miércoles, 20 de marzo de 2013

A Irene, joven compositora.


De verdad que me fastidia verme envuelto en este tipo de polémicas. Y más cuando quien pretende implicarme, ni tan siquiera conoce cual es mi realidad. Qué injusto. Me agarras componiendo, en un estado emocional perfecto. Leer ciertas cosas me turban, de verdad que sí. Me apenan tus palabras y tu postura.

Querida amiga, después de registrar desde 1977 cerca de 200 de mis obras en SGAE, déjame que te diga que, a día de hoy, los derechos que percibo, no alcanzan a ser ni el 50% del salario mínimo interprofesional. ¿Sabes cuánto va a cobrar algún autor tan prolijo y afamado (me cuesta escribir sus nombres) como alguno de tus amigos? Pregúntaselo, porque la cifra tiene no menos de 5 dígitos altos, incluso 6. Y todo porque, muy "afortunados" ellos, han encontrado una fórmula "genial" pero que, por muy legal que se nos pinte, no tengas dudas: es un claro fraude al espíritu de la ley.

Que te quede claro que no tengo nada contra los conciertos de madrugada, ni a ninguna hora, si se hacen con la total libertad del músico que los ejecuta y no dictándole las piezas que debe tocar que, obviamente, suelen ser las que pertenecen al control editorial de la cadena que los emite. Tampoco tengo inquina contra quienes hacen de su capa un sallo negociando en "libertad" con las editoriales de TV, pero sí contra aquellos que están prestándose, ocultando su mirada tras unas gafas de sol, a una pantomima que ofende a los que hemos dedicado toda nuestra vida de músicos, pensando que la música debe nacer para poder ser escuchada.

También estoy en contra, siempre lo estuve, de la figura del editor musical especulativo. Mi obra (salvo el 1er L.P. de Asfalto) no entrega derechos a las editoriales, puede que de ahí la tímida repercusión que tuvo de siempre en los medios. Y, fíjate lo que digo: respeto mucho a los editores, aquellos que invertían esfuerzo en la difusión de las obras de sus representados, de los que ya prácticamente no quedan. Esta en mi libro autobiográfico, que en 1965 trabajé en una editorial así, regentada por un compositor, todo un señor, magnífico como músico y como persona D. Mario Suárez. Me pasaba el día escribiendo direcciones en sobres que portaban partituras que se regalaban a las orquestas por todo el país para que las ejecutaran. Porque ¿sabes de donde viene la figura del editor? Te lo digo: el autor componía y alguien tenía que imprimir las partituras y repartirlas. ¿Sabes lo que es el editor actual?:  alguien que obliga al compositor a ceder el 50% de sus derechos para atenuar lo que sus dueños (léase grupos de comunicación y multinacionales del sector discográfico) pagan por otro lado, conforme a lo que les obliga la ley. Y es, de ese modo, que aminoran el costo de la factura que les presenta SGAE por mandato de todos los autores. Alain Milhaud por años ha sido editor musical, tal vez su nombre no te diga nada, fue el productor de Los Bravos, quien hizo que ese fuera el primer grupo español en visitar los charts internacionales; un viejo octogenario, pasional de la música, me decía hace sólo unos meses: "Amigo Julio, es duro aceptar en lo que se ha convertido la figura del editor musical".

Por tanto, si los que tú defiendes, consideran que tras este enfrentamiento lo que hay es una pugna entre unos grupos editoriales y otros, a lo que Antón Reixa, presidente de SGAE, presumiblemente se apunta en favor de unos, te diré con total rotundidad que en esas yo no estoy; pero es que, además, me parece que Reixa tampoco. Estoy convencido de que el Presidente está siendo sincero, yo lo veo así, y dice lo mismo que diría cualquier autor indignado, que, por supuesto, no son obviamente ese centenar... que dicen ser. Y sí, es cierto que, si se cogen sus palabras y se sacan de contexto, pueden, con habilidad maléfica, presentarse como ofensivas para algunos autores; es por eso que él ya las ha matizado.

En fin, amiga, te dije que te daría mis explicaciones en privado si te interesan, ya veo que no y me has obligado a darle a la tecla. No te preocupes, posiblemente ya madurarás como persona, aunque algunos no lo hacen yo deseo que tú sí. Yo mismo, a tu edad, también hice muchas tonterías por no saber escuchar a los mayores que, en la recta final de sus vidas, ya se ven aliviados del peso de las ambiciones.

Por último, con cierto pudor me obligas a que te diga qué pasa con mi música. Verás, yo no salgo en televisión, ni sueno por la radio, tal vez porque no tengo editorial que lo promueva... Pero a pesar de ello, vengo publicando casi un disco por año. Trabajo en ello casi constantemente, es lo que me queda, y es un placer hacerlo; sobre todo pensando que gozo de la suerte de tener unos pocos miles que están dispuestos a escuchar con interés lo que hago; qué privilegio amiga mía, no sé si les estoy suficientemente agradecido. Con Asfalto, qué quieres que te diga, es cierto que no tocamos mucho: 40 fechas en 2009, 22 en 2010, unas 20 en 2011 y una docena de 2012. Las cosas están mal para todos: no hay dinero para contratar y tampoco es cosa de ir haciendo de empresa por salas cutres, a no ser que te subvencionen... claro. O eres músico o eres gestor, las dos cosas es casi materia imposible, no funciona. Aún así, no dejo de hacer actuaciones. Déjame que te diga que, al menos una vez por semana, a veces dos; a veces tres... mis canciones se suben a un escenario allá por cualquier parte de la geografía nacional. Lo hago con el dueto electro-acústico que tengo con mi amigo Sherpa; un espectáculo muy digno, créeme: te gustará, sepas que te invito a verlo cuando quieras. Como ves no se puede decir que esté precisamente inactivo.

