lunes, 2 de septiembre de 2019

Adiós Verano, adiós.

En tiempos, ya lejanos, había canciones en las que se citaba a septiembre como el mes de la nostalgia. En ellas se hacía alusión a ese sentimiento que, para una gran mayoría, representaba el regreso a la rutina desde la añoranza de un verano que tocaba a su fin. Y sí, así solía ser, y puede que en la mayor parte de los casos hoy también lo siga siendo. 

Desde mis recuerdos de adolescencia, si es que alguna vez llegué a ser adolescente, percibo que aquellos veranos estaban llenos de estímulos. No podía ser de otra forma. En esta parte del globo terráqueo donde he nacido, crecido y me he ido haciendo mayor, el verano facilita muchas de esas cosas que favorecen la vida en forma más amable. 

Por más que nunca le guardé rencor al invierno, si he de reconocer que al otoño le tuve cierta ojeriza durante mucho tiempo. Un 13 de octubre, cuando sólo contaba 14 años, se produjo el gran cataclismo de mi vida, algo que me marcaría para siempre: la muerte de mi padre.

Con el paso del tiempo he ido haciendo las paces con la última de las estaciones del año. Ahora me gusta el color que le da a los campos y la llegada de esa lluvia que lo refresca todo. De a poco fui descubriendo que, justo en esos meses, era cuando se propiciaba el inicio de algo nuevo. Para mí, y para muchos, el año comienza justo ahí, a pesar de que el calendario gregoriano nos lleve al primero de enero para hacer ese protocolario punto y aparte. Definitivamente el año debiera iniciarse justo coincidiendo con el arranque del nuevo curso, que, tras el relajo veraniego, es el momento de la puesta en marcha de los nuevos propósitos.

A decir verdad, a estas alturas de vida, finalizando el verano me siento cansado. De un tiempo a esta parte observo que llevo a peor el calor estival, calor cada vez más insoportable. Por otro lado, ya hace años que aquel estímulo que en mí representaban las giras de verano se fue diluyendo en sólo unos pocos conciertos al aire libre. Nada que ver con lo que fuera antaño. En realidad han terminado dándome cierta grima las fiestas populares, esa celebración colectiva del “porque toca”, de las que tantos músicos, más por obligación que por devoción, se sirven para sacarle algún rendimiento a esta profesión haciendo simulacro de una alegría que en la mayor parte de los casos no es la suya.   

Y aquí me encuentro. En estos días me pongo a planificar qué hacer para que no se apaguen en mí las ganas de seguir estando activo y como consecuencia vivo. Me importa relativamente poco ese binomio de que trabajar es igual a ingresar dinero en la cuenta, cuenta que a menudo se vacía con gastos que no siempre tienen una inteligente justificación. No, ese tipo de ambiciones, en mí, quedaron apaciguadas en el capítulo de los deseos, los íntimos y los públicos. Cierto que ya ni dependo de nada, ni nadie depende de mí y, eso, de verdad lo digo porque lo siento así, me da una profunda paz sobre la que trato de sustentar el equilibrio necesario para seguir siendo justo ese que quiero ser. Me veo caminando libre de cargas totalmente dueño de mis pasos, a sabiendas de que no hay metas que alcanzar y consecuentemente ya nada me esclaviza el ánimo. Por fin he terminado por adueñarme de todo mi tiempo sin a penas haberme dado cuenta. Qué gran tesoro administro, amigo.      

domingo, 7 de julio de 2019

De reproches e insidias

Si de algo me congratulo llegando a esta edad que tengo, es de seguir dejando en mi conciencia amplio espacio para la duda. Claro que sé muchas cosas, la vida me las ha enseñado, pero, aún habiendo ido esculpiendo cautelosamente mi propio criterio, no siempre tengo respuesta para todas las preguntas. Ni nítidos todos los conceptos. Desconfío de quien todo lo tiene claro e intenta hacer prevalecer su opinión exponiéndola taxativamente a los demás. 

Dicho esto, me parece que los acontecimientos de las últimas horas, y por añadido el debate que se ha suscitado en redes, merecen una explicación de mi parte para todos aquellos a quienes les haya sorprendido la postura que, como banda, decidimos. 

