viernes, 10 de marzo de 2023

Compartimentos estancos

Hace solo unos días, un amigo, lector de mi último libro “Llegado hasta aquí…”, me sugirió que viese un documental sobre Coque Malla, disponible en una de las plataformas de televisión, Movistar Plus, por más señas. Me dijo que encontraba en él algunas similitudes con mi propia biografía. La curiosidad me llevó a verlo esa misma noche. 

 

No sé si fue a finales de los años 80, o inicio de los 90, que sonaba a todas horas una canción cuyo estribillo me crispaba pues coincidía con un momento personal de mucha desesperación, tiempo en que me las veía y deseaba para cubrir las necesidades mínimas que se precisaban en casa. Todo mi desprecio por aquel grupo de niñatos a quienes se encumbraba en los medios. A partir de ahí, lo reconozco: cero interés por lo que hiciera o dejara de hacer aquella banda o su líder. 

 

Y sí, puede que en el documental haya algunas similitudes de esas que hablaba mi amigo pero, a mí, me cuesta encontrarlas. Lo cierto es que escuchando como se expresa el personaje, mejor dicho: la persona que lo encarna, sí que he apreciado rasgos que me invitan a prestarle una atención que, de otra manera, no lo hubiera hecho. Ha sido así que me he prestado a escuchar sus trabajos más recientes. 

 

Lo reconozco: he descubierto un talento que nunca debí haberme perdido. Por poner un ejemplo: “El último hombre en la Tierra” me parece un gran álbum, una obra digna del mayor de los aplausos. Lo recomiendo. 

 

Este descubrimiento me lleva a varias reflexiones respecto de cómo se establecieron compartimentos estancos en la reciente historia de la música en España; especialmente a partir del momento en que se cavaron trincheras que separaban y enfrentaban los conceptos “rock” y “pop”. En aquellos años se trasladaba la idea de que, o eras “rockero” o eras “moña”. Y así nos fue, especialmente a los primeros, incapaces de tener presencia en los medios masivos. 

 

Y no fueron los músicos quienes precisamente abrieron tal brecha, doy fe porque lo viví en primera línea.  

 

Nada parecido se daba en el Reino Unido, ni tampoco en América. Pero aquí sí; tanto, que estoy convencido que, al igual que yo no he sabido nada de mucha gente valiosa con visiones creativas diferentes a la mía, tampoco ellos han sabido de mí. 

 

Sugiero que, si tras escuchar los discos más recientes de Coque Malla, Spotify te crea una play list coherente, verás que vas a descubrir canciones interesantes. Canciones portadoras de sentimiento. Canciones que se sitúan estilísticamente en esa zona no delimitada donde ambos géneros son la misma cosa. A partir de ahí, librándonos de prejuicios, ya solo debiera percibirse la esencia de lo que se escucha.

 

Conclusión: que viva la transversalidad entre géneros, aquella que mi generación no fue capaz de practicar. Un sinsentido sostener absurdos integrismos. Solo se justificaría ser radicales cuando, propósitos de otra índole, diseñan secuencias rítmicas especialmente creadas para instalarse en la mente de quienes no son capaces de percibir la parte emocional que la música sincera procura. Fuera de eso, es pura “performance” que, me temo, es lo que está sucediendo hoy. Más que nunca. 

1 comentario:

Iván dijo...

Pues si (y te honra reconocerlo).
Lo malo,no, mejor dicho, lo peor, es que en España esas trincheras no solo existen en lo musical, sino en muchísimos otros aspectos. Somos gente tremendamente soberbia, los españoles.
En Reíno Unido (donde vivo hace 11 años), sería inconcebible que los artistas de un género musical (y hasta de ramas enteras del arte), ocultasen los símbolos de su país, o que dicho género fuese "propiedad" de los de una ideología (izquierda), y se excluyese a los de otras ideologías (liberales, conservadores). Eso le ha pasado al rock duro en España. y así (también por eso) le ha ido, y le irá, al rock duro en España.