En cuanto a las "dietas" que percibo por mi participación en el Comité de APS (Atenciones y Previsión Social) de Fundación Autor, o sea: SGAE ¿Sabes lo que es eso? Te lo explico: una docena de autores, se supone que gente buena, fuimos elegidos para atender los casos y ayudar económicamente a los autores que atraviesan situaciones de extrema gravedad. Unos 300.000€ al año destinará la actual SGAE para estos fines solidarios, justo el doble que el año 2012. Nos venimos reuniendo cada dos meses, y sí, cuando lo hacemos, se nos pagan como gastos de asistencia 200 euros. ¿Que te parece el dineral que percibo? Como ves, no tengo nada de qué avergonzarme, desde luego que no. Pero aún hago algo más. Déjame que te diga que, pensando en ti, mejor dicho en gente de tu edad que tiene impulsos creativos y que les gustaría llegar a mostrarlos, estoy trabajando en la redacción de un proyecto que permita que miles de jóvenes músicos encuentren un circuito en el que poder tocar. Y todo ello, muy probablemente, sea factible bajo el impulso de la actual dirección de esta “maldita” SGAE, sobre la que albergas tantas sospechas.

Cómo ves, realmente soy un ser despreciable, ¿verdad que sí? 

Pd: He elegido una foto muy interesante para ilustrar esta publicación, en ella se te ve muy guapa al lado de un viejo amigo... por todos sobradamente conocido.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Adiós Zaky

En el verano de 1997 llegó a nosotros, Esperanza y yo nos oponíamos porque nunca habíamos querido tener más animales que los que ya había en casa, pero es justo decirlo: los chicos nos convencieron sin demasiado esfuerzo. Y es que aquella bolita rubia era el ser más tierno que existiera sobre la faz de la tierra. No sé a quien se le ocurrió bautizarlo como Zak, nombre de guerrero, tan inapropiado para un ser tan pacífico, tal vez por ello terminó manteniendo el diminutivo durante toda su vida: Zaky. A los pocos días nos mudábamos de casa. Había que buscarlo entre las cajas, inquieto, juguetón, curioso... Parecía tener la misma ilusión que nosotros por identificar palmo a palmo aquel espacio, su nueva casa, su hogar, el de nuestra familia, la suya. 

Y creció y se convirtió en un precioso gato adulto, grande, majestuoso, pero sin perder un gramo de su inmensa ternura. Nos tenía identificados a todos, sabía lo que de diferente podía esperar de cada uno de nosotros. Jamás mostró recelo ante nadie, por mucho que viniera cualquier visita inesperada, o desconocida incluso, eso le hacía granjearse el afecto de todo el que entrara por la puerta. Eligió a Esperanza como su madre protectora y, tal y como todos hacemos, él también se cobijaba en ella y nada le gustaba más que dormirse en su regazo. Cuando Esperanza marchaba de casa le faltaba el don del habla para preguntarnos por ella, pero a su manera es lo que hacía. 

Y así han pasado más de 15 años, maravillosos años en los que ha habido de todo y, puertas para adentro, todo compartido con Zaky. De habitual se sentaba en medio de las conversaciones, como si no quisiera perderse detalle de lo que aconteciera. Con el paso de los años, los chicos fueron saliendo de casa y las habitaciones se fueron quedando vacías, a menudo se subía a sus camas, quién sabe si como para demandar una explicación del porqué estaban vacías. Pero no se le puede explicar a un gato que la vida de los hombres rara vez se desarrolla en un mismo espacio. Pero cuando sus "hermanos": Enrique, Alex y Paul, de vez en cuando se devolvían a casa, él acudía a su lado como para decirles que se alegraba de verlos. Después, ellos se iban a hacer sus vidas bajo otros techos, quedando bajo éste ya sólo los tres: él, su mamá y yo, inseparables, haciendo el tránsito por las nuestras. 

Hoy de madrugada, en los brazos de Paul, ha exhalado su último soplo de vida y nos ha dicho adiós para siempre. Se lleva consigo el inmenso amor de quienes le hemos querido, su familia, los suyos. Su recuerdo se queda entre los rincones de esta casa, una casa que nadie sabe hasta cuando nos seguirá perteneciendo porque esta crisis nos tiene encogida el alma y los dineros. 

Los cinco hemos cogido delicadamente su cuerpo y, con la sensación del que se sabe formando parte de un momento transcendente, lo hemos enterrado en un lugar alto, bello y discreto, del monte que rodea el pueblo donde nació, vivió y... hoy murió. Quiero pensar que, ya fuera de su cuerpo, ha podido observar la imagen de una familia unida en el dolor alrededor de la tierra que acoge sus restos.

Querido amigo, gracias por tantas horas de discreta compañía. Jamás me imaginé que un animal pudiera hacerme sentir tanto amor.

Zaky no te olvidaré.  





domingo, 22 de julio de 2012

Sectarismo Festivalero


Añoro los tiempos en los que un Festival de Rock era un compendio de grupos de distintos estilos. Todo era música y nada se situaba como reclamo por encima de ella. El rock convocaba a todos aquellos que sentían que, participar de un concierto de múltiples bandas, garantizaba poder escuchar las diferentes tendencias. Cada cual ya elegiría con la que más se identificaba, con la que más se divertía, con la que más se emocionaba...

Hoy eso no sucede. Se montan festivales diseñados para las distintas tribus como si se diera por cierto que los diferentes seguidores de uno u otro estilo son incapaces de compartir el mismo espacio. Y así, bajo este concepto, se organizan macro conciertos en los que actúan bandas (a veces demasiadas) totalmente homogéneas, que, en la mayor parte de los casos difícilmente llegan a diferenciarse unas de otras. Menudo tedio.