Estos son los hechos: a media tarde del pasado jueves, a través del chat privado que la banda utiliza, recibimos un comunicado de nuestro manager, Johan Checa. En él se nos preguntaba sobre la posibilidad de tocar justo al día siguiente. Cada uno de nosotros expresó sorprendido su mejor disposición. De los cinco músicos, dos se encontraban fuera, uno en Ibiza y el otro en Formentera, los otros tres no teníamos problema alguno para hacer el concierto. Los técnicos, salvo uno que solo podría incorporarse a la hora de la actuación, era imposible contar con ellos. Llamé a Johan y le dije que igual no merecía la pena embarcarnos en algo tan estresante y complejo. Me dijo que la propuesta venía de una productora que nos ha venido apoyando en los últimos tiempos en la Comunidad de Madrid y que debíamos al menos intentarlo. Se trataba de sustituir a una banda (sin especificar quién) que cerraba un festival en el que debían actuar otras formaciones de la barriada de Tetuán, en Madrid. 

Al final los compañeros de las islas consiguieron sus billetes de avión, con las respectivas dificultades que lleva implícito la época en la que estamos. Solo ahí confirmamos que lo haríamos aun contando con la carencia de no disponer de nuestros compañeros técnicos, que en Asfalto son muy importantes.  

Fue justo en ese momento que, al confirmar Johan al promotor nuestra disponibilidad, supo del caso concreto que se trataba. De inmediato me lo trasladó a mí y yo dije que sí, que adelante. Tocaríamos. 

La decisión de los responsables municipales por la que se expulsa a otros músicos del cartel del festival, para muchos bien pueda ser considerada como un acto prevaricador de recorte a la libertad de expresión. Es posible que así sea. No lo sé. Sinceramente no lo sé. Pero de la misma forma que defenderé el derecho a la libertad de expresar lo que cada cual quiera, también defenderé mi independencia para tomar mis propias decisiones equiparado en igual a las que otros tomen. Si alguien hace público un pensamiento denigrante, venga este del lado que venga, debe saber cuantificar el daño que puede hacer y a lo que se arriesga. Considero que un artista ya se expresa suficientemente con el contenido intelectual de su obra, no le hace falta más. Admiro a los que proyectan sus ideas de una forma sutil e inteligente, elegante. Los versos no precisan de prosa para expresar rechazo. Ese es el camino que Asfalto, y yo mismo, tomamos desde nuestros comienzos. 

Dicho esto, no se me disipan las dudas de si fue correcto o no subirnos la otra noche al escenario que estaba destinado a ser pisado por otros. De la misma forma que no albergo duda alguna de que de la violencia, de hecho o de palabra, hay que distanciarse. Porque, en el peor de los casos, alguien puede tomárselo al pie de la letra. Aquellos que hablamos a través de un altavoz debemos cuidarnos mucho de ello. 

Respeto a quienes piensen que no debimos haber actuado, de la misma forma que me alegro por la alegría que le dimos a quienes acudieron a escucharnos y a las jóvenes bandas que nos precedieron. Y sí, la otra noche, como casi todas, ante algunos intransigentes, muy pocos,  volvimos a cantar aquello de “enseña a tu hijo a amar la libertad…” que, como todo el mundo sabe, no es una canción mía. El día que se compuso yo simplemente pasaba por allí… lo digo por si alguien necesita creer que esto así. ¡Qué pena, qué desmemoria…!

    

miércoles, 24 de abril de 2019

Seres Urbanos, Gracias Compañeros...

El próximo 25 de agosto se cumplirán 50 años desde la primera vez que me pagaron por tocar. Siempre he tomado esa como la fecha en la que arranca mi relación profesional con la música, aunque, desde mucho antes, ella ya me había elegido a mí.

Acababa de ingresar en un grupo; conjunto, se decía entonces. Justo era el verano de 1969. Con dieciocho recién cumplidos, me unía así a otros chicos que habían formado su primera banda: Handicap. Eran todos de un barrio próximo al mío, barrios ambos habitados por gente de origen humilde. Me habían escuchado en un festival y supongo que debieron encontrar en mí cualidades interesantes para el puesto que otro había dejado vacante. 

