Carol
pinta la luz de ese mar de atardecer, una luz cambiante determinada por la
cantidad de nubes y de sus aleatorias formas. Lo hace desde el pequeño jardín
de una discreta casa, rodeada de eucaliptus, construida sobre un monte próximo
al mar en la que vive acompañada de Susi, su hija, una niña down producto de
una relación ya extinguida.
A
Carol, artista plástica, la vida le cambió en el momento en que Susi llegó. Se
vio obligada a abandonar muchas cosas, muchos planes y anhelos, para dedicar
toda la atención a su pequeña. Tuvo momentos de duda, momentos de incertidumbre
y desesperación, ante la necesidad de tener que asumir en soledad una
responsabilidad que, si cabe, va un paso más allá que la de ser simplemente
madre.
Susi
es una niña inquieta, risueña, una criatura feliz que tiene todo su universo
alrededor de su madre. Carol lo sabe y acepta con inmenso amor el papel que la
vida le ha deparado renunciando a un proyecto vital bien diferente. Le costó
asumir la realidad que el destino le deparaba, pero lo ha conseguido.
Ambas
viven momentos de gran complicidad y ternura. Carol ha ido descubriendo un
espacio impensable en el que desarrollarse como persona y como madre. Ya no le
pide al futuro grandes cosas, ahora se limita a pintar la vida tal cual va
surgiendo mientras vive momentos repletos de amor. Ha llegado a la conclusión
de que Susi es una bendición que llegó para hacerla mejor.
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