No hay más que echarle un vistazo a la programación veraniega para ver como se agrupan los contenidos: Indies, Punkies, Hardys, Jazzys, Popis... etc. Todo son festivales que agrupan artistas homologados, uniformados y, diría yo, casi duplicados. No puede ser más aburrido. Tanto así, me cuentan, que la gente ni aplaude el final de cada canción. Sencillamente porque la música se convierte en una especie de ruido de fondo que sólo sirve para colorear el ambiente, y punto. ¿Colega vamos a  pillar otra cerveza?

Añoro los tiempos en los que la gente que acudía a aquellos primeros festivales, se sentaba en el suelo  sobre una manta, se hacía sus "petas" en corrillo y relajadamente, o no, escuchaban a las distintas bandas concurrentes. Y es que todas resultaban ser bien diferentes. Recuerdo el toque jazz-rock de Pegasus, Música Urbana, Costablanca; el proguesivo de Bloque, Imán, Mezquita, Ñú, Granada, Asfalto; el rock con raíces de Triana, Eléctrica Dharma, Alameda, Guadalquivir; los toques más duros y urbanos de Coz, Obús, Burning, Barón, Leño; incluso bandas electro acústicas como Tilbury, o La Romántica Banda Local, tenían cabida en aquellos festivales de los años 70' y 80's. Ningún grupo competía por ser el mejor, sino por ser distinto. Y la gente se impregnaba de aquel "buen rollito".

Es cierto que los que ya vamos cumpliendo años tenemos la tendencia nostálgica de pensar que tiempos pasados fueron mejores, pero, en este caso, lo afirmo con total rotundidad: en materia de Festivales de Rock, aquellos lo fueron; pese a las limitaciones técnicas, la inexperiencia de los promotores, y pese a muchos otros factores que, evidentemente, hoy se han superado.

Observo que hay un matiz distinto en la actitud con que la gente acude a los festivales de hoy, veo que acuden como alineándose con uno u otro estilo en un  gesto que ratifica su pertenencia a una tribu que tiene identidad distinta. A mi juicio esto empobrece al individuo; lo mismo que sucede en otras facetas de la vida en las que el sectarismo niega la diversidad de gustos, opiniones y criterios. ¿Qué de malo hay en mezclar tendencias? ¿A quién molesta?

Por otro lado no vendría mal que los organizadores de los actuales festivales, tuvieran en cuenta que el rock ya estaba inventado antes de que a ellos les diera por ponerse a ello y que, muchos jóvenes contemporáneos, así se nos llama ahora, acudíamos a aquellas citas con entusiasmo y que, ese público de entonces hoy no van a un Festival, no porque no gusten de mezclarse con otros jóvenes, ni porque el rock haya dejado de interesarles, sencillamente es porque son lugares hostiles en los que se sienten maltratados: sus oídos (no hacen falta tantos vatios ni tantas horas de música sin pausas), sus culos (no hay donde relajarse), su intimidad (no hay papel en los baños y estos suelen estar sucios) y lo peor: es muy aburrido estar escuchando siempre la misma canción.

sábado, 19 de mayo de 2012

Un Concierto para Tiempos de Desconcierto



Dicen que la armonía surge de en medio del caos, nada más armónico que el concierto que vivimos el pasado viernes en el Auditorio Paco de Lucía de Alcalá de Henares, sobre el escenario: una caricia para paliar la angustia que a muchos nos provoca la actual situación de crisis.

Creo recordar que fue allá por 1987 cuando un tipo se acercó a mí para decirme que tenía a los “Beatles” españoles. Por discreción, y en uso de las buenas formas, evité decir el número de veces que había escuchado lo mismo a más de un productor en el lanzamiento en ciernes de una nueva banda. Aun así, días después, le invité a presentarse con sus pupilos en un concurso-festival al que me vi obligado a asistir (no me gustan los concursos). El caso es que aquellos jovencitos alcalaínos, que se presentaban con el nombre de GRADHEN, acrónimo de “Grupo de Rock de Alcalá de Henares”. Pese a su juventud, mostraban un desparpajo sobre el escenario nada común entre las jóvenes bandas de aquellos años. No ganaron el concurso porque el jurado, como no, estimó que el premio mejor dárselo a unos “poperos” autóctonos que cantaban mirándose a los zapatos, que no a unos roquerillos proletarios y descarados; las modas son las modas, y en aquellos años de la “modernez”, se valoraba más a aquellos que "popeaban" que a quienes pasaban sus guitarras por un distorsionador.

 Pues bien, verlos en vivo me sirvió de estímulo y aposté por ellos produciendo sus primeros discos. Estuvieron a las puertas de una multinacional pero les dejaron pasar de largo y, tal vez ahí, se perdió la posibilidad de que ascendieran a altas cotas de popularidad, porque, sin duda, carisma y atributos, no les faltaban. Conociéndoles de cerca, lo que más valoré de ellos fue su espontaneidad, su ilusión y esa calidad humana que tan a menudo se da entre la gente sencilla. De ahí surgió una amistad y un afecto que se ha ido consolidando con el paso de los años.

 De los GRADHEN, surgieron los TRAFICO, un grupo de versiones que revolucionaba las plazas de los pueblos sin tener la necesidad de pachanguear; hasta que, la necedad de los concejales más “recios”, quisieron forzarles a lo contrario. Es entonces que la banda se rompió entre los que si aceptaron la manipulación del repertorio a cambio de actuaciones y los que se mantuvieron en la línea de que: la música que se toca la decide el músico y no la audiencia.

Jean Louis Barragán (Barra) y Francisco Villamayor (Paquito) fueron irreductibles. Siguieron creyendo en la música desarrollándose como intérpretes y compositores. Otros artistas de mayor relieve se dieron cuenta y quisieron contar con ellos, de ahí que en los últimos años se les vea integrando del grupo “La Guardia”; pero eso sí, sin renunciar a la creatividad. Y es ahí que hace unos años, “Barrita”, (el diminutivo irá siempre en mi boca) me invitó a intervenir en un proyecto personal. Lo hice con infinito gusto.