Aquella noche de verano, sobre un discreto escenario de baile de pueblo, de ninguna manera pude sospechar que esa iba ser mi vida. De regreso a casa, sentía que algo había cambiado en mí según iba recordando cada instante.  

Y así fue que fueron pasando los años y, ya se sabe, luces y sombras. Momentos en los que, tras un desencanto, abrumado por el peso del esfuerzo baldío, llegas a cuestionarte los pasos dados y los por dar. Y todo hasta que un día firmas la paz con tus dudas, cuando comprendes que no es tuya la voluntad de seguir en esto, que esa voluntad viene de un extraño lugar que está más allá de tu propia intención. Y de nuevo, otra vez, vuelves a volcar la vida en una nueva canción convencido de que alguien querrá escucharla. 

Lo que nunca pude llegar a imaginar es que, algunas de esas canciones, por décadas, fueran a permanecer en el corazón de tanta gente. Qué premio tan enorme. No está pagado con nada poder ser testigo de la emoción de quienes acuden a escucharlas en vivo. Pero aún hay más, el reconocimiento de aquellos que un día, al igual que tú, también metieron sus vidas dentro de una canción: tus compañeros, tus colegas… en definitiva, otros músicos, otros seres sensibles… 

Me acaba de llegar una joya que representa mucho para mí. Un disco que es testimonio del homenaje desinteresado que un puñado de músicos hacen a Asfalto, la banda a la que he dedicado la mayor parte de esos 50 años. Aún estoy conmovido por la emoción que me produce escuchar esas increíbles versiones, nuevos colores, que representan otra visión de nuestra música. Que inmensa generosidad al querer entregar vuestro tiempo y vuestra creatividad, lo que interpreto como caricia para el alma de quien esto escribe. 

De verdad que no tengo palabras para expresar lo que siento. Tan solo me gustaría poder abrazaros a todos y así, queridos compañeros, haceros patente toda la gratitud que siento.

Gracias, gracias, gracias…

Julio Castejón. 

domingo, 17 de marzo de 2019

Todo tiempo pasado fue peor, o no.

El otro día el cartero llamó a la puerta de mi casa. Malo. Cuando un cartero llama es que a continuación te va a pedir un autógrafo… No como fan, sino como acuse de recibo de una mala noticia. Otra más. Y es que soy un conductor temerario. ¿A quién se le ocurre circular a 68Km/h por el Paseo de la Castellana? Qué atrevimiento. Qué imprudencia. Qué atentado contra la seguridad vial. ¡Peligro público! ¡A la cárcel con él!...

Cerca de tres millones de kilómetros acumulo al volante. Conduzco desde que cumplí los dieciocho y puedo decir que jamás tuve o provoqué un accidente. Suerte o mesura, no lo sé. He rodado sobre nieve, hielo, con niebla, bajo la lluvia y, sin aire acondicionado, bajo el bochorno canicular, detrás de un camión intentando adelantarlo en el momento que te permitieran las mil curvas de Despeñaperros. Me da que acredito, cum laude, saber de qué va esto de la temeridad sobre el asfalto. Me doctoré en las nacionales de doble sentido, aquellas del “Plan REDIA”, del que muchos muertos aún se acuerdan. Hace tiempo que tengo la sensación, y esto no es nuevo, de que, el que establece las normas de tránsito, normalmente, no conduce.


Pero bueno, no estoy escribiendo esto como producto de un “pataleo” provocado por mi mala suerte, porque seguro que esta no es distinta a la de los demás conductores. Sencillamente lo hago porque siento la necesidad de decir lo que pienso: que, cada vez más, las normas, tienden a ponernos las cosas un poco más difíciles. 


De a poco se nos van cercenando muchos hábitos arraigados; independientemente de que sean, mucho o poco, perniciosos para el conjunto de automóvilistas y viandantes; o que ni tan siguiera realmente lo sean. La cuestión es encorsetar la convivencia a base de presionar al individuo con la amenaza de ser sancionado. Lo malo es que, casi siempre, esto sucede en beneficio de la corporación. Esta es la palabra clave: CORPORACION. En realidad, de facto, es quien gobierna. Ella es la que recauda directa o indirectamente.

