Mi relación con este pueblo carbonero se inició allá por 1971, cuando Los Handicap (los de la foto) acudíamos hasta allí contratados para actuar en una sala de fiestas dominguera, exáctamente, si la memoria no me falla: Sala Panacar, así creo que se denominaba. Su dueño, un fornido leonés llamado "Vicentin el Carnicero" era, y espero que lo siga siendo, un personaje amable y bonachón. El viaje desde Madrid lo hacíamos en un "seiscientos", los equipos viajaban en una furgoneta DKW donde no había sitio para todos nosotros. Saliamos bien temprano y llegábamos como a mediodía. Montábamos los equipos, probábamos durante largo tiempo y hacíamos algo así como tres horas de tocada en dos o tres pases. Después de la actuación, a eso de la medianoche, emprendíamos viaje de regreso porque la cosa no daba como para hospedaje, además, de ser domingo, tenía que fichar antes de las 8 de la mañana en la oficina. Sólo conducía yo y, por suerte, no terminamos como algunos otros. Cuanto sueño pasé conduciendo a través de aqellas carreteras del Plan Redia, en aquellos inviernos mesenterios soportando inclemencias; la peor de todas: la peligrosa niebla nocturna. Horas conduciendo, cansado como para tirarme al suelo pero obsesionado con llegar, frente a una especie de muro blanco, con miedo a salirnos de la carretera, o peor todavía, somnoliento como iba, no invadir el carril izquierdo contra el tráfico que venía de frente.
Qué cantidad de locuras se hacen a los veinte años. Y todo por amor, el que le teníamos a la música. No había nada más importante en nuestras vidas que pisar escenarios.
Ahora regreso con toda la confortabilidad de los viajes en este tiempo pero seguro que, cuando vuelva a divisar el mismo paisaje, éste jamás me será ajeno y su visión conseguirá trasladar mi memoria a unos tiempos tan diferentes en los que, la mayor parte de los chavales que decidimos ponernos a tocar, lo hacímos sin pensar en llegar a ser profesionales: simplemente tocábamos porque lo queríamos hacer, nos divertía y punto. No hacía falta más motivo.
Cuánto queda en mí de aquello, lo pienso y sin dudar, la respuesta es todo. Sigo viajando motivado a tope por visitar nuevos escenarios. Lo hago con la ilusión intacta, aunque tal vez no sea exáctamente la misma de antaño, porque la vida ha ido moderando mucho las expectativas; pero eso sí, sobre la tarima, en el momento en que todo comienza a sonar, vuelvo a sentir el dulce abrazo de esta maldita amada que un día me cogíó por la entrepierna y no termina de soltarme. Y que se le ocurra hacerlo...
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