limpia. La música fue lo que nos unió en el proyecto, lo primero, y entregarla de la manera más sincera y digna fue nuestro único propósito. Y así, en mi caso, ha sido hasta el último momento. 

Los músicos profesionales, los de Asfalto lo son, viven en medio de un estrés terrible. Sus agendas me producen escalofrío: hoy tocan aquí, mañana allá y en la mayoría de los casos solo pensando en ser retribuidos por ello. Ese hecho, absolutamente incuestionable e ineludible para ellos, se hace incompatible con la idea que algunos tenemos del hecho de ser músico: no sabemos ser independientes de lo que tocamos. Y eso, y sólo eso, nos ha llevado al final de la banda y no otra cosa. 

Dicho esto, tengo un especial afecto por todos los músicos que en los últimos años pasaron por la banda. Me han regalado su respeto y su afecto y yo sólo espero haber sabido estar a la altura de lo que ellos demandaban de mí. Asfalto cesa en su actividad pero nuestro afecto espero y deseo que sepamos preservarlo. Como músicos todos son maravillosos, como personas también. He aprendido de todos ellos. Gracias.

Y nada más. Pienso seguir haciendo música y me da que no voy a querer resistirme al influjo del escenario. En algún momento, si la energía sigue fluyendo en mí, puede que hasta me veáis sobre algún escenario sin otros propósito que disfrutar de ello. 

Gracias a todos por las muchas muestras de afecto recibidas en estos días.

 

viernes, 10 de marzo de 2023

Compartimentos estancos

Hace solo unos días, un amigo, lector de mi último libro “Llegado hasta aquí…”, me sugirió que viese un documental sobre Coque Malla, disponible en una de las plataformas de televisión, Movistar Plus, por más señas. Me dijo que encontraba en él algunas similitudes con mi propia biografía. La curiosidad me llevó a verlo esa misma noche. 

 

No sé si fue a finales de los años 80, o inicio de los 90, que sonaba a todas horas una canción cuyo estribillo me crispaba pues coincidía con un momento personal de mucha desesperación, tiempo en que me las veía y deseaba para cubrir las necesidades mínimas que se precisaban en casa. Todo mi desprecio por aquel grupo de niñatos a quienes se encumbraba en los medios. A partir de ahí, lo reconozco: cero interés por lo que hiciera o dejara de hacer aquella banda o su líder. 

 

Y sí, puede que en el documental haya algunas similitudes de esas que hablaba mi amigo pero, a mí, me cuesta encontrarlas. Lo cierto es que escuchando como se expresa el personaje, mejor dicho: la persona que lo encarna, sí que he apreciado rasgos que me invitan a prestarle una atención que, de otra manera, no lo hubiera hecho. Ha sido así que me he prestado a escuchar sus trabajos más recientes. 

 

Lo reconozco: he descubierto un talento que nunca debí haberme perdido. Por poner un ejemplo: “El último hombre en la Tierra” me parece un gran álbum, una obra digna del mayor de los aplausos. Lo recomiendo. 

 

Este descubrimiento me lleva a varias reflexiones respecto de cómo se establecieron compartimentos estancos en la reciente historia de la música en España; especialmente a partir del momento en que se cavaron trincheras que separaban y enfrentaban los conceptos “rock” y “pop”. En aquellos años se trasladaba la idea de que, o eras “rockero” o eras “moña”. Y así nos fue, especialmente a los primeros, incapaces de tener presencia en los medios masivos. 

 

Y no fueron los músicos quienes precisamente abrieron tal brecha, doy fe porque lo viví en primera línea.  

 

Nada parecido se daba en el Reino Unido, ni tampoco en América. Pero aquí sí; tanto, que estoy convencido que, al igual que yo no he sabido nada de mucha gente valiosa con visiones creativas diferentes a la mía, tampoco ellos han sabido de mí. 

 

Sugiero que, si tras escuchar los discos más recientes de Coque Malla, Spotify te crea una play list coherente, verás que vas a descubrir canciones interesantes. Canciones portadoras de sentimiento. Canciones que se sitúan estilísticamente en esa zona no delimitada donde ambos géneros son la misma cosa. A partir de ahí, librándonos de prejuicios, ya solo debiera percibirse la esencia de lo que se escucha.

 

Conclusión: que viva la transversalidad entre géneros, aquella que mi generación no fue capaz de practicar. Un sinsentido sostener absurdos integrismos. Solo se justificaría ser radicales cuando, propósitos de otra índole, diseñan secuencias rítmicas especialmente creadas para instalarse en la mente de quienes no son capaces de percibir la parte emocional que la música sincera procura. Fuera de eso, es pura “performance” que, me temo, es lo que está sucediendo hoy. Más que nunca.