Se nos anuncia que terminarán prohibiéndose los motores térmicos, porque contaminan nuestras ciudades, nuestros cielos. Bien. Queden ustedes tranquilos que, cuando lo tengan todo montado y bien estructurado, serán ellos quienes sacarán partido de la puesta en marcha de la norma. Mientras tanto sigamos respirando CO
2 a mansalva. Por el momento se postulan, en connivencia con los que legislan, para diseñarnos un mundo mejor. Van lanzando mensajes de advertencia para luego poder esgrimir: “ya os lo veníamos anunciando…” Pero la realidad es que el medio ambiente se la suda. Si así fuera, acabábamos con los humos en cinco años, no más. Pero no, primero tienen que asegurarse que, la sartén que se ponga sobre el fuego, en la que todos estaremos friéndonos para entonces, la tendrán bien sujeta por el mango. Y ello para, bien posicionados, asegurar sus beneficios empresariales para el momento preciso en que se establezca la norma. Eso es lo que realmente les importa. De ahí que, regulación, regulación y más regulación… que, de lo mío, ya me encargo yo. 

En fin amigos, que tengo dudas de que todo tiempo pasado fuera peor. Hoy no hablaré del gobierno. Imitando a los inmensos, Tip y Coll, mejor dejémoslo para “mañana”. Pero que no se piensen, ni los que gobiernan ni los de la corporación, que todos nos chupamos el dedo, los hay que no. 

domingo, 24 de febrero de 2019

Paz, Piedad, Perdón...

Hoy la prensa anuncia que el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, visitará en Francia los lugares donde reposan los restos del poeta Antonio Machado (Collioure) y del último presidente de la república, don Manuel Azaña (Montauban). 

Si una parte de la política radica en los gestos, debiéramos aplaudir este, se esté políticamente próximo o alejado de quien lo protagoniza. Y lo pienso así porque la naturaleza intelectual y humana de ambos personajes, el poeta y el político, tal vez sean de lo menos reconocido en la España actual. De Antonio Machado, aquellos que nos interesamos, conocemos su pensamiento y su sensibilidad expresada en su obra. Del Presidente, casi todo el mundo ignora hasta su nombre. ¡Qué país es éste que no sabe reconocer a sus grandes hombres!...

La foto que encabeza tiene aproximadamente unos 60 años. Fue tomada al pie de la sepultura donde yacen los restos del expresidente Azaña. En ella, mi padre, me toma por el hombro al tiempo que me contaba quién era aquel que él, y tantos, admiraban. Sus palabras calaron en mí de por vida al percibir la emoción con la que las expresaba. 

Montauban es una ciudad pequeña del "midi" francés. Situada a unos 50 Kms al norte de Toulouse, donde, ya enfermo y moralmente hundido, el presidente trató de refugiarse ante el temor de verse extraditado y puesto en manos del dictador. Falangistas y nazis trataban de hacerlo. Afortunadamente, con el amparo del gobierno mexicano se evitó al designar, la habitación de hotel que lo acogía, como legación diplomática. Mi tío, Ramón Lozano, como tantos otros republicanos, también encontró refugio en esa ciudad. En 2005, ya con más de 90 años, allí falleció y también sus restos encontraron acomodo en Le Vieux Cimetière, tan sólo a unos pocos metros de donde se sitúan los de su presidente. 

Con esfuerzo hacíamos aquellos viajes para visitar a mis tíos. En la España de aquellos años, se puede suponer que aquellos desplazamientos aún tenían algo de clandestinos; tanto así que, la foto que muestro, cruzó la frontera de Hendaya pegada a mi infantil pecho. Tal vez aquel fue el acto que, por primera vez, me procuró la sensación de hacer algo importante. Me fascinaba Francia, aún hoy lo hace. Por entonces un país en el que todos los niños tenían bicicleta y los obreros podían tener un 2CV o una Mobilette; un país donde nadie tiraba un papel al suelo y los platos no se rompían porque eran de Duralex. Pero lo más reseñable, por contra a lo que pasaba aquí: un país donde todos respetaban los símbolos nacionales, sobre todo porque representaban el orgullo de una ciudadanía que asumía en paz y conciencia su historia. También porque, bajo ellos, habían sabido sufrir la casi reciente ocupación nazi. Aún recuerdo la celebración de la fiesta nacional el "14 juillet", con fuegos de artificio en la ribera del Tarn. De regreso en mi barrio lo contaba  a mis amigos que no daban crédito, en especial lo de las bicicletas para todos. 