Como vivimos en el país que vivimos, pasaron años hasta que el disco, aburrido de esperar a ser la apuesta de una discográfica, viera la luz de la calle. Y si se alumbró no fue por otro motivo que la perseverancia de quien lo hizo; algo tan común en este tiempo que afecta incluso a quien escribe. Los discos se hacen en el estudio pero es como que las canciones se visten de largo justo el día que se estrenan sobre un escenario, y, una vez más, a riesgo de sus creadores han conseguido hacerlo  ¡Y cómo!

Fijaos la cantidad de párrafos que he gastado hasta llegar aquí, el objeto de este artículo que me han pedido que escriba: comentar el concierto que disfrutamos unas 300 personas el otro día. Pero es que no tenía otro remedio ya que entiendo que el grueso de los lectores gustarán saber de quién hablo. Pues bien, la música de AMIGOS DE BARRA no nace en los bares, ni en los despachos, ni se programa para escalar puestos en las listas de éxito, sencillamente surge en la intimidad del creador, hecha sólo por el placer de hacerla. Es una música que nos llega con procedencia directa desde corazón del autor y de sus intérpretes, así, sin intermediarios, sin premeditación…  

Para mí, hablar del concierto, es muy sencillo. Os lo cuento: imaginaros a una serie de músicos que llevan años tocando al más alto nivel acompañados de amigos que acreditan trayectoria y que están allí relajados porque les llama la música, y no las cámaras, ni los micrófonos de ningún medio. ¿Cuál es el resultado? Sencillamente: la excelencia. AMIGOS DE BARRA, o lo que es lo mismo: Barra con su inseparable amigo del alma: Paquito, nos ofrecieron un puñado de canciones hermosas interpretadas con ganas y con alegría, mucha alegría sobre el escenario. Rock eclético, sin premisas, sin clichés. En el patio de butacas: entusiasmo. Y no hay más que comentar porque pienso que con lo dicho está suficientemente hecha la crónica de un concierto perfecto para paliar el tedio de estos tiempos de desconcierto. Durante y después del mismo se me quedó un reflexión revoloteando en mi mente: ¿Cómo es posible que este país se pueda permitir ignorar algo así?... Amigos, cuantos “adoquines” hay en el piso que pisamos.

Son tiempos de cambio en la SGAE, esperemos que los nuevos directivos rectifiquen los malos rumbos y comprendan todo lo que se podría hacer con el dinero que se ha derrochado en adquirir teatros por medio mundo si, esos cuantiosos medios, se pusieran al servicio del mucho talento soterrado. 

domingo, 13 de mayo de 2012

LA ALTURA DE LA DIGNIDAD


En los años en que viajaba por América, a propósito de las actividades de Libélula, el sello discográfico que fundé y que dirigí durante una docena de largos y sufridos años, conocí mucha gente que no siempre me reconocía como músico, sino más bien por esa faceta empresarial mía de la que, al final, tanto he renegado. 

Pues bien, en una ocasión viajó a Madrid desde Argentina uno de aquellos empresarios, y justo coincidió con un concierto mío en la época de Los Trípodes; concierto al que obviamente lo invité y al que el hombre asistió, tal vez con la misma gana del que no le queda otra.  Al parecer se llevó una sorpresa positiva y al final del show me trasladó algunos dulces comentarios; me quedo con dos: «Caramba Julio tu voz cuando cantas no la relaciono con tu voz cuando hablas» Le respondí que no es lo mismo mear que hacer el amor y que sin embargo se utiliza el mismo “instrumento”. En otro comentario trató de glosar detalles alrededor de cuan diferente se me ve sobre el escenario, argumentando la notable transformación que a su juicio se producía en mí. A esto último le respondí que no, que no me transformaba cuando subía al escenario, sino cuando me bajaba de él. Fue una frase espontánea que brotó de mí boca exenta de reflexión pero que, nada más expresarla, comprendí que era excesiva y en cierto modo pedante.   

Arrepentido, durante el viaje de regreso a casa resonó en mi mente una y otra vez tan desacertada respuesta, incluso siguió revoloteando en mi conciencia insistentemente haciendo que el sueño de madrugada se postergara en mi cama hasta bien llegadas las primeras luces de la mañana. ¿Por qué había tenido una salida de tono tan impropia, tan ajena a mi personalidad, mucho más discreta y ponderada?

Me ha llevado años sacar una conclusión: efectivamente todos llevamos un demonio y un ángel dentro de cada uno de nosotros, que decía aquella canción. Conozco muchos casos de músicos en los que el divo, que se alimenta del escenario, a menudo no es capaz de desligarse del artista al bajar de él. Y es así que hay criaturas que no consiguen encajar su vida artística con la vida real. Muchos de ellos, cuando se les niega el escenario, terminan divagando, extraviados, desvaídos… Pues bien, se ve que aquella noche, el “divo”, si se me permite decirlo así, se negó a ser desalojado y respondió por mí a la pregunta de aquel buen hombre secuestrándome las palabras.

A menudo, el seguidor, el que aprecia lo que hacemos sobre el escenario, no suele aceptar que al bajarnos de él seamos tan de carne y hueso como los demás. Es por eso que mucha gente se sorprende cuando te ve en el supermercado arrastrando el carrito o cuando te ve indefenso buscándote la vida a como de lugar. Armonizar el yo deseado con el yo real nos lleva lo más jugoso de nuestras vidas y podéis creerme que no es tarea fácil. Pido, si es que puedo, que jamás se nos eleve la altura del listón de nuestra dignidad, porque a medida que vamos haciéndonos más viejos, cada vez nos cuesta más saltarlo. 

viernes, 28 de octubre de 2011

Las Alas de las Mariposas


Cabría saber qué se entiende por el precio de las cosas. Para muchos es el valor que pone el propietario, para otros es el costo de lo que el comprador o usuario está dispuesto a pagar. En la sociedad mercantil en la que nos hayamos inmersos, el precio lo decide el “mercado”; dicen que justo equilibrio entre la oferta y la demanda, si es que no ha pasado por allí el especulador.

