En 2012, sin que lo tuviera previamente en mente, valga la redundancia, me vi formando parte de la candidatura de Antón Reixa al consejo de dirección de SGAE. Ganamos en todos los colegios a excepción del de "Pequeño Derecho" (los autores de música). Sin estar por entonces al tanto del efecto "rueda", la cosa ya me resultó sospechosa pues, de nuestra candidatura, gracias al injusto voto ponderado que otorga poder a quienes más recaudan, los únicos que obtuvieron asiento en el órgano directivo, además del propio Reixa, si no recuerdo mal, fueron otros dos no muy significados. Con el tiempo estos se mostraron beneficiarios y nitidamente defensores de la música nocturna en TV; vaya, que habíamos sido infiltrados por ese poderoso lobby que, para desgracia general, aún permanece en la cúpula del poder.
Para quién no esté al tanto, la clave del conflicto que afecta, al conjunto de los autores, no es otra que la existencia en sí misma de la figura del "editor". ¿Quién es el editor? ¿qué edita?, la respuesta es: nada. Sencillamente utiliza la figura de aquel viejo copista que imprimía las partituras que hacían que la música pudiera ser interpretada, a cambio de una participación en los derechos de autor. Ya en la década de los ‘60, con el auge de la difusión de la música popular a través de los discos, son las propias discográficas las que sostienen la figura del "publisher" como una forma de compensar los pagos que, por otro lado, y como editores discográficos, han de hacer a los autores de la obra contenida en sus copias, sean estos, o no, quienes firman con ellos el contrato. Pero la cosa aún va a peor, no concluye aquí. Ya en los ‘80 son las radios las que comienzan a montar sus editoriales para, a su vez, compensar en parte los pagos por la difusión pública de las obras que emiten. De ahí llegamos a la situación actual. En la época de la supremacía de las pantallas, son las propias televisiones las que ahora meten la mano en el bolsillo de los autores. Ese ha sido el fin y propósito exclusivo de todas estas iniciativas: crear una editorial que no edita, simplemente le roba el dinero a su legítimo dueño: el creador. Y todo esto en connivencia con todos los que, de una u otra forma, con su cooperación, hacen que la "rueda" siga girando.
Yo, que con 14 años, en 1965, trabajaba en la vieja editorial Hispania, me apeé de este sistema justo en 1978. Desde entonces jamás he firmado contrato editorial alguno. Es una cuestión de principios. Y así me va, dirán ustedes. Y tendrán razón. Pero eso es lo que me distingue y lo que me permite seguir siendo coherente. Después de 50 años en esto, comprendan que doy mi carrera por amortizada tal cual ha quedado y quien quiera saber de mí, que me busque en los cerca de 30 álbumes que he compuesto. Ahora que se anuncia el desparramo de la SGAE, cuanto lamento decir que esto ya lo advertí años atrás.
Es muy bonito el palacio de Longoria, ese que los autores tenemos en la c/Fernando VI de Madrid, pero, por mucho que duela, va a tocar derribarlo para levantar uno más moderno con amplias ventanas para que el aire corra y se lleve el polvo acumulado por años sobre las mesas de los despachos.
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