sábado, 19 de mayo de 2012

Un Concierto para Tiempos de Desconcierto



Dicen que la armonía surge de en medio del caos, nada más armónico que el concierto que vivimos el pasado viernes en el Auditorio Paco de Lucía de Alcalá de Henares, sobre el escenario: una caricia para paliar la angustia que a muchos nos provoca la actual situación de crisis.

Creo recordar que fue allá por 1987 cuando un tipo se acercó a mí para decirme que tenía a los “Beatles” españoles. Por discreción, y en uso de las buenas formas, evité decir el número de veces que había escuchado lo mismo a más de un productor en el lanzamiento en ciernes de una nueva banda. Aun así, días después, le invité a presentarse con sus pupilos en un concurso-festival al que me vi obligado a asistir (no me gustan los concursos). El caso es que aquellos jovencitos alcalaínos, que se presentaban con el nombre de GRADHEN, acrónimo de “Grupo de Rock de Alcalá de Henares”. Pese a su juventud, mostraban un desparpajo sobre el escenario nada común entre las jóvenes bandas de aquellos años. No ganaron el concurso porque el jurado, como no, estimó que el premio mejor dárselo a unos “poperos” autóctonos que cantaban mirándose a los zapatos, que no a unos roquerillos proletarios y descarados; las modas son las modas, y en aquellos años de la “modernez”, se valoraba más a aquellos que "popeaban" que a quienes pasaban sus guitarras por un distorsionador.

 Pues bien, verlos en vivo me sirvió de estímulo y aposté por ellos produciendo sus primeros discos. Estuvieron a las puertas de una multinacional pero les dejaron pasar de largo y, tal vez ahí, se perdió la posibilidad de que ascendieran a altas cotas de popularidad, porque, sin duda, carisma y atributos, no les faltaban. Conociéndoles de cerca, lo que más valoré de ellos fue su espontaneidad, su ilusión y esa calidad humana que tan a menudo se da entre la gente sencilla. De ahí surgió una amistad y un afecto que se ha ido consolidando con el paso de los años.

 De los GRADHEN, surgieron los TRAFICO, un grupo de versiones que revolucionaba las plazas de los pueblos sin tener la necesidad de pachanguear; hasta que, la necedad de los concejales más “recios”, quisieron forzarles a lo contrario. Es entonces que la banda se rompió entre los que si aceptaron la manipulación del repertorio a cambio de actuaciones y los que se mantuvieron en la línea de que: la música que se toca la decide el músico y no la audiencia.

Jean Louis Barragán (Barra) y Francisco Villamayor (Paquito) fueron irreductibles. Siguieron creyendo en la música desarrollándose como intérpretes y compositores. Otros artistas de mayor relieve se dieron cuenta y quisieron contar con ellos, de ahí que en los últimos años se les vea integrando del grupo “La Guardia”; pero eso sí, sin renunciar a la creatividad. Y es ahí que hace unos años, “Barrita”, (el diminutivo irá siempre en mi boca) me invitó a intervenir en un proyecto personal. Lo hice con infinito gusto.

Como vivimos en el país que vivimos, pasaron años hasta que el disco, aburrido de esperar a ser la apuesta de una discográfica, viera la luz de la calle. Y si se alumbró no fue por otro motivo que la perseverancia de quien lo hizo; algo tan común en este tiempo que afecta incluso a quien escribe. Los discos se hacen en el estudio pero es como que las canciones se visten de largo justo el día que se estrenan sobre un escenario, y, una vez más, a riesgo de sus creadores han conseguido hacerlo  ¡Y cómo!

Fijaos la cantidad de párrafos que he gastado hasta llegar aquí, el objeto de este artículo que me han pedido que escriba: comentar el concierto que disfrutamos unas 300 personas el otro día. Pero es que no tenía otro remedio ya que entiendo que el grueso de los lectores gustarán saber de quién hablo. Pues bien, la música de AMIGOS DE BARRA no nace en los bares, ni en los despachos, ni se programa para escalar puestos en las listas de éxito, sencillamente surge en la intimidad del creador, hecha sólo por el placer de hacerla. Es una música que nos llega con procedencia directa desde corazón del autor y de sus intérpretes, así, sin intermediarios, sin premeditación…  