El bazar en el que se negocia, se regatea, se chalanea y se trapichea con el valor de los bienes, está sujeto al equilibrio entre el criterio del que compra y del que pretende vender. Pero lo que jamás queda en entredicho, es que los productos, mercaderías y servicios estén exentos de valor (el que quiera que sea). Y no lo están porque todo el mundo reconoce que son resultado del esfuerzo de la mano y la mente humana que los alumbró.

Hasta aquí nadie cuestiona el argumento, tan antiguo como la civilización, pero, henos aquí que la cosa se pervierte llegados al mundo de los intangibles; el de las ideas creativas que una mente inquieta, estimulada por las emociones y los sentimientos, produce en forma de música. Y más en los últimos tiempos en los que el acceso a los bienes “digitalizables” se ha hecho universal e impunemente asequible.

A los autores nos cuesta cada vez más reclamar nuestro derecho a poner valor a lo que hacemos. Sufrimos para que la sociedad, al margen de las leyes que así lo acreditan, nos reconozca de natural como propietarios de un bien tan cierto como cualquier otro tangible. Así las cosas, la tarea se nos antoja cada día más compleja por cuanto pareciera que se ha instalado en la opinión pública el concepto de que: aquel que disfruta haciendo lo que hace no emplea esfuerzo. Y no es así. Claro que el autor crea porque siente la necesidad de hacerlo, pero también entrega su obra a los demás para su uso y disfrute. Cuando el proceso creativo concluye, el autor debe acudir a sostener económicamente su vida como cualquier otro individuo.

Parece mentira que a estas alturas aún tengamos que estar explicando esto. Y es que semeja que se nos ve como lepidópteros que, bajo la belleza de nuestras alas, escondemos la trompa insaciable con la que chupamos el néctar de la sociedad. Cuando es precisamente la belleza de nuestras alas la que atrae a nuestros depredadores que se olvidan cuanto trabajo nos llevó diseñarlas para disfrute de la mirada de todos.

lunes, 30 de mayo de 2011

La Primavera de la Esperanza


Si no recuerdo mal, que no, el 15 de junio de 1977, acudía pletórico a depositar mi voto en las urnas. Tantos años deseando que aquel sencillo gesto pudiera ser cierto.

Pertenecía a una generación que habíamos mitificado el ejercicio supremo (por entonces) de la libertad: el derecho al sufragio. Se acuñó el slogan "Primavera de la Libertad" para definir el ambiente de las calles. Miles de carteles coloreaban las paredes, toda una ensalada de siglas a las que apenas poníamos contenido real, todo era intuido, valor supuesto. Al final mi voto se lo llevó el viejo profesor D. Enrique Tierno, que por entonces mezclaba en sus siglas ingredientes hoy imposibles, antagónicos, como el agua y el aceite: Socialista y Popular. Aquel PSP (Partido Socialista Popular) no presentaba un programa muy distinto del que proponía el PSOE, es decir: una socialdemocracia que aceptaba las reglas de la libertad de iniciativa y del mercado; pero, tal vez porque me entusiasmaba lo pausado y preciso de su mensaje, su nada altisonante tono, su exposición pragmática de las ideas sin aparente voluntad de adoctrinar, hizo que, el hijo de un socialista republicano (mi padre), no le diera el voto a los herederos de: Besteiro, Giner de los Ríos, Prieto, etc.

Aquella primavera era el preludio de un cambio tan deseado como indefinido. Y eso es justo lo que he vuelto a percibir en estos días. "Llega la primavera, y es otra primavera pero yo presiento el otoño..." decíamos en "Parque Sur" (Corredor de Fondo, 1986). Y es que no hay primavera a la que no le suceda el calor del inminente verano, calor que aletarga, para, irremediablemente, desembocar en un otoño con propósitos de enmienda. Sí, en esta primavera de la indignación, los que ya vivimos otras igualmente ilusionantes, tenemos miedo al agua de borrajas.

El movimiento 15-M no está exento de argumentos, por supuesto que sí, y si algo sorprende es que hasta ahora no se hubiera manifestado una queja pública tan necesaria como evidente. Es mucho el descontento que se está sedimentando en grandes capas de la sociedad actual. Es mucha la angustia a la que está sometida una gran mayoría que ve como, una tras otra, se van frustrando las expectativas de una vida confortable y en paz. Está claro que el sistema no sirve a los intereses de la mayoría y sí únicamente al de unos pocos privilegiados que sustentan su poder y su riqueza en la especulación y el control de los medios financieros y de producción.

Pero estemos tranquilos que éste es un sistema encaminado a su propia extinción porque que ya sólo se soporta sobre la base de en un crecimiento imposible, constante e ilimitado, que degrada y agota los recursos y el medio natural. ¿Alguien se ha preguntado cuantos “fukushimas y chernoviles” podríamos soportar? Muy pocos. En este mundo sólo se piensa en el dinero, en obtenerlo, un elemento tan fundamental para la vida como el aire que respiramos; y si no se tiene, el individuo se ahoga, se asfixia. Y así es que todos lo persiguen entregando a tal fin esfuerzos que terminan por extinguir en el individuo cualquier otro estímulo vital: la relación, el conocimiento, la observación, la conversación, la ilustración y un largo etcétera de valores que han ido saliendo de nuestro catálogo de propósitos; sencillamente porque dichas actividades nos restan tiempo para buscar y conseguir dinero.

