martes, 4 de diciembre de 2007

Crónica de un final no anunciado

Entré por primera vez a la sección de discos de los almacenes Simeón, situados en la Plaza de Santa Ana de Madrid. Lo hacía por primera vez en mi vida con la intención de comprar. Hasta entonces, todas mis visitas a las disquerías, como dicen en América, habían sido para escuchar, por la cara, las últimas novedades; en el Corte Inglés de la calle Preciados, por poner un ejemplo, podías coger media docena de discos, singles obviamente, y pedir que te los pusieran en unos tocatas individuales que tenían dos auriculares muy parecidos a las orejeras de los teléfonos antiguos; dos, no para percibir el estéreo, si no para que dos criaturas pudieran escuchar simultáneamente. Al final le hacíamos un gesto a la empleada diciéndole que no nos interesaban, ella, evidentemente, ya lo sabía, era parte de su trabajo.

Aquella tarde, perteneciente al 6 de agosto de 1967, era suficientemente calurosa para poder haber sido asimilada consecuencia del cambio climático, si es que de ello se hubiera hablado por entonces, cosa que no; sí que la recuerdo dotada de esa luz brillante más propia del sol de invierno que de los rigores calurosos de ese infierno mesetario con que Madrid nos suele castigar en tiempos de la canícula. Acudía teniendo muy claro el disco que iba a comprar y exactamente a quien se lo iba a regalar por ser su cumpleaños, de ahí que me acuerde con precisión de la fecha. El disco era el primer single en España de Mamas & Papas, cara a: Monday, Monday, cara b: California Dreamin' El destinatario mi buen amigo, ya por entonces, Enrique Cajide; era su 17 aniversario. Pagué diez duros por él, unos treinta céntimos de euro.

Traigo esta referencia a cuento porque, si bien me reconozco no demasiado comprador de discos, no por falta de afición, si no tradicionalmente de recursos para hacerme con ellos, si que quiero manifestar que me consideré siempre especialmente atraído por el objeto, tanto es así, que terminé creando mi propio sello discográfico y durante muchos años viviendo y sufriendo tan duro negocio. Un negocio imposible, muchas veces injusto y poco gratificante pero, sustentado muy a menudo por la carga de materia sensible que hay tras él. Bien, hoy se anuncia la muerte inminente del formato y con el los restos de toda una industria que se diluirá en quien sabe qué. Una industria que ya no es lo que fue una vez que han ido desapareciendo los productores independientes, pequeños sellos discográficos que fueron adquiriendo uno tras otro las grandes empresas. Ellos desarrollaban la labor de creación de discos que difundían nuevos artistas. La figura romántica del productor detrás de la consola de mezclas intentando sacar lo mejor en cada producción ajustándose a parámetros sustentados en la pura creatividad hace tiempo que desapareció siendo sustituida por la del ejecutivo que diseña la performance más adecuada para sonar en las malditas radio fórmulas.

Uno no puede ir en contra del signo de los tiempos, pero eso no impide que se sienta cierta tristeza por lo que representa la desaparición de ese objeto redondo, para muchos de nosotros, objeto de culto, que bien en forma de vinilo como en cualquiera de los soportes que vinieron después, muchos de nosotros identificábamos nuestros anhelos. Fueron los libros donde toda una generación aprendimos escuchando todo lo que como músicos llegamos a saber, téngase en cuenta que, por entonces, ni el pop, ni el rock, ni el jazz se estudiaba en el conservatorio. ¿Qué hubiera sido de nosotros sin aquella pericia que llegamos a desarrollar para mover el brazo del gira discos, justo un par de surcos atrás, con el objeto de imprimir en nuestro cerebro esas notas del solo de guitarra, ese acorde que se camufla y que a penas distinguimos? Nada.

Pero bueno, las cosas son así, y no quiero caer en la tentación de afirmar que tiempos pasados fueron mejores, porque no lo creo. El mundo sigue girando y vendrán otras formas y otros modos que la gente adaptará para seguir dotándose de sensaciones agradables, parecidas a las que ha reportado la música grabada en nuestro tiempo. Creo que podemos estar tranquilos porque la música no morirá ya que está directamente implicada en la percepción de sensaciones a través del sentido del oído, como los colores son a la vista y los sabores al gusto, pero es una evidencia de que se va a establecer un modelo de difusión diferente, un modelo que establecerá una relación distinta donde no alcanzo a distinguir la posición de los músicos, de los autores, de los distribuidores. Sin duda se anuncia una relación diferente que a estas alturas nadie alcanza a definir, sencillamente porque todo ha sido muy rápido. Un final no anunciado por insospechado hace sólo diez años cuando se comenzaba a extender el uso de Internet.

Julio Castejón.