Para mí, hablar del concierto, es muy sencillo. Os lo cuento: imaginaros a una serie de músicos que llevan años tocando al más alto nivel acompañados de amigos que acreditan trayectoria y que están allí relajados porque les llama la música, y no las cámaras, ni los micrófonos de ningún medio. ¿Cuál es el resultado? Sencillamente: la excelencia. AMIGOS DE BARRA, o lo que es lo mismo: Barra con su inseparable amigo del alma: Paquito, nos ofrecieron un puñado de canciones hermosas interpretadas con ganas y con alegría, mucha alegría sobre el escenario. Rock eclético, sin premisas, sin clichés. En el patio de butacas: entusiasmo. Y no hay más que comentar porque pienso que con lo dicho está suficientemente hecha la crónica de un concierto perfecto para paliar el tedio de estos tiempos de desconcierto. Durante y después del mismo se me quedó un reflexión revoloteando en mi mente: ¿Cómo es posible que este país se pueda permitir ignorar algo así?... Amigos, cuantos “adoquines” hay en el piso que pisamos.

Son tiempos de cambio en la SGAE, esperemos que los nuevos directivos rectifiquen los malos rumbos y comprendan todo lo que se podría hacer con el dinero que se ha derrochado en adquirir teatros por medio mundo si, esos cuantiosos medios, se pusieran al servicio del mucho talento soterrado. 

domingo, 13 de mayo de 2012

LA ALTURA DE LA DIGNIDAD


En los años en que viajaba por América, a propósito de las actividades de Libélula, el sello discográfico que fundé y que dirigí durante una docena de largos y sufridos años, conocí mucha gente que no siempre me reconocía como músico, sino más bien por esa faceta empresarial mía de la que, al final, tanto he renegado. 

Pues bien, en una ocasión viajó a Madrid desde Argentina uno de aquellos empresarios, y justo coincidió con un concierto mío en la época de Los Trípodes; concierto al que obviamente lo invité y al que el hombre asistió, tal vez con la misma gana del que no le queda otra.  Al parecer se llevó una sorpresa positiva y al final del show me trasladó algunos dulces comentarios; me quedo con dos: «Caramba Julio tu voz cuando cantas no la relaciono con tu voz cuando hablas» Le respondí que no es lo mismo mear que hacer el amor y que sin embargo se utiliza el mismo “instrumento”. En otro comentario trató de glosar detalles alrededor de cuan diferente se me ve sobre el escenario, argumentando la notable transformación que a su juicio se producía en mí. A esto último le respondí que no, que no me transformaba cuando subía al escenario, sino cuando me bajaba de él. Fue una frase espontánea que brotó de mí boca exenta de reflexión pero que, nada más expresarla, comprendí que era excesiva y en cierto modo pedante.   

Arrepentido, durante el viaje de regreso a casa resonó en mi mente una y otra vez tan desacertada respuesta, incluso siguió revoloteando en mi conciencia insistentemente haciendo que el sueño de madrugada se postergara en mi cama hasta bien llegadas las primeras luces de la mañana. ¿Por qué había tenido una salida de tono tan impropia, tan ajena a mi personalidad, mucho más discreta y ponderada?

Me ha llevado años sacar una conclusión: efectivamente todos llevamos un demonio y un ángel dentro de cada uno de nosotros, que decía aquella canción. Conozco muchos casos de músicos en los que el divo, que se alimenta del escenario, a menudo no es capaz de desligarse del artista al bajar de él. Y es así que hay criaturas que no consiguen encajar su vida artística con la vida real. Muchos de ellos, cuando se les niega el escenario, terminan divagando, extraviados, desvaídos… Pues bien, se ve que aquella noche, el “divo”, si se me permite decirlo así, se negó a ser desalojado y respondió por mí a la pregunta de aquel buen hombre secuestrándome las palabras.

A menudo, el seguidor, el que aprecia lo que hacemos sobre el escenario, no suele aceptar que al bajarnos de él seamos tan de carne y hueso como los demás. Es por eso que mucha gente se sorprende cuando te ve en el supermercado arrastrando el carrito o cuando te ve indefenso buscándote la vida a como de lugar. Armonizar el yo deseado con el yo real nos lleva lo más jugoso de nuestras vidas y podéis creerme que no es tarea fácil. Pido, si es que puedo, que jamás se nos eleve la altura del listón de nuestra dignidad, porque a medida que vamos haciéndonos más viejos, cada vez nos cuesta más saltarlo.