Ahora pareciera que, por fin, un grupo más numeroso cada día, lleva a las calles de nuestras ciudades esa queja sentida por muchos millones, incluso por los que no se han parado a analizar por qué ya no se ríen tan a menudo como se reían la generación de nuestros padres. Y somos muchos los que apoyamos a esos jóvenes que han prendido la mecha del descontento, pero también somos algunos los que nos tememos que el movimiento, si es circular, termina poniéndonos de nuevo en el mismo punto de partida.

Se puede y es necesario cambiar el sistema, hay que comenzar a dar un giro hacía otro modelo porque éste está caduco y corrupto. Pero pienso que es necesario transformarlo desde dentro porque, sólo desde esa posibilidad, entiendo que se puede llegar al fin para el que se buscan medios. La utopía lo es porque se empeña en ser sólo un sueño. «Si no nos dejan soñar, nosotros no les dejaremos dormir» claro que sí, pero tampoco duerme el que provoca el insomnio del otro. Amigos la vida se vive en la consciencia de la vigilia, no en el mundo onírico.

Que no tengan duda los que se sientan a esperar como el sistema explota, revienta, porque nadie puede sobrevivir a la caída del avión en el que vuela; es preferible hablar con el piloto para convencerle de tomar tierra en lugar seguro. Si se me acepta este símil, no he querido decir otra cosa que: para que el movimiento se muestre andando, por mucho que no se quieran imitar fórmulas políticas caducas, hay que usar las herramientas de participación ciudadana que la democracia (aun cuando no sea todo lo real que deseáramos), permite.

Con ello quiero decir que el movimiento 15-M tiene que aparcar la horizontalidad innegociable a un lado y constituirse en una plataforma que sea capaz de llevar nuestras inquietudes a los organismos públicos; hoy por hoy la única forma pacífica de poner en práctica (en leyes) un cambio paulatino que sortee los riesgos no deseados que la revolución a menudo acarrea. Pero no quiero decir que haya que aparcar la revolución, no, sólo quiero decir que la revolución hay que comenzarla ya, pero empezando por el propio individuo que debe ser capaz de discernir que sí y que no es esencial en el camino hacia la felicidad, objetivo supremo de nuestra existencia.

miércoles, 23 de febrero de 2011

23F, un día como éste.


Elías era un chaval que había venido a Madrid huyendo de la fría estepa castellana. Una vez en la capital trabajó de mecánico de automóviles. Como era persona inquieta, no tardó mucho en establecerse por su cuenta. Su taller ocupaba la planta baja del inmueble contiguo al edificio donde ensayábamos, en la calle Matachel del barrio de Villaverde Bajo. Tanta prosperidad, y en tan poco tiempo, le confirió un rasgo de autosuficiencia que, pese a su origen más bien poco o nada ilustrado, no le impedía debatir sobre cualquier tema exhibiendo un desparpajo tan arrogante como necio; incluso se atrevía a discutir de política y, medio en broma, medio en serio, se manifestaba de ideología derechista y reaccionaria.

Estábamos dándole los últimos retoques al “Déjalo Así” que en un par de semanas entraríamos en estudio para grabarlo. Serían algo así como las 19h, cuando la vieja puerta de metal del local sonó golpeada con estrépito interrumpiendo la pieza que tocábamos en esos momentos.

—¡Ya va…! ¡¿Qué formas son esas? Coño!

—¿Es que no os habéis enterado que los “míos” ya han regresado? ¿Están en el Congreso?

—¡Venga Elías tío, danos un cigarrito y vete a tomar por culo…!

—Sí, sí, no me creáis, ya veréis que vais a volver a cantar el Cara al Sol.

Uno de nosotros, no sé quién, se quedó encendiendo un cigarrillo con él mientras los demás seguíamos a lo nuestro. Fue quien nos interrumpió.

—Tíos, que dice que unos Guardias Civiles han secuestrado al Gobierno en el Congreso.

—No le hagas ni puto caso, siempre está con lo mismo. Es un facha desquiciado.

Intentamos seguir con el tema pero yo me quedé con la copla y propuse que hiciéramos un “break” para tomarnos unas cervecitas en el Salinas (un bar de barrio dónde parábamos). Cuando llegamos no había nadie, salvo Alfredo, el dueño. Nada más entrar le pregunté que si se había enterado de que hubiera pasado algo. Me dijo que habían entrado en el Congreso unos Guardias Civiles disparando, que había puesto la radio pero que llevaba un rato emitiendo música militar y que por eso la había apagado. Muy excitado le dije que la volviera a poner, lo hizo y se me heló la sangre cuando escuché esa música arcaica que me retrocedía a los tiempos en que hice el Servicio Militar. Todos nos miramos y sin hacer muchos comentarios, nos bebimos apresuradamente las cervezas y regresamos al local. Por el camino me parecía que la calle del barrio estaba extrañamente vacía. Me sobrecogí. Acordamos de que lo razonable era que cada cual regresara a su casa. No tardé más de un par de minutos en recoger todo y subirme al coche. Nada más arrancar puse la radio y revisé todo el dial encontrándome con la sorpresa de que todas las emisoras emitían normalmente, cierto que todas con una programación centrada en la noticia del secuestro en el Congreso. En una de ellas se leyó un comunicado del Comité Federal de UGT, invitando a los trabajadores a estar atentos por si hubiera que salir a la calle a defender la democracia. No sé si eso me tranquilizó o me creó mayor desasosiego, porque si la sociedad civil seguía expresándose, el enfrentamiento podría llegar de un momento a otro.

