A estas horas se cumplen siete días de un momento histórico
en mi carrera de músico. Disculparme si, en estos días, no he sido capaz de
escribir nada, de responder al menos con algunas palabras a todos los mensajes
afectivos que me han llegado. Esta tarde lluviosa, en la paz de mi sitio
favorito, reviso fotos y me impregno a través de ellas del torbellino de
recuerdos que han quedado esculpidos en mi mente para siempre.
Mi relación con la música me viene de niño. No sé en que
momento descubrí que aquello me importaba más que nada; tal vez, la muerte de
mi padre, cuando yo sólo tenía 14 años, aceleró ese afán en mí. “Unchained Melody” sonaba en la Editorial
Hispania a todas horas, acababan de conseguir representar para España los
derechos editoriales de aquella maravilla. Yo trabajaba de chico de los
recados. En aquel otoño de 1965 la Gran Vía madrileña (Av. De José Antonio en
la nomenclatura franquista) presentaba un aspecto muy cosmopolita. “Mary Poppins” colas en el cine Avenida;
“Satisfaction” de los Rolling Stones
sonando en la sinfonola de los Billares Callao; primeros cabellos largos en los
chicos, pantalones campana de talle bajo; chicas en minifalda con jerséis de
cuello alto, a la moda “op-art”… En fin, pareciera que la modernidad era cosa
irrefrenable en la sociedad juvenil contemporánea de una ciudad, aún bajo la cautela
de las fuerzas del orden, que intentaba,
por fin, deshacerse del rancio olor del “nacionalcatolicismo”. Era aquella una
imagen que invitaba a soñar con un futuro infinitamente más luminoso.
Pero la tristeza me abatía intentando asumir mi recién
orfandad. En esos momentos, cuando no me escuchaba nadie, cantaba. Lo hacía
mientras ordenaba partituras en un viejo almacén, en el lavabo, mientras me
desplazaba por la calle… Lo hacía como quien se aplica un ungüento para evitar
el escozor; en mi caso, yo sin saberlo, supongo que para suavizar las arrugas
de mi alma cada vez que la imagen de mi padre, yaciendo en el suelo, ya
cadáver, regresaba obsesivamente a mi mente. Fue entonces que descubrí en la
música algo capaz de transformar en mí la percepción de la realidad. Aquello me
hacía tanto bien.
Debitado con ella, o no, simplemente porque ella me había
elegido a mí, ya no encontré mejor cosa que hacer que escuchar música y fue que
comencé a tocar una guitarra comprada a plazos. A los 18 años, justo el 24 de
agosto de 1969, debuté con los Handicap. Era un cuarteto guitarrero, que se
decía, que iba tocando por los pueblos aquellas canciones que sonaban en la
radio. Deseaba entusiasmado que llegara el fin de semana para poder hacerlo.
Entre aquel día y este 4 de febrero, se me ha pasado la
vida. Si alguien en aquellos años me hubiera vaticinado que lo del pasado
sábado se fuera a producir, le hubiera respondido que no era mío aquel sueño. Y
es que los que hemos nacido destinados a una vida humilde, las películas no
mucho nos las creemos. Siento que preferimos transformar de a poco nuestra
existencia; si es que el destino quiere que ello sea posible.
Y así fue, nada vino reglado, nada se nos dio de gratis.
Tanto así que Asfalto murió de inanición varias veces; cuando no desfondado
ante la lucha del día a día, ante el dolor de las heridas que nos auto
infligimos en ese ejercicio obligado de la convivencia que no siempre sabemos
hacerla amable. Una y otra vez me vi recomponiendo los restos del naufragio,
cosiendo velas para que el barco volviera a navegar por el mismo mar hostil. Qué
difícil… España no es país donde sembrar detalles, aquí se emiten y se captan mensajes
escritos en trazo grueso, si no, terminan diluidos. Afortunadamente parece que
algunos de esos detalles que distinguen la música que hicimos, han llegado a
cierta gente y es entonces que ha cobrado sentido tanto esfuerzo. Esfuerzo del
que me quiero olvidar porque no hay esfuerzo baldío, sin el tuyo, sin el mío;
como decían nuestros abuelos: sarna con gusto no pica. Y si volviera a nacer
pediría que no me falte nada, ni nadie, de cuanto y cuantos han acompañado este
proyecto. Uno ha llegado a ser el que es gracias al camino que me enseñó a
caminar y a toda la gente que recorrió a mi lado parte del mismo. Pena me da
que algunos se hayan perdido en medio del bosque al abandonarlo, pido para
ellos el mismo aplauso.
La otra noche dejó patente que la gente ha incorporado la
música de Asfalto, que no sólo es la mía, a la banda sonora de su vida. Fruto
de ese arraigo pude vivir sobre el escenario uno de los momentos más hermosos. Jamás
lo olvidaré.
Sólo me resta dar las gracias a todos los que hicieron posible
el show, los que visteis sobre el escenario y, muy importante, los que lo
procuraron desde abajo. Podría abrir una lista enorme de gente que, bajo la
dirección de Johan Cheka, actual mánager de la banda, ha intervenido, pero no
lo voy a hacer porque estoy seguro que, con mi mala cabeza, me olvidaría de
alguien que no sería justo olvidar.
Amigos, ha sido toda una vida, pero vivirla, podéis creerme
que ha merecido la pena. Volvería a repetirla igual.
Fotos: F.R.García y J.C.Diáz