sábado, 1 de diciembre de 2018

A vueltas con la SGAE

En 2012, sin que lo tuviera previamente en mente, valga la redundancia, me vi formando parte de la candidatura de Antón Reixa al consejo de dirección de SGAE. Ganamos en todos los colegios a excepción del de "Pequeño Derecho" (los autores de música). Sin estar por entonces al tanto del efecto "rueda", la cosa ya me resultó sospechosa pues, de nuestra candidatura, gracias al injusto voto ponderado que otorga poder a quienes más recaudan, los únicos que obtuvieron asiento en el órgano directivo, además del propio Reixa, si no recuerdo mal, fueron otros dos no muy significados. Con el tiempo estos se mostraron beneficiarios y nitidamente defensores de la música nocturna en TV; vaya, que habíamos sido infiltrados por ese poderoso lobby que, para desgracia general, aún permanece en la cúpula del poder.

Para quién no esté al tanto, la clave del conflicto que afecta, al conjunto de los autores, no es otra que la existencia en sí misma de la figura del "editor". ¿Quién es el editor? ¿qué edita?, la respuesta es: nada. Sencillamente utiliza la figura de aquel viejo copista que imprimía las partituras que hacían que la música pudiera ser interpretada, a cambio de una participación en los derechos de autor. Ya en la década de los ‘60, con el auge de la difusión de la música popular a través de los discos, son las propias discográficas las que sostienen la figura del "publisher" como una forma de compensar los pagos que, por otro lado, y como editores discográficos, han de hacer a los autores de la obra contenida en sus copias, sean estos, o no, quienes firman con ellos el contrato. Pero la cosa aún va a peor, no concluye aquí. Ya en los ‘80 son las radios las que comienzan a montar sus editoriales para, a su vez, compensar en parte los pagos por la difusión pública de las obras que emiten. De ahí llegamos a la situación actual. En la época de la supremacía de las pantallas, son las propias televisiones las que ahora meten la mano en el bolsillo de los autores. Ese ha sido el fin y propósito exclusivo de todas estas iniciativas: crear una editorial que no edita, simplemente le roba el dinero a su legítimo dueño: el creador. Y todo esto en connivencia con todos los que, de una u otra forma, con su cooperación, hacen que la "rueda" siga girando.

Yo, que con 14 años, en 1965, trabajaba en la vieja editorial Hispania, me apeé de este sistema justo en 1978. Desde entonces jamás he firmado contrato editorial alguno. Es una cuestión de principios. Y así me va, dirán ustedes. Y tendrán razón. Pero eso es lo que me distingue y lo que me permite seguir siendo coherente. Después de 50 años en esto, comprendan que doy mi carrera por amortizada tal cual ha quedado y quien quiera saber de mí, que me busque en los cerca de 30 álbumes que he compuesto. Ahora que se anuncia el desparramo de la SGAE, cuanto lamento decir que esto ya lo advertí años atrás. 

Es muy bonito el palacio de Longoria, ese que los autores tenemos en la c/Fernando VI de Madrid, pero, por mucho que duela, va a tocar derribarlo para levantar uno más moderno con amplias ventanas para que el aire corra y se lleve el polvo acumulado por años sobre las mesas de los despachos.




sábado, 10 de marzo de 2018

El Niño y La Lluvia

Hace unos diez años escribí este relato. Hoy he sentido la necesidad de compartirlo con todos. Aquí lo tenéis:

Tuvieron que pasar muchos años para que, ya de adulto, el niño pudiera observar la piel del planeta desde las alturas; hasta entonces le había bastado con imaginarla bajo un paraguas. Calzado con botas de goma, cargado de infinita curiosidad, la visión de valles y cañadas, de ríos y de arroyos, la obtenía caminando a paso lento sobrevolando el curso de un río tan real como su imaginación quisiera permitirle. Eran días de lluvia. Días de mucha lluvia. Lluvia de muchos días que inundaba el parque del barrio, dibujando, a escala, toda suerte de accidentes geográficos que, observados con su visión aventurera, el niño suponía enormes territorios que explorar. Y lo hacía sobrevolándolos bajo un paraguas que, para él, simulaba la carlinga de un fantástico avión. Los observaba uno a uno y los bautizaba en voz alta como si estuviera narrando su descubrimiento para el mundo entero: A la izquierda el valle de la piedra blanca; allá la desembocadura del río marrón, afluente del gran azul; y al frente el lago de los caimanes...” Es entonces cuando inclinaba su cuerpo para realizar un vuelo rasante, arriesgado, que le permitía una mayor aproximación.

La aventura terminaba justo cuando el paisaje que sobrevolaba se tornaba inverosímil, al fundirse el parque con la acera de la avenida que tomaba en dirección a su casa. Es entonces cuando aterrizaba de bruces en el mundo real  buscando desesperadamente un charco donde enjuagarse las botas. El barro era inaceptable sobre las baldosas que su madre solía lustrar. Definitivamente debía presentar sus botas en un aceptable estado de revista. ¿De dónde vienes con la que está cayendo? —interrogado— le resultaba imposible dar explicaciones. Escaba rápidamente hasta su cuarto. Tumbado sobre la cama, repasaba mentalmente su fantástico viaje. Un viaje privado, personal e inconfesable. Sentía no poder compartir los detalles del vuelo que acababa de realizar, pero no era cosa de quedar por loco. Siempre le preocupó que le pudieran tomar por insensato, que los demás descubrieran esa tendencia suya a imaginar, a fabular y a reinterpretar la realidad; en definitiva, le preocupaba quedar fuera del entorno de coherencia que le había tocado vivir. Le aterraba no encajar en ese mundo cercano, el de su familia, el de sus amigos.

