Hace 20 años vivía dentro de un tremendo torbellino. Sentía
que estaba a punto de concluir un ciclo que dejaba convertido en nada todo el
esfuerzo de más de una década: Libélula, la discográfica que había fundado,
tocada de muerte, hacía aguas por los cuatro costados. Es cierto que inicié
aquella actividad sin demasiada vocación y tan solo obligado por la necesidad
de procurar dinero. “Solo Por dinero” ¿Os suena de algo? Son los ciclos de la vida y en aquellos días ya tenía
claro que, el sentido del compromiso para con los míos, me había situado en esa tesitura, llevándome a alejarme del yo con el
que más me identificó. Fracasado, borrón y cuenta nueva. Cómo si fuera tan fácil. Me costó
mucho desenredar la madeja en que se había convertido mi vida. Tardé mucho en
curar las heridas emocionales y afectivas que aquello me trajo consigo.
Como de forma refleja me vi mitigando angustia con esa
medicina que procura poner la mente en aquello que más placer reporta. Y así
fue que, para contrarrestar amargura, por fin me vi llevando a cabo un proyecto largamente postergado: la
realización de un disco exclusivamente firmado por mí. Aquello representaba un
anhelo que iba más allá del afán de iniciar una carrera en solitario que
supusiera el cierre definitivo de Asfalto; la banda también había sufrido su
cuota de decepción tras ver que, aquel inmenso “Planeta de los Locos”, había
resultado irrelevante para los medios. En verdad es que nada se me ponía a favor
para alcanzar el fin de milenio.
¿Hay Alguien Ahí?, su título, lanzaba una pregunta con cierta presunción de
que la respuesta fuera negativa. Tenía la certeza de que, a esas alturas el legado de Asfalto
se había diluido en nada. Me equivocaba al pensarlo así. Pero esto solo pude comprobarlo años
después cuando Internet llegó a nuestras vidas. Aun con todo, en los peores
momentos, me daba por escribir canciones y con ello iba rellenando ese vacío
que sentía en mi ánimo y mi alma. A los cuarenta y tantos, con un fracaso a cuestas de
semejante dimensiones, realmente me costaba imaginar caminos de futuro. La música
salió a mi encuentro y me rescató. Una vez más.
Hacía tiempo que no escuchaba este álbum, cuando lo he hecho
debo reconocer que me he sentido muy reconocido. Y es que, cuando las cosas se ponen mal,
una fuerza, que no sé de donde proviene, hace que me ponga en pié y sea capaz de
alumbrar alguna forma de esperanza. Siempre ha sido así. El contenido del disco son sólo un puñado de
canciones que podrán gustar más o menos pero que de alguna forma, a mí, me rescataron del bajón. Lo que es innegable es que la banda que las sostiene: Paco Benítez,
Eduardo Kinderman y Antonio Sánchez, a los que bauticé como "Los
Trípodes", le dan un ímpetu mágico. Siempre se lo reconoceré; tanto así
que incluso quise llevar su nombre a la portada del álbum, pues aún no me creía que
hubiera sido capaz de hacerlo sin ellos.
Los discos que he registrado a lo largo de mi carrera
reflejan el camino por el que ha transitado mi vida, este lo hace. Veinte años
después me siento orgulloso de haberlo alumbrado y quiero que los que no lo
conocíais tengáis la posibilidad de hacerlo; justo ahora que anuncio que estoy
volcado en la producción de un nuevo álbum que, si todo se da como espero, se
verá publicado en cuestión de unos pocos meses.