domingo, 24 de febrero de 2019

Paz, Piedad, Perdón...

Hoy la prensa anuncia que el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, visitará en Francia los lugares donde reposan los restos del poeta Antonio Machado (Collioure) y del último presidente de la república, don Manuel Azaña (Montauban). 

Si una parte de la política radica en los gestos, debiéramos aplaudir este, se esté políticamente próximo o alejado de quien lo protagoniza. Y lo pienso así porque la naturaleza intelectual y humana de ambos personajes, el poeta y el político, tal vez sean de lo menos reconocido en la España actual. De Antonio Machado, aquellos que nos interesamos, conocemos su pensamiento y su sensibilidad expresada en su obra. Del Presidente, casi todo el mundo ignora hasta su nombre. ¡Qué país es éste que no sabe reconocer a sus grandes hombres!...

La foto que encabeza tiene aproximadamente unos 60 años. Fue tomada al pie de la sepultura donde yacen los restos del expresidente Azaña. En ella, mi padre, me toma por el hombro al tiempo que me contaba quién era aquel que él, y tantos, admiraban. Sus palabras calaron en mí de por vida al percibir la emoción con la que las expresaba. 

Montauban es una ciudad pequeña del "midi" francés. Situada a unos 50 Kms al norte de Toulouse, donde, ya enfermo y moralmente hundido, el presidente trató de refugiarse ante el temor de verse extraditado y puesto en manos del dictador. Falangistas y nazis trataban de hacerlo. Afortunadamente, con el amparo del gobierno mexicano se evitó al designar, la habitación de hotel que lo acogía, como legación diplomática. Mi tío, Ramón Lozano, como tantos otros republicanos, también encontró refugio en esa ciudad. En 2005, ya con más de 90 años, allí falleció y también sus restos encontraron acomodo en Le Vieux Cimetière, tan sólo a unos pocos metros de donde se sitúan los de su presidente. 

Con esfuerzo hacíamos aquellos viajes para visitar a mis tíos. En la España de aquellos años, se puede suponer que aquellos desplazamientos aún tenían algo de clandestinos; tanto así que, la foto que muestro, cruzó la frontera de Hendaya pegada a mi infantil pecho. Tal vez aquel fue el acto que, por primera vez, me procuró la sensación de hacer algo importante. Me fascinaba Francia, aún hoy lo hace. Por entonces un país en el que todos los niños tenían bicicleta y los obreros podían tener un 2CV o una Mobilette; un país donde nadie tiraba un papel al suelo y los platos no se rompían porque eran de Duralex. Pero lo más reseñable, por contra a lo que pasaba aquí: un país donde todos respetaban los símbolos nacionales, sobre todo porque representaban el orgullo de una ciudadanía que asumía en paz y conciencia su historia. También porque, bajo ellos, habían sabido sufrir la casi reciente ocupación nazi. Aún recuerdo la celebración de la fiesta nacional el "14 juillet", con fuegos de artificio en la ribera del Tarn. De regreso en mi barrio lo contaba  a mis amigos que no daban crédito, en especial lo de las bicicletas para todos. 

En estos tiempos que nos está tocando vivir, ya de bien adultos los que hemos pertenecido a la generación de la esperanza, asistimos perplejos y muy desencantados a esta tremenda infantilización de la política nacional. Observamos con asombro como se van descafeinando conceptos como: libertad, democracia, tolerancia, respeto... y tantos otros. Palabras que siempre expresaron valores por los que nos partimos el pecho defendiendo el progreso de este país y la convivencia en paz. Pero no. Se ve que no. Definitivamente, me lo dijo un portugués, somos un pueblo que ha gastado los dos últimos siglos a pedradas, unos contra otros. En mi opinión no puede España, o las Españas si se entiende así mejor, presumir de nada. Muy poco hemos aportado a la civilización en positivo. Pero reconocerlo y decirlo, no vende. No produce votos. Los que hemos tenido la suerte de viajar, hemos regresado siempre con el convencimiento de que tal vez no exista en el mundo lugar mejor para vivir que esta bendecida península del sur de Europa. Pero nos empeñamos en no quererlo ver porque estamos cegados por arcaicos dogmas, los de fe y los otros. Sin duda: no sabemos querernos a nosotros mismos. En mi opinión queda sobradamente acreditado. Nos vemos incapaces de dialogar y llegar a acuerdos. Nos enrocamos inhábiles para pensar que, el que piensa distinto, tal vez pueda ilustrar nuestro propio discurso. Pero no, seguimos mostrándonos incapaces de llegar a acuerdos que hagan factible la convivencia en paz. No aprendemos de nuestra propia historia, sencillamente porque tendemos a observarla fuera del sentido crítico. Y así nos va. Hoy sólo recibimos de nuestros políticos eslóganes binarios: blanco o negro, sí o no, izquierda o derecha, ignorando los muchos matices que incluso, y con todo, tienen los conceptos  definidos como empíricos.  

El presidente don Manuel Azaña las vio venir. Fue un hombre lúcido, culto, soñador y valiente que, puso su empeño en evitar lo que tanto dolor al final trajo consigo. De ahí que en sus últimos días acuñara aquella frase, súplica, como salida para la España cainita: que se ejerciera la Paz, la Piedad y el Perdón... Pero aquella semilla no fructificó y, aún hoy, observamos que sigue cayendo en terreno baldío. Tal vez sea que, aquella otra frase suya, desgraciadamente sigue teniendo sentido: "en España, la inteligencia, aún está peor repartida que la riqueza..."     


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