El niño se hizo mayor. Pasó su adolescencia unido a un sentimiento de miedo a ser descubierto en ese anhelo suyo por fabular. Miedo a no ser comprendido. Miedo a ser tomado por idiota si contaba a los demás los fantasiosos vuelos de su imaginación. Consecuente con esa tendencia suya a ingeniar un mundo a escala que poder manejar en forma más confortable, más a la medida de sus posibilidades, ya de adulto comenzó a escribir historias. Encontró en ello la forma de dar rienda suelta a su inventiva; ahora sí, si no conocía el mar, se lo inventaba y punto. Qué más daba si en ese afán suyo la dimensión del mundo no resultase ser la que realmente es. ¿Quién puede decir, o contradecir, cual es el tamaño real de las cosas si no es aquel que cada uno le atribuye según su punto de apreciación? Nadie.

Esta primavera ha vuelto a llover como en los tiempos en que llovía. Reconozco que ya sólo el olor de la tierra mojada produce en mí un efecto de calma y bienestar; tanto así, que, cuando llueve, me gusta salir a pasear. Lo hago con gran placer. Ya no tengo botas de goma en la que meter mis pies, ni infancia en la que cobijar mi espíritu, es por eso tal vez que ahora trato de evitar pisar los charcos; también, por qué no decirlo, porque en cierto modo todavía evito ser tomado por loco, ni quiero, ni puedo, dar explicaciones de por qué tal vez lo sea un poco.

No estoy muy seguro pero… creo que en estos días he vuelto a ver al niño bajo el paraguas… No lo sé, tal vez no fuera él. Eso sí, lo confieso: me he propuesto que, de aquí al próximo otoño, para cuando regresen, si es que quieren regresar las lluvias, he de perfeccionar la técnica acerca de como mejor pilotar un avión bajo un paraguas.

Julio Castejón.

Músico.

viernes, 5 de enero de 2018

Efectivamente alguien había ahí


Hace 20 años vivía dentro de un tremendo torbellino. Sentía que estaba a punto de concluir un ciclo que dejaba convertido en nada todo el esfuerzo de más de una década: Libélula, la discográfica que había fundado, tocada de muerte, hacía aguas por los cuatro costados. Es cierto que inicié aquella actividad sin demasiada vocación y tan solo obligado por la necesidad de procurar dinero. “Solo Por dinero” ¿Os suena de algo?  Son los ciclos de la vida y en aquellos días ya tenía claro que, el sentido del compromiso para con los míos, me había situado en esa tesitura, llevándome a alejarme del yo con el que más me identificó. Fracasado, borrón y cuenta nueva. Cómo si fuera tan fácil. Me costó mucho desenredar la madeja en que se había convertido mi vida. Tardé mucho en curar las heridas emocionales y afectivas que aquello me trajo consigo.

Como de forma refleja me vi mitigando angustia con esa medicina que procura poner la mente en aquello que más placer reporta. Y así fue que, para contrarrestar amargura, por fin me vi llevando a cabo un proyecto largamente postergado: la realización de un disco exclusivamente firmado por mí. Aquello representaba un anhelo que iba más allá del afán de iniciar una carrera en solitario que supusiera el cierre definitivo de Asfalto; la banda también había sufrido su cuota de decepción tras ver que, aquel inmenso “Planeta de los Locos”, había resultado irrelevante para los medios. En verdad es que nada se me ponía a favor para alcanzar el fin de milenio.

¿Hay Alguien Ahí?, su título, lanzaba una pregunta con cierta presunción de que la respuesta fuera negativa. Tenía la certeza de que, a esas alturas el legado de Asfalto se había diluido en nada. Me equivocaba al pensarlo así. Pero esto solo pude comprobarlo años después cuando Internet llegó a nuestras vidas. Aun con todo, en los peores momentos, me daba por escribir canciones y con ello iba rellenando ese vacío que sentía en mi ánimo y mi alma. A los cuarenta y tantos, con un fracaso a cuestas de semejante dimensiones, realmente me costaba imaginar caminos de futuro. La música salió a mi encuentro y me rescató. Una vez más.

Hacía tiempo que no escuchaba este álbum, cuando lo he hecho debo reconocer que me he sentido muy reconocido. Y es que, cuando las cosas se ponen mal, una fuerza, que no sé de donde proviene, hace que me ponga en pié y sea capaz de alumbrar alguna forma de esperanza. Siempre ha sido así. El contenido del disco son sólo un puñado de canciones que podrán gustar más o menos pero que de alguna forma, a mí, me rescataron del bajón. Lo que es innegable es que la banda que las sostiene: Paco Benítez, Eduardo Kinderman y Antonio Sánchez, a los que bauticé como "Los Trípodes", le dan un ímpetu mágico. Siempre se lo reconoceré; tanto así que incluso quise llevar su nombre a la portada del álbum, pues aún no me creía que hubiera sido capaz de hacerlo sin ellos.


Los discos que he registrado a lo largo de mi carrera reflejan el camino por el que ha transitado mi vida, este lo hace. Veinte años después me siento orgulloso de haberlo alumbrado y quiero que los que no lo conocíais tengáis la posibilidad de hacerlo; justo ahora que anuncio que estoy volcado en la producción de un nuevo álbum que, si todo se da como espero, se verá publicado en cuestión de unos pocos meses.