Normalmente no tardaba más de 20 minutos en llegar a casa, en ese tiempo se me pasaron tantas cosas por la cabeza. Llegué a acordarme de las palabras que escuché de niño a un anciano que le comentaba a mi padre «Mire usted Antonio, yo viví una guerra, usted peleó en otra y éste (dirigiéndose a mí) también vivirá la suya…» ¿Sería esta mi guerra? ¿Otra guerra civil en esta putada de país que se llama España? ¡No, por favor! Cuando llegué a casa me encontré a mi mujer muy angustiada frente a la televisión, con la radio asimismo encendida, pendiente de todo lo que se dijera; no en vano, si el Golpe triunfaba, el coescritor de una canción como “Días de Escuela” sería carne de paredón, seguro. Mentalmente intentaba diseñar un plan de huida pero no tenía la mente para tanta conjetura. Así y todo esa noche estuve pendiente de las noticias hasta que el sueño pudo conmigo bien de madrugada.

El 24 de febrero amaneció soleado y parecía que la pesadilla se diluía. Afortunadamente aquel fantoche con tricornio que intentó pasar a la posteridad como salva patrias, consiguió el efecto contrario: que el conjunto del ejército entendiera el mensaje de la sociedad civil que se reafirmaba en que los tiempos de la barbarie, la ignominia y el desprecio por el prójimo, habían concluido y que, este país, definitivamente había reclamado para sí el derecho a elegir su destino.

Treinta años después, otra cosa es que efectivamente controlemos nuestro destino. La libertad, bien supremo que mi generación luchó por alcanzar, hoy se nos antoja hueca de contenido o, como poco, otorgada en grado de libertad vigilada; por quién, por los que mueven los hilos desde la cima del mundo, justo ellos: los dueños del dinero artífices de la especulación.

Admiro en estos días las revoluciones que se han puesto en marcha en los países árabes, y las admiro porque me sorprende que aun queden ciudadanos en el mundo que luchen por la libertad con el convencimiento de que la libertad real existe; me entusiasma pensar que haya quien lo piensa, yo a estas alturas sostengo que la liberación absoluta sólo radica en uno mismo.

Pero esa es otra revuelta…

lunes, 27 de diciembre de 2010

El Color del Cristal con qué se Mira.


Hay un dicho popular que dice así: «Nada es verdad, nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira».

Muchas veces el concepto “verdad” se disfraza de mentira, o viceversa. Y es que, desde que nos sentimos con la capacidad de tomar nuestras propias decisiones, desde que existimos como seres con criterio, desde que adquirimos la capacidad de apreciar, nos llevamos toda una vida intentando discernir entre lo cierto y lo falso. La verdad es necesaria porque nos entrega la certeza y nos habilita dentro del orden que rige todo aquello que rodea y gobierna nuestra existencia.

Muchas veces la verdad se nos hace esquiva y nos pasamos la vida lanzando preguntas que no siempre encuentran respuesta, eso nos mantiene ignorantes. Hay quienes se preocupan por acercarse a las verdades compartidas, verdades avaladas por la sabiduría de quien se ha preocupado en saber. Otros, sin embargo, entienden la verdad como una, sostenida por un dogma de fe absoluto, relativizando todas las demás verdades. Es cierto también que la verdad es un concepto a menudo ambiguo y difuso, un poliedro multi faz, algo que se nos hace esquivo cuando con más intensidad lo buscamos. Pero aun así, con ello, o a pesar de ello, no nos queda otra que sostenernos en este mundo en un punto de equilibrio con base de certeza.

No es este un estudio reflexivo sobre el concepto “verdad”, o sobre su antónimo “mentira”, pero sí que, a modo de introducción, he tenido a bien considerarlo sobre un tema que nos ha suscitado la actualidad. Me estoy refiriendo a la manoseada “Ley Sinde”.

Yo sé que es estrecha y difusa la línea que separa ámbitos de libertad. Sabemos y aceptamos que la libertad de unos acaba justo donde empieza la de otros, pero, esa línea, muchas veces zigzaguea demasiado. Este es el caso. Internet ha supuesto la gran revolución de nuestro tiempo, una herramienta soñada que pone en nuestras manos cantidades inmensas de información. La Red está cambiando vertiginosamente las formas del tratamiento de la información, del acceso al conocimiento, y sólo por eso ya nos hace más libres, y todo ello está sucediendo a una velocidad vertiginosa, difícil de asimilar. Estos cambios traen consigo nuevos hábitos que afectan al modo en que desarrollamos nuestra vida, no sólo la de la colectividad, sino la del propio individuo que tiene la sensación de disponer de todo el conocimiento, de disponer, de utilizar todo aquello que puede precisar. Y así muchos son los procedimientos que están quedando obsoletos, y muchos los que lo harán a medio y largo plazo. En definitiva, cambios.

El mercado surge cuando alguien propone suministrar algo que otro demanda, así fue y en esas se ha desarrollado todo un entramado que, durante siglos, ha funcionado con cierta coherencia. Pero resulta que llegamos a la sociedad de la hiper información y se ha desembocado en la realidad perversa que hoy tenemos. Al disponer de la herramienta para comunicar, se crean productos en busca de consumidor, al que se le hace creer que tiene la necesidad de consumirlos. Bien, hasta aquí, nada nuevo porque en el siglo XX ya era evidente la sociedad del consumo, la cual, en el XXI, se nos presenta en versión corregida y aumentada: una sociedad que ya sólo se sostiene si el sistema sigue girando —quiero decir consumiendo—.

Pues bien, Internet puede llevar al grado supremo el consumismo, en tanto en cuanto permite, a costo casi o igual a “0”, difundir todos aquellos productos que un consumidor, cada vez más obsesionado por los buenos precios, pueda conseguir. Y así, todo se abarata, y se abarata más. Siempre habrá un país sin leyes dispuesto a producir todo aquello que pueda ser demandado; por supuesto utilizando mano de obra barata, formas de explotación que recuerdan los tiempos de la esclavitud. Y así se consigue sostener el mercado, sustituyendo calidad por cantidad (palabra que me he comprado una camisa por 5€ y no en rebajas). Y así, los precios bajan, y siguen bajando, hasta llegar a depreciarse irreversiblemente el valor de las cosas. Y todos felices mientras, sin pararnos a pensarlo, nos hemos puesto todos a mear contra la dirección del viento.