En estos tiempos que nos está tocando vivir, ya de bien adultos los que hemos pertenecido a la generación de la esperanza, asistimos perplejos y muy desencantados a esta tremenda infantilización de la política nacional. Observamos con asombro como se van descafeinando conceptos como: libertad, democracia, tolerancia, respeto... y tantos otros. Palabras que siempre expresaron valores por los que nos partimos el pecho defendiendo el progreso de este país y la convivencia en paz. Pero no. Se ve que no. Definitivamente, me lo dijo un portugués, somos un pueblo que ha gastado los dos últimos siglos a pedradas, unos contra otros. En mi opinión no puede España, o las Españas si se entiende así mejor, presumir de nada. Muy poco hemos aportado a la civilización en positivo. Pero reconocerlo y decirlo, no vende. No produce votos. Los que hemos tenido la suerte de viajar, hemos regresado siempre con el convencimiento de que tal vez no exista en el mundo lugar mejor para vivir que esta bendecida península del sur de Europa. Pero nos empeñamos en no quererlo ver porque estamos cegados por arcaicos dogmas, los de fe y los otros. Sin duda: no sabemos querernos a nosotros mismos. En mi opinión queda sobradamente acreditado. Nos vemos incapaces de dialogar y llegar a acuerdos. Nos enrocamos inhábiles para pensar que, el que piensa distinto, tal vez pueda ilustrar nuestro propio discurso. Pero no, seguimos mostrándonos incapaces de llegar a acuerdos que hagan factible la convivencia en paz. No aprendemos de nuestra propia historia, sencillamente porque tendemos a observarla fuera del sentido crítico. Y así nos va. Hoy sólo recibimos de nuestros políticos eslóganes binarios: blanco o negro, sí o no, izquierda o derecha, ignorando los muchos matices que incluso, y con todo, tienen los conceptos  definidos como empíricos.  

El presidente don Manuel Azaña las vio venir. Fue un hombre lúcido, culto, soñador y valiente que, puso su empeño en evitar lo que tanto dolor al final trajo consigo. De ahí que en sus últimos días acuñara aquella frase, súplica, como salida para la España cainita: que se ejerciera la Paz, la Piedad y el Perdón... Pero aquella semilla no fructificó y, aún hoy, observamos que sigue cayendo en terreno baldío. Tal vez sea que, aquella otra frase suya, desgraciadamente sigue teniendo sentido: "en España, la inteligencia, aún está peor repartida que la riqueza..."     


miércoles, 2 de enero de 2019

¿Hacia dónde...?

Justo estrenando un nuevo año, por todos los medios se publican balances de lo bueno y lo malo que tuvo el que acabamos de dar por finiquitado, 2018. En nuestro periplo alrededor del sol, de nuevo volvemos a situarnos en el punto de partida invocando, cada cual a sus dioses, dichas y venturas para el que ahora se inicia. En este viaje, yo siento como que, la vida a nuestro entorno, se va adaptando año tras año a lo que hay.

En el pasado, a estas fechas le sumaba un montón de propósitos que, semanas después, terminaban diluidos en nada. Y así, irremediablemente, de vuelta la burra al trigo. Y es que, la inercia en el sentido de la marcha siempre me devolvía a la maldita senda trazada. Ya me he hartado de ponerme tareas, retos y metas que terminan dañando mi autoestima y creándome problemas de conciencia. ¿Será que este joven, el que sigo siendo a mi pesar, comienza a asentarse en la edad cierta que voy teniendo?... Tal vez sí. Ya es como que ni le pido peras al olmo, ni me obligo a nada, harto de tanto compromiso asumido a lo largo de mi existencia. Sinceramente, ya estoy por dejar que la vida fluya lo más relajadamente posible. Pero no por ello hago el viaje sin dejar de observar el paisaje. Es algo que me ocurre incluso desde bien niño. Cuando viajaba con mis padres en aquellos expresos nocturnos, en aquellos departamentos de la 2ª clase, no paraba de mirar a través del cristal de la ventanilla escrutando la oscuridad utilizando mis dos manos como las anteojeras que se le ponían a los burros. Ahora me sucede igual, siempre quiero saber por dónde y adónde vamos cuando no soy yo quien conduce. Y es así que, observando el panorama actual, me surgen muchas preguntas sin respuesta al no entender mucho de lo que veo, o dejo de ver. 

