El cine de temática futurista ya dejó un apunte de que, el futuro de la humanidad, podría verse afectado por una pandemia de consecuencias fatales. Pues bien, hoy y aquí entre nosotros tenemos un ejemplo práctico y tangible.
No voy a entrar a valorar los efectos que esta afección vaya a producir en materia de salud, obviamente hay voces infinitamente más documentadas que la mía. Escuchando a epidemiólogos del más alto prestigio, todo apunta a que, de ésta, la inmensa mayoría, salimos sin más rasguños que el que año tras año deja la gripe común. Por ahí, estemos tranquilos. Permanezcamos confiados en la calidad del sistema asistencial en manos de los profesionales de la sanidad, a los que es justo agradecer su afán y su empeño por mitigar daños mayores. Los demás, por sugerencia gubernativa exhibiendo cautela, hacemos por evitar el contagio a aquellos grupos que sí pueden poner sus vidas en riesgo. Y en eso, se ve que una mayoría, nos alineamos con un estado de conciencia que se ve reflejado en el desalojo de los espacios públicos, curioso, justo en un país acostumbrado a compartir la vida en la calle. Y es que, pese a esos rasgos individualistas, tan latinos, nos mostramos orgullosos de ser una sociedad trufada de principios solidarios.
La realidad es que hoy, con la vida recluida en el ámbito de nuestros domicilios, me surge una reflexión que quiero compartir.
Sinceramente, todo apunta a que esta circunstancia sanitaria quedará extinguida en cuestión de no muchas semanas y volveremos a la inercia habitual de producir, vender y consumir. Regresaremos a un plano de normalidad cotidiana. Incluso, puede que ya sólo se hablará del coronavirus en el documental, resumen anual, que las televisiones confeccionan al borde de las campanadas de fin de año. Puede que sí, que así será. Pero no, pienso que muy estúpidos serán quienes nos gobiernan si no sacan de esta traumática experiencia una lectura positiva que invite a cambiar una parte de ese mecanismo capitalista que, una vez más, se muestra frágil y endeble ante las adversidades. Un sistema que, a la primera controversia, produce daños en amplísimos sectores de esto a que hemos dado por llamar las clases populares en la sociedad moderna.
El gran daño de esta pandemia lo van a sufrir aquellos que, más o menos anticipadamente, dejen de estar entre nosotros. Por supuesto que sí. Pero hay otros daños perfectamente cuantificables en términos de felicidad, individual o en familia. Ahí de nuevo volverán las dudas y, con ellas, al disminuir los ingresos, el desalojo de la esperanza en una vida mejor. Creo que habría que redefinir el principio de Arquímedes dejándolo en que “el peso de toda sociedad sumida en un despropósito es equivalente al del personal que desaloja del sistema…”
A veces pienso por qué no hablamos claro, ¿qué miedo hay a llamar a las cosas por su nombre? Precario, no me parece una palabra distinta de las demás. Y es que todo es precario en este tiempo. La vida de una amplia mayoría social se sustenta sobre pilares endebles, o peor: efímeros. No hay manera de hacer planes de futuro cuando sabes que, a la menor contrariedad, pierdes el empleo y, sin ingresos, todo se desbarata. Y es que no hemos sido capaces, porque no se nos ha preparado para ello, de imaginar otra forma de interpretar nuestra precaria existencia en este tiempo que nos ha tocado. Vivimos en medio de una perversa rutina que nos lleva todas las semanas a arrastrar por el "súper" un carrito cargado y todos los meses a pasar por caja para pagar el derecho a un techo bajo el que cobijarnos. Ninguno escapa de asumir el precio de todo un cúmulo de necesidades, sean o no todas ellas necesarias. ¡Qué cruz!... Y mientras tanto, los polos se derriten, la Vía Láctea, que los chavales de mi generación podíamos ver muchas noches desde el parque del barrio, ha desaparecido. Ya no está ahí. Contaminación, deterioro del medio ambiente… qué más necesitamos para reaccionar. Y nada, volvemos a escuchar a nuestra espalda: ¡camarero, ponga otra cerveza!.. Y vuelta la burra al trigo.
Me declaro antisistema no porque me sienta incapaz de asumir la vida en común con los demás, congéneres o no, sino porque pienso que hemos tocado fondo y toca de una vez involucrarse en una revolución que consiga cambiar las cosas. No hablo de una subversión colectiva, que ya pasó el tiempo de irse a las barricadas, y menos de disparar contra quien piensa distinto por razón de la visión que tenga del mundo en el que ha crecido y fue educado, adoctrinado… La revolución de la que hablo ha de hacerse en el plano individual, cada cual la suya, basada en ejercer el derecho a decir no… Es lo único que nos queda, manifestar nuestra oposición en forma pasiva. Es tiempo de inventarnos otro modelo y luchar por él. El día que no nos puedan vender todo lo que producen, dejarán de producir y el mundo se verá abocado a una política de decrecimiento sostenido, idea a la que se abonan ya muchos pensadores bien documentados. Esta opción es la única que puede acabar con la terrible tendencia de esquilmar los recursos naturales que el planeta provee, no sólo a la humanidad en su conjunto, sino a todas las criaturas que en él surgimos por milenios. Pensémoslo. Toca cambiar dinero por tiempo, por supuesto que sí, no queda otra. Y será para bien, seguro. Pensémoslo, en nuestro armario sobran camisas, zapatos, etc. que en nada va a cambiar nuestra vida por prescindir de ello. Disfrutemos de las posibilidades de un mundo tecnológico que ya nos procura soluciones a muchos de problemas, bienvenido sea, siempre que no nos cree perversas dependencias. en la medida de lo posible evitemos que sigan creciendo desmesuradamente las grandes corporaciones, cuyo objetivo es acaparar recursos y voluntades que nos sometan a un modo de dependencia que se ya se evidencia en forma de deuda por cuenta corriente. No tengo nada en contra del dinero. El dinero es un buen invento, claro que sí, viene de antiguo, y es reflejo el valor de los esfuerzos al objeto del intercambio de bienes y servicios; pero hasta ahí. luchemos contra la nueva economía "liberal-especulativa", esa que considera el dinero sólo como una anotación en cuenta.
En fin, en mi opinión, una vez más, esta crisis sanitaria ha dejado al descubierto la precariedad sobre la que se sustenta nuestra existencia. Es un cáncer galopante que pone en duda cualquier plan de futuro que diseñemos, tanto para nosotros como para nuestras familias. Definitivamente, una vez más se ha vuelto a mostrar cortada la vía que llevaba al Paraíso que se nos había vendido.