Sí, amigo, ya estamos ahí, con los zapatos mojados. Ya estamos en coste del producto igual a “0”. No es broma, esto es lo que ya pasa con los intangibles, con todo aquello que es susceptible de convertirse en un fichero digital. Y no pasa nada. Todos felices porque el campo no tiene puertas. Además: ¿Qué valor tiene una película? ¿Qué valor tiene un diseño informático? ¿Qué valor tiene un libro? ¿Qué valor tiene una canción? Ya era hora de que nos libráramos de la tiranía de la industria cultural que durante años nos ha estado obligándo a pagar precios desconsiderados. Por poner un ejemplo: hemos llegado a pagar hasta ¡8 Euros por una entrada de cine! cuando, con ese dinero, podíamos comprar hasta dos baldes de palomitas, rectifico, uno y medio, no es cuestión de exagerar. Y así, lo mismo con tantos y tantos productos que, “afortunadamente”, hoy ya podemos conseguir a golpe de un simple click en la Red de autopistas telemáticas propiedad ¿de quién?: de los que siguen siendo dueños del dinero, aquellos que también, hasta ahora, invertían en la industria cultural.

No quiero desvirtuar con sarcasmo el sentido de algo que me parece muy serio. Soy y seré siempre un defensor a ultranza de Internet y bendigo la inmensa sensación de libertad que me procura al permitirme saber y opinar de todo, y de todos, sin que hasta ahora, nadie, ningún estamento, filtre mis palabras. Pero acepto la responsabilidad en que pueda incurrir si ofendo a quien no puede defenderse. Para ello acato las leyes que regulan la convivencia que nos hemos dado, y sí, es cierto que no estoy de acuerdo con muchas de ellas, pero no hay que olvidar que, dentro de toda la imperfección que nuestro sistema legal pueda albergar, radica el hecho de que no hemos sido capaces de dotarnos de otro mejor.

La industria cultural es la que es, y puede que los acontecimientos le estén haciendo pasar por una cura de humildad que le debiera llevar a reflexionar si es que, antes de que todo esto se desatara, no había perdido los papeles. Espero que una profunda reflexión les haga reconsiderar su sentido original y les retroceda a su esencia: ser canalizadores del talento. Pero, nos guste o no, sin una industria cultural, la cultura, no encontrará cauces, y asumo lo que digo y con la contundencia que lo afirmo. Me parecen un montón de palabras difusas, respetables, por supuesto, las opiniones de los que dicen que hay que cambiar el modelo de negocio, que Internet se asocia perfectamente con los que no tienen acceso a otras formas de comunicación y que, gracias a la Red, puede un creador comunicar su existencia. No nos engañemos, ni el creador sabrá, ni querrá, sacar de su tiempo para dedicarse a informar de la existencia de su obra; un trabajo de hormigas, por cierto. Esto no fue así nunca: el pintor caminaba con sus cuadros bajo el brazo, pero lo hizo sólo hasta que comprendió que aquello le quitaba de pintar, y entendió lo útil que era considerar un socio que procurara una salida para sus obras mientras él se dedicaba a crearlas. A los músicos nos pasa lo mismo: si vendes, no haces música. Y eso es así. Tenga la dimensión justa y razonable que tenga que tener, apuesto por la continuidad del socio comercial que canaliza la salida de las obras a la calle, a la Red; para mí es una necesidad.

Se han dicho muchas cosas acerca de la Ley que se ha llevado al Parlamento. De verdad que he leído muchas de ellas porque, como todo el mundo puede imaginar, soy un afectado. He tratado de aproximarme a la verdad, a cuanta verdad hay entre los que sostienen que la Ley terminará por restringir los derechos de los consumidores, la libertad y otros derechos fundamentales de la ciudadanía, y no vislumbro como es que se pueda producir tal presunto daño. Pero como tampoco me siento poseedor de la verdad, seré cauto a la hora de juzgar tales opiniones. Pero sí que tengo una certeza que no quiero dejar de comunicar aquí, y es que, si no se interviene, el futuro que nos depara a los creadores, es ruinoso. No tengo demasiado arraigado el sentido de la propiedad, de veras que no, pero sí que me siento impotente cuando observo que cualquier usuario puede apropiarse de mi obra sin que yo pueda hacer nada. En definitiva, ¿qué valor tiene mi música si su costo en la Red es igual a “0”? ¿De qué vivirán los creadores en el futuro, cómo pagarán el costo de sus vidas? ¿Alguien tiene una respuesta esperanzadora? Lo agradecería. Nadie hasta ahora me la ha brindado.

El otro día, mientras desayunaba en la cafetería dónde suelo acudir cada mañana, el dueño me confesaba, con cara del que ha evitado pagar una cuenta, que se había bajado un fichero con cerca de 500 canciones. A la hora de pagar el café le dije, con un tono parecido al suyo, que había descubierto la forma de marcharme cada mañana sin pagar. Lógicamente me respondió, en tono amistoso, por supuesto, que eso era un robo y avisaría a la policía. Le respondí que de qué forma puedo yo denunciar a quien se queda con 500 canciones sin el permiso de sus dueños.

Y claro, ya sé que este es un discurso muy simple al que nadie se opondrá. «Tú también tienes derecho a ganarte la vida…» —me dicen—. Y yo pienso, sí, pero no podrá ser haciendo música.

La verdad y la mentira a través del cristal con qué se mira… Afirmo que éste es enormemente transparente e incoloro.