Crecí formando parte de una generación esperanzada, privilegiada por ello. Una generación que no sufrió la guerra que tuvieron que afrontar las que nos precedieron. Una generación que, por primera vez, alcanzaría niveles de confort impensados por nuestros padres. Pues bien, pese a ello, las nubes bajas hoy vuelven a situar la niebla frente a nuestros ojos. Me revelo ante tanta injusticia, tanto necio, y tanta amargura como la que viven los que se ven incapaces de alcanzar ese paraíso ficticio que se nos anunciaba al que llamábamos progreso. Veo mucha gente infeliz a mi alrededor sufriendo la quiebra del modelo que se nos vendía como paradigma, la llave que abría las puertas de acceso a la felicidad. 

Hoy, con dolor, vemos náufragos en el mar; náufragos en la calles; en nuestras familias…¿Qué hemos hecho tan mal?... Cuando veo a un joven abrazando las ideas nacionalistas del pasado, absurdas y fracasadas, revelándose contra todo sin esgrimir argumentos coherentes, me pregunto: ¿a dónde hemos llegado? Cada vez son más los reaccionarios que van tomando el poder, los cautos acojonados, los intelectuales con miedo de manifestar sus ideas e ideales. Me irrito especialmente con los profesionales de la opinión, opinando al servicio de la voz de su amo. Me aterroriza que el poder de decisión lo estemos dejando en manos de locos e iluminados. Democracia, sí, pero así no… ¿Quién ha desalojado a la inteligencia del poder? 

Intuyo que estamos tomando un camino que solo conduce al abismo. Y mi miedo no es mío, ni es por mí, que ya tengo la vida más que amortizada, si lo siento es por las generaciones que han de precedernos. ¡Qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos...!, decíamos, pero, observando su pasividad, comienzo a pensar en qué hijos vamos a dejar al mundo. Lo siento pero no veo un discurso joven, renovador, medrante, como el que surgió del 68 que contribuyó a denunciar la injusticia, a atizar las ideas, surgiendo un nuevo pensamiento crítico que acabó, entre otras, con la guerra del Vietnam. Y sí, estoy de acuerdo, no todos éramos iguales pero, de algún modo, aquellos jóvenes contribuyeron a que todos fuésemos más libres e informados. 

Hoy, siento como que vuelven hábitos del tiempo de la esclavitud. La tiranía del sistema, de las grandes corporaciones, descaradamente consideran al individuo como elemento al que explotar, elemento de la cadena de producción sustituible a corto plazo por la máquina, en cuanto se pueda. Mientras, se va sacando del trabajador su tiempo, su esfuerzo, ello a cambio de una pequeña renta que va convirtiéndole de a poco en un elemento deudor para con el sistema. Lo peor, es que observo como va generalizándose la idea de que, aquí, sálvese quién pueda y ello me causa desolación y cierta angustia. 

Bajo estos parámetros, algunos seguimos observando la vida, la propia, como un devenir intrascendente. Cada superviviente se va posicionando del lado más tibio al sol y, a lo mejor, esa es la fórmula para evitar caer abatido cuando poco o nada se puede hacer por revertir la inercia. Es así, de natural, justificado, principio de subsistencia. No seré quien les recrimine por ello. Yo, que por fin he conseguido hacerme dueño de las agujas del reloj, hoy me permito hacer todo aquello que más me gusta hacer, pensando que no hay mejor manera de gastar mi tiempo, el que me reste. Pero aun con todo, en este viaje no quiero dejar de mirar por la ventanilla para observar el camino. Este viaje en el que ya no conduzco y del